El agua corría calle abajo, saltando por las aceras y jardines. La corriente ya había volcado a varios coches que se hallaban aparcados a ambos lados de la calle.
“¿Qué ha pasado?” -gritaba la gente desde las ventanas.
Había llovido intensamente, pero no como para provocar esa inundación. Otras veces había llovido más y el agua desaparecía por las alcantarillas. El sistema de desagüe era maravilloso en la ciudad. A pesar de eso, el agua y el barro había entrado en algunas casas. No hubo que lamentar casos de muerte, pero varias personas habían sido llevadas al hospital. El aluvión les cogió en la calle y sufrieron heridas graves.
Poco a poco fue bajando la riada y enseguida llegaron dos coches de bomberos y dos camiones del municipio. Los bomberos empezaron a echar agua a presión en las aceras y en la calle para limpiarlas de barro. Los obreros del ayuntamiento se dedicaron a recoger la basura con mangueras aspiradoras. Algunos coches tuvieron que ser levantados con una grúa. Los daños eran tremendos.
“¿Qué ha pasado” -seguían preguntando los vecinos-. “¿De dónde ha venido tanta agua?”
Algunos agentes de la policía trataban de mantener apartada a la gente para que los obreros pudieran realizar su trabajo sin muchos impedimentos.
“Ha reventado el depósito de agua. Eso ha sido todo”.
El depósito había sido construido en una colina de quince metros de altura al término de la calle. Lo llenaron de agua, pero se conoce que el hormigón aún no estaba bien seco y reventó.
Unos coches que habían sido volcados se lo llevaron en un camión-remolque y lo dejaron en en patio que el ayuntamiento tenía para tales casos. Algunos de aquellos vehículos estaban completamente destrozados. Un par de ellos se podrían reparar. Entre estos últimos se encontraba el Peugeot de Adriano.
“Nunca te he visto viajar en autobús” -dijo Herminio, vecino de Adriano-. “¿Qué pasó con tu coche?”
“El coche lo volcó el aluvión y se lo llevaron los obreros del municipio. Voy a ver si puedo traérmelo”.
“Yo voy a ver si encuentro tablas para arreglar el vallado del jardín” -dijo Herminio-. “La empalizada quedó completamente destrozada. Quizá encuentre algo que me sirva en el almacén de reciclaje”.
“Pues, te deseo suerte”.
“Igual te digo”.
Pero, a pesar de los deseos de ambos, ni Adriano pudo recuperar el coche porque tenía que esperar que diera el alta el ingeniero del ayuntamiento y la policía. Herminio tampoco encontró las tablas que necesitaba.
Cinco días más tarde todos los vecinos damnificados recibieron una circular del ayuntamiento para una reunión en la sala de un hotel cercano. El día convenido los vecinos fueron recibidos por el alcalde y dos concejales, además del comisario de la policía local. Primeramente fueron obsequiados con una bebida a elegir. La mayoría tomó café con tarta. Otros preferieron un refresco o una cerveza. Herminio le tocó sentarse a la derecha de una guapa chica de cabellos rojos.
“Permítame que me presente” -dijo la chica-, me llamo Helga y soy alemana de nacimiento, pero vivo en España desde la edad de ocho años. Mi padre fue ingeniero de la fábrica Philips de Bercelona, pero él y mi madre volvieron a Alemania cuando yo estaba estudiando en la Universidad y por eso me quedé aquí”.
“¡Mucho gusto! Yo me llamo Herminio y trabajo de carpintero particular. No sabía que en mi calle había una chica tan guapa”.
Helga se ruborizó.
“¡Muchas gracias!” -agradeció la chica, con una sonrisa.
De pronto el alcalde se puso en pie, levantó una copa y repiqueteó en ella con una cucharilla para llamar la atención.
“Me alegra ver que habéis venido todos los vecinos de la calle damnificada, pero al mismo tiempo, siento mucho lo ocurrido...”
El alcalde siguió hablando durante más tiempo del necesario para informar a todos de lo que el ayntamiento se disponía hacer para arreglar la calle y edificar una nueva torre para depósito de agua, pero esta vez se tendría en cuenta la catástrofe y no se darían tanta prisa en llenarlo de agua.
“Ahora tenemos que darles una mala noticia. El señor comisario tiene la palabra”.
“El señor alcalde ya lo ha dicho; tenemos una mala noticia”.
El comisario hizo una seña y entraron dos agentes de la policía local. Éstos se acercaron a la silla donde se sentaba el vecino Adriano.
“Tenemos que detener al señor Adriano Muñoz por haberse encontrado en su coche material ilegal y drogas. Señor Muñoz; haga el favor de acompañar a los agentes que están a su espalda”.
Un murmullo general llenó la sala.
“¡Yo no he hecho nada!” -gritó Adriano- “¡Soy un vecino damnificado y aún se me detiene como a un criminal!”
“Usted lo ha dicho” -contestó el comisario-: “como a un criminal. Haga el favor de no armar un escándalo mayor y vaya con los agentes sin alborotar”.
Cuando la calma volvió a reinar en el local los vecinos siguieron haciendo preguntas y a hablar entre ellos. Al otro lado de Herminio estaba sentado un señor que se presentó de esta forma:
“He oído hablar entre usted y la señorita Helga. Mi nombre es Günther Kohl. Yo también soy alemán. Quisiera hablar con vosotros cuando terminemos esta reunión”.
“No sé si la señorita Helga aceptará. Yo la he conocido hoy, pues ella vive casi al final de la calle y yo vivo mucho más para arriba”.
“¡Ah! Eso no importa. Yo vivo casi al principio de la calle y no conocía a ninguno de los dos. Por eso yo quiero empezar conocimiento con ella y con usted. Y, perdone mi español, que no es perfecto, que digamos”.
“Tú ¿que dices?” -preguntó Herminio a Helga- “¿Has escuchado lo que dijo tu paisano?”
“Sí, estoy conforme, pero primero quiero decirte que quiero hablar contigo a solas” -contestó Helga”.
Cuando salieron a la calle dijeron a Günther que se reuniera con ellos en el café ‘Pinocho’ dentro de media hora. Primero tenían que hablar de un asunto privado.
Helga y Herminio fueron andando, pues el café elegido estaba cerca. Por el camino Helga cogió a Herminio del brazo. Él notó en la parte superior de su brazo el agradable contacto del pecho derecho de Helga y no pudo remediar una erección.
“Herminio” -dijo Helga cuando ya estaban sentado en un rincón del café ‘Pinocho’-: Tengo en mi jardín muchos tableros que quitaron y me estorban. Los quitaron hace más de seis meses para ponerme otra valla nueva y no vinieron a llevarse las tablas viejas. ¿Quieres hacerme el favor de alquilar una furgoneta o algo por el estilo y llevar esa madera al depósito del ayuntamiento. Yo ya llamé y me dijeron que tenía que llevarlo yo misma, ellos no vienen a recogerlo”.
“¡Qué casualidad!” -exclamó Herminio- “Yo estoy buscando algo parecido para arreglar el vallado de mi jardín que el aluvión me destrozó por completo. Esta misma tarde voy a por esas maderas. Espero que me sirvan”.
“Yo creo que te servirán, porque muy estropeadas no están. Me das una gran alegría” -al decir ésto Helga acercó la cara a Herminio y le dio un beso en la boca. La erección de Herminio se incrementó de tal forma que éste creyó que iba a tener una eyaculación.
De pronto apareció en escena Günther.
“Bueno” -dijo cuando estuvo junto a ellos-, “ahora quiero presentarme como vecino y como amigo...”
Günther hablaba por los codos. De pronto, Hermino se levantó diciendo:
“Voy a alquilar un vehículo para transportar la madera. Dentro de media hora estaré en tu casa Helga, ¿de acuerdo?”
“Bueno” -dijo ella, y le alargó un papelito-, “aquí tienes el número de mi casa. Allí te espero”.
Cuando Herminio llegó a casa de Helga encontró al ‘amigo’ Günther hablando con ella. Herminio cargó las tablas en un remolque y, antes de marcharse dio un beso a Helga, diciéndole-:
“Cuando deje estas tablas en mi jardín vendré a verte, ¿vale?”
“¡De acuerdo, cariño!”
Herminio tardó tres cuartos de hora en llevar las tablas a su casa y descargarla. Después se duchó, se afeitó, llevó el remolque de vuelta y después fue a casa de Helga.
“¡Hola!” -dijo a Helga cuando le abrió la puerta- “¡Perdona! Hoy no puedo recibirte”.
“¿Por qué?” -preguntó Herminio con extrañeza- “¿No habíamos quedado...?”
“¡Lo siento! Hoy no puede ser”.
Herminio no pudo entrar, pero vio a Günther recostado en el sofá de Helga. Tenía medio cuerpo descubierto. Herminio se marchó para no volver jamás.
Al día siguiente, cuando Herminio se dedicaba a quitar las tablas rotas del jardín hizo un descubrimiento inesperado. Al retirar la tablas de su cobertizo vio que en el roto cobertizo del vecino había un par de armas automáticas y varios cajones con paquetes de cocaína. Se acordó que a Adriano se lo habían llevado detenido y aún no sabía el por qué, pero empezó a sospechar.
“¿Qué hacer?” -Herminio no sabía si ir a la mujer del vecino y decirle lo que cuasualmente había descubierto o, por el contario, llamar a la policía. ¡Vaya problema! Era su vecino, pero se dedicaba a negocios ilegales, criminales.
Al fin se decidió por decírselo a a la vecina y que ella hiciera lo que creyera conveniente.
“Mi marido ha hecho algo que es muy malo” -le dijo la vecina-. “Yo no sabía nada. Pero ahora quiero que lo juzguen y lo condenen para que así escarmiente. Y, gracias por venir a mí y contarme lo que ha encontrado. Estoy completamente deshecha”.
La policía vino a recoger el material que había en el cobertizo del vecino.
“Muchas gracias por avisarnos. Lo que hemos encontrado en el cobertizo podría haber causar muchas enfermedades y muertes. Lo sentimos mucho, pero su marido estaba metido en una organización muy peligrosa que traficaba con armas y drogas” -dijo el policía y se despidió de la señora dándole la mano.
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