Nuevamente el motor del auto comenzó a tener problemas. Esta vez Wilmar conducía
de noche por una carretera apartada de todo.
El vehículo empezó a andar a
tirones hasta que se detuvo completamente. Wilmar recostó la cabeza en el
volante. - ¡No, me hagas esto ahora, en medio de la maldita nada!
Después
levantó la cabeza, respiró hondo y buscó la linterna. Al salir cerró la puerta
con rabia.
Antes de abrir el capó iluminó los alrededores. Estaba rodeado de
bosque. Los árboles se agitaban con furia, crujían y rechinaban mientras
soportaban un viento frío que pasaba gimiendo como un ente rabioso. Miró hacia
arriba y vio que unas nubes blancas cruzaban velozmente sobre una luna
delgada.
Al examinar el motor enseguida identificó el problema, cuando creyó
haberlo reparado lo probó; funcionaba.
Fue a cerrar el capó y, apenas lo
bajó escuchó algo. Se le erizó la piel y empezó a girar apuntando la linterna
hacia donde volteaba; no identificaba de dónde venía el sonido, que parecía ser
el canto de unos niños.
Al iluminar una porción de bosque los vio. Eran
tres niños pequeños vestidos de blanco. Caminaban rumbo a él tomados de las
manos. Sus caras eran normales, pero sus sonrisas eran por demás diabólicas, y
sus miradas delataban una gran malicia; no eran niños.
Wilmar subió al auto
y arrancó. Vigiló el retrovisor por un buen rato pero no volvió a verlos; mas en
su mente se seguía repitiendo la canción. Trató de pensar en otra cosa, de
sacársela de su cabeza, cada vez la escuchaba más fuerte. No entendía lo que
decía, eran palabras en un lenguaje que no conocía, pero estaban allí,
taladrando su mente, volviéndolo loco.
Súbitamente se le ocurrió una idea.
Frenó el auto y buscó en la guantera.
¡El revolver! ¡Con el ruido que hace
tiene que parar ese canto infernal! - deliró Wilmar. Se recostó el caño a la
cabeza y se disparó.
Excelente historia, y un buen ritmo de narracion...
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