Las estrellas brillaban en el cielo y la luna mostraba su pálida y más reluciente cara, no habría otra noche como esta.
Las desoladas calles alumbradas por escasos faroles de luz no se dejaban ver por completo. Oscuros callejones ocultos en lugares poco visibles comunicaban algunas de estas vacías vías.
Escondido tras uno de los muros de los cientos de lúgubres callejones estaba él, aguardando tal cual feroz depredador la aparición de su tan esperada presa.
Sonidos con eco se escuchaban próximos al callejón, a lo lejos pudo distinguir la casi imperceptible figura de un hombre, tambaleándose de lado a lado, tropezando con todo a su paso. Preparó su plateado revolver y tratando de hacer el menor ruido lo cargó, se asomó nuevamente y en efecto, aquel hombre ahogado en alcohol no había escuchado nada, de hecho sería muy difícil distinguir el ruido de su arma con aquel carnaval de tropezones.
Si algo nuca dejaba de hacer aquel despreciable hombre era matar a su presa antes de devorarla, es decir, los asesinaba primero y luego los despojaba de todas y cada una de sus pertenencias, aquella noche iluminada escasamente por el cielo estrellado y algunos faroles no sería la excepción.
Con su brillante revolver en la mano derecha, esperó pacientemente la llegada de su victima, a la que sin saberlo le esperaba una muerte inminente. Los segundos corrían y su corazón latía cada vez con más fuerza, se sentía emocionado cada vez que cometía un crimen como éste, en su cara podía notarse una macabra y enfermiza sonrisa.
El ruido se hacía cada vez más fuerte, la victima se encontraba mas cerca de su verdugo y por cada paso que daba se restaba tiempo de vida. El corazón de aquel asesino se aceleró a tal manera que creyó poder escucharlo.
Tropezones y palabras sin sentido llegaron a sus oídos, el próximo nombre en su lista de muertos estaba a sólo escasos metros de ser escrito.
Cuando aquel hombre completamente ebrio pasó junto a él, su corazón ya no podía latir más fuerte, la excitación no tenía igual, hacía muchos meses que no sentía emoción alguna. Se colocó detrás y caminando sigilosamente levantó su mano derecha, con suavidad y decisión le puso el revolver en la parte posterior del cráneo y sin que aquel hombre se percatara de lo mas mínimo haló aquel gatillo. Un estruendoso sonido invadió aquella solitaria calle y un destello fugaz de luz apenas pudo verse.
El hombre cayó al suelo como un gran saco de arroz, golpeó su agujereada cabeza contra el pavimento en un ruido seco y contundente, poco a poco pudo verse la sangre extendiéndose por aquella sucia y pestilente acera, hasta que llego al borde y se mezcló con la inmunda agua de la cuneta adyacente.
Sus manos se posaron rápidamente sobre aquel hombre ya sin vida, registró cada bolsillo a su alcance, sacó su billetera y extrajo de ella cada billete y cada centavo antes de arrojarla a la carretera; su corazón latía tan fuerte como antes, aún sentía gran felicidad y emoción.
Con cierta dificultad le dio la vuelta al cadáver que tenia frente a él, revisó los bolsillos delanteros del pantalón y una vez que extrajo lo poco que encontró, por simple rutina o morbosidad subió la mirada, merecía conocer el rostro de su presa, pero a diferencia de otras veces, sus ojos mostraron una expresión de asombro. Se acercó nuevamente y aparto con sus manos la aún fresca sangre del rostro de aquel ser ya sin vida y si su corazón antes parecía escucharse esta vez lo hacía de forma mas evidente.
Con expresión escalofriante y respiración acelerada subió el revolver hasta su sien, con pulso tembloroso haló nuevamente y por ultima vez aquel gatillo.
Otro ruido similar al de hacía unos minutos volvió a escucharse en aquella solitaria calle, de forma inmediata su cuerpo cayo al suelo haciéndole compañía al de su victima, no sin antes esparcir restos de cráneo y sesos por aquella acera ya bañada en sangre, a la que se le unió otra no tan distinta, eran no sólo del mismo tipo, sino que ambas procedían de un mismo linaje.
Dicen algunos que cuando cayo al suelo aquel despiadado hombre no cesó el sonido, sino algunos segundos después, cuando finalmente su corazón dejó de latir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario