lunes, 28 de junio de 2010

El hombre de negro

Y como siempre, alli­ estabamos los de siempre, haciendo lo de siempre. Sentados en la oscuridad, alejados de todo aquel que solo queria imponernos algo. Todos hablabamos, rei­amos, bebiamos y todas esas cosas que haces con los amigos. Cuando mejor lo pasabamos, Carol, mi mejor amiga empezo a llorar mientras gritaba que en el fondo en la oscuridad habaia alguien que vestia de negro y estaba tan palido (o al menos eso vio) que parecia un muerto. Todos comenzamos a reirnos y le dijimos que dejara de beber. Ella insistio. Dos de los chicos que estaban con nosotras se ofrecieron a acompanarla hasta el sitio para que se convenciera de que alli no habi­a nada ni nadie. Al final fuimos todos. Llegamos, miramos por todas partes y, como habi­amos pensado, no habia nada; mejor dicho, nadie. A Carolina se le paso el susto, volvimos a crear el ambiente que teniamos cuando vi algo: era ese hombre, el de negro. Me entro tal miedo que comence a gritar. Los chicos pusieron cara de mosqueo y nos empezaron a decir que la broma habi­a estado muy bien pero que pararamos, que se estaba haciendo pesada. Nosotras no dejabamos de decir que aquello no era una broma, que habiamos visto a aquel hombre o lo que fuese. Despues de un rato decidimos quedarnos alli­ un poco mas, pero esta vez cambiamos los sitios. Cuando mas a gusto estabamos, uno de los chicos, Juan, le dijo a otro que mirase al fondo. Este se levanto y dijo gritando ¡¡¡¡CORRED!!!! No tuve tiempo a girarme y mirar, pero se lo que vieron. ¡¡¡SI!!! Se que habiamos bebido, y tambien se que cuando se bebe se puede llegar a ver cosas que en realidad no estan pasando pero en este caso lo vimos cuatro personas. No volvimos a aquel sitio nunca mas.

viernes, 18 de junio de 2010

El perro rabioso

Los días en el campo se deslizan placidamente. La cantidad de horas de luz y la temperatura ambiente marcada por las cuatro estaciones del año definen el ritmo de las actividades: preparación de la tierra, siembra, cosecha etc. Parecería que el único tema de conversación en ese ámbito es el clima y cualquier suceso fuera de lo común puede llegar a convertirse debido a la soledad y la distancia en una verdadera tragedia.
Mi abuelo solía contarme lo que le había ocurrido a Don Belisario, el veterinario de su pueblo, un pueblo de campo.
Un viernes por la noche, Don Belisario recibe la visita de Juan, el peón de Don Pascual. Este le pide que vaya al día siguiente por su campo a ver a Rosamora, su yegua favorita ya que no la veía bien.
Don Belisario vivía en el pueblo con su mujer y su hija. Ellas habían planificado ir el fin de semana a visitar a su hermana, cosa que hacían cada dos o tres meses.
Don Pascual vivía en La Rosada, su campito de cien hectáreas con su mujer ya que sus hijos trabajaban en la ciudad. Juan, el peón, vivía en La Rosada durante la semana y los fines de semana volvía al pueblo con sus padres y hermanos.
Ese sábado Don Belisario llevó a su mujer y a su hija hasta la Terminal de Ómnibus y luego subió a su vieja camioneta para dirigirse hacia La Rosada. Le costó arrancarla, seguramente sería la batería, pero luego de unos minutos, encendió y despacio rumbeó tomando el viejo camino de tierra hacia el campo de Don Pascual.
Hacía calor. Belisario pensaba estar de vuelta al mediodía y ya saboreaba los mates que seguramente lo convidaría Don Pascual.
Al llegar a la tranquera, se bajo sin apagar la camioneta, bajo, abrió la tranquera y luego de traspasarla la cerró por si había algún caballo suelto.
De la tranquera a la casa había unos quinientos metros. Busco la sombra de un eucalipto cercano y estacionó la camioneta.
Tomó el maletín y cuando se dispuso a bajar del vehículo, un perro desconocido, negro y corpulento se abalanzó ladrando enloquecido mientras apoyaba sus patas sobre la puerta de la camioneta.
Trató de dirigirle palabras suaves para tratar de calmarlo, pero el perro parecía un monstruo. Ladraba y jadeaba sin cesar. Echaba espuma por la boca, los ojos parecían desviarse y los pelos del lomo erizados le hicieron notar que estaba ante un perro rabioso.
Don Belisario hizo sonar la bocina, pero nadie se asomó. Intentó arrancar la camioneta, pero esta vez no le respondió.
El calor se hacía sentir y Don Belisario se encontraba preso en su camioneta de un perro rabioso. Justo a él. Un veterinario!
Era la primera vez que Belisario se encontraba en una situación de este tipo y no estaba preparado. No llevaba consigo ni agua ni alimentos. Ni hablar de armas. No tenía y tampoco sabía usarlas.
El calor y los nervios le hacían transpirar más de lo común. La camioneta, que estacionó a la sombra con el correr de las horas quedó expuesta a los rayos del sol que parecían concentrarse sobre la cabina de la camioneta convirtiéndola en un horno. Tenía sed y temía desmayarse en cualquier momento.
Belisario trató de dormirse, pero de tanto en tanto el perro se abalanzaba sobre su ventanilla echando espuma por la boca enloquecido. Le preocupaba la ausencia de Don Pascual ¿Y si la bestia rabiosa lo había destrozado?
En el pueblo nadie lo echaría de menos, si no lo encontraban, pensarían que había ido a algún campo cercano a ver animales. Así que tenía que resistir hasta el lunes. Día en que Juan volviera al campo a trabajar. No tenía otra meta: Resistir.
Deseó que lloviera. Él, que siempre pensó que Dios era para los niños, que todavía inocentes podían depositar su Fe en los Reyes Magos, se vio de repente tratando de recordar el Padrenuestro. Si. Belisario se acordó de Dios. Hizo promesas.: “Si me salvo de ésta iré a Misa todos los domingos”, “Si salgo vivo, me voy a Luján caminando” y cosas por el estilo.
Muchas cosas pasaron por la cabeza de Belisario. En especial lo triste que sería morir de esa manera tan absurda: de sed, preso de un perro rabioso. Justo a él, un veterinario de pueblo que lo único que deseaba era vivir en paz.
La bestia continuó girando enceguecida. Mató una paloma y la descuartizó con sus dientes. Luego arreció contra un cajón de madera. La locura del monstruo crecía con las horas como aumentaba la temperatura.
Se hizo de noche y aprovechó para dormir.
El domingo intentó arrancar la camioneta, pero por lo visto se había encaprichado y nuevamente no le respondió. Aprovechó el fresco de la mañana. Ya sabía lo que le esperaba por la tarde: el sol implacable secando su boca ya lastimada por falta de líquido.
No tardó en desmayarse. Así lo encontró Juan al llegar el lunes por la mañana. Todos dicen que fue un milagro que haya resistido tantas horas sin agua con temperaturas tan altas.
Don Pascual y su esposa yacían destrozados del otro lado de la casa. Y la bestia negra , muerta junto a la camioneta.

miércoles, 9 de junio de 2010

El crimen extraño

Hasta no hace mucho tiempo, justo antes de construir la Avenida de la Real Fábrica de Sedas o Ronda Sur de Talavera, existían las ruinas de un viejo caserón en la zona de Entretorres. Este caserón fue utilizado durante la posguerra y hasta bien entrados los años cincuenta como prostíbulo. La casa era regida por un hombre llamado Carlos el cual iba siempre vestido de blanco. Llevaba un sombrero de ala ancha y corbatas de lo más extravagantes.

A pesar de que todo el mundo conocía la dedicación de ese lugar, Carlos era un hombre bien acogido por la sociedad, y sus negocios si bien no estaban bien vistos, se toleraban por parte de las autoridades. Al parecer una noche de 1951, una de las prostitutas que ejercían su labor en la casa apareció muerta en su cama con una puñalada en el vientre. La policía y la Guardia Civil, después de realizar sus investigaciones concluyeron en que se trataba de un hecho muy extraño. Nadie oyó los gritos de la mujer mientras era asesinada. En sus manos había heridas producidas por la hoja de un cuchillo y todo aparentaba como si hubiera sido ella misma la que se lo hubiera clavado. Los análisis forenses determinaron un suicidio y algo más: la prostituta estaba embarazada. Dos años después todo parecía haberse olvidado, aunque la habitación donde murió la joven no volvió a ser utilizada.

Carlos, el amo del local, mandó cerrar con llave la habitación y nadie entró allí durante varios meses. En verano de 1953, una mujer de unos 30 años llegó al prostíbulo. Como aquella noche de mercado, todo estaba lleno, Carlos no tuvo más remedio que alojarla en la habitación de la pobre prostituta muerta dos años antes. Cuando abrieron la puerta la sorpresa y el pánico aterrorizaron a ambas personas. En las paredes alguien había dibujado caras con terribles lamentos, también había cruces y animales como lechuzas, gatos y ratones. Carlos alojó a la nueva mujer junto con una compañera y a la mañana siguiente mandó pintar el cuarto. Sin embargo y a pesar de su esfuerzo, las caras de lamento volvían a aparecer una y otra vez en la pared. Carlos empapeló el cuarto, pero una súbita humedad hacía que los lienzos se cayeran y brotaran de nuevo las terribles imágenes.

La voz se empezó a correr por la ciudad y un mal día Carlos tuvo que cerrar su negocio y se marchó de Talavera. Desde entonces la casa permaneció en ruinas hasta aproximadamente 1994 en la que fue derrumbada para hacer una avenida. Existe una película en super 8 en la que se reflejan las horribles caras de pena que se suponen son de aquella mujer que se clavó un puñal desesperada por algo que nunca sabremos realmente...