El libro de cuentos de terror estaba caído sobre sus piernas. Néstor se había
dormido en su sillón favorito. Estaba frente a la chimenea, donde algunas brazas
todavía palpitaban entre el gris de las cenizas. Un gran reloj de péndulo
marcaba la media noche. Fuera llovía mansamente, pero como no había parado en
todo el día, el agua corría por las calles desiertas. Esporádicamente algún
vehículo cruzaba salpicando las aceras, mas apenas se alejaba, el rumor de la
lluvia volvía a ser el único sonido que perturbaba el silencio. Dentro de la
casa aquel rumor apenas llegaba, y era el reloj de péndulo con su oscilar lo que
combatía el silencio.
Néstor se movió inquieto; estaba teniendo una pesadilla
muy fea. Despertó y, todavía alterado por lo espantoso de la pesadilla, giró la
cabeza inspeccionando la habitación con la mirada. Sin levantarse del sillón,
bajó la vista y, ¡vaya susto que se llevó! Vio la repugnante sonrisa del demonio
que lo persiguiera en el sueño. Estaba en sus piernas, dibujado en una página del libro, y antes de dormirse el mismo dibujo no sonreía.
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