viernes, 10 de agosto de 2012

Otro ahogado

Cuando vez que íbamos a bañarnos en el arroyo, arrojábamos piedras hacia la casa.
Estaba abandonada no sé desde qué época, y era realmente aterradora. Unos árboles de follaje oscuro la mantenían entre las sombras. En el fondo había un pozo de agua, un vetusto jardín lleno de malezas, y lo que parecía ser los restos de un invernáculo. En el frente, una vereda de piedra que se perdía entre los pastos en algunos tramos, comenzaba en el portón enrejado de la propiedad y terminaba en unos escalones que subían hasta la puerta de la casa.
Para ir al arroyo bordeábamos el alambrado que era el límite de aquella propiedad. Le tirábamos piedras porque éramos niños y le temíamos, y se suele atacar lo que se teme. La mayoría de nuestros proyectiles daban en los árboles que rodeaban a la casa; sólo algunos traspasaban aquella barrera y daban contra los ladrillos de los muros, o a veces entraban por una ventana ya sin vidrios, entonces festejábamos como su hubiéramos hecho un gol.

En algunas ocasiones, éramos unos cuantos niños los que cruzábamos por allí, pero nunca nos atrevimos a traspasar el alambrado; por eso, cuando escuché aquellas voces que venían desde la casa, desconfié enseguida.
El día estaba nublado y algo tormentoso, seguramente por eso a ninguno de mis compañeros se le ocurrió ir hasta el arroyo. Recuerdo que miré varias veces el cielo. Unos nubarrones espesos, que parecían ser tan sólidos como una montaña, se congregaban por todos lados; aún así igual fui rumbo al arroyo. Al cruzar al lado de la casa, me detuve al escuchar que me llamaban, y girando la cabeza hacia ella pregunté:

- ¿Quién está ahí?
- Nosotros - me respondieron en coro. Enseguida reconocí la voz de mis compañeros.
- ¿Están adentro de la casa? ¿Cómo se animaron a entrar?
- Ven con nosotros. Encontramos algo muy interesante, ven pues, ¡ándale!

Además de ser un poco extraño que hablaran casi a la misma vez, aquellas no eran las palabras que usarían mis compañeros. Desconfiado, quedé donde estaba, y mirando hacia la casa, vi algo en una de sus ventanas. En un primer instante creí que era una mujer maquillada horriblemente, mas enseguida noté que se parecía más a una muñeca horrenda que a una persona, aunque se movía como si estuviera viva.
¡Que impresión tan fuerte que sufrí ese día, y que terror tan repentino y espantoso! Cuando llegué a mi casa dicen que estaba blanco como un papel.
Si hubiera entrado en la casa hubiera desaparecido para siempre, como desaparecieron dos niños del pueblo, en diferentes épocas. Todos suponen que se ahogaron en el arroyo, aunque buscaron kilómetros corriente abajo y nunca los hallaron, pero yo estoy seguro de que no llegaron a él.

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