jueves, 28 de noviembre de 2013

El monte encantado

Había caminado casi toda la tarde, y cuando ya se había hecho noche me senté a un costado del camino a descansar.  No estaba solo, me acompañaba Rufo, mi perro.
Al sacarme la mochila sentí que estaba mucho más liviano, y fue un alivio. Rufo se acostó a mi lado después de dar vueltas y vueltas sobre el pasto. Estaba casi todo oscuro pero se distinguían algunas cosas.  A unos diez metros del solitario camino empezaba a elevarse un monte pequeño, poco más que una arboleda. No estaba muy lejos de una zona poblada, mas desde allí no se veía ni una casa, ni una luz, y por el camino hacía rato que no pasaba ningún vehículo.
Cuando uno cree estar solo se sobresalta al advertir de golpe a otra persona, y esta figura dudosa se movía en la oscuridad.   Tenía una linterna en la mano pero no quise encenderla. Tal vez el otro no me había notado; a nadie le gusta que lo encandilen de pronto. Si era alguien que creía que no lo había notado, y traía alguna mala intención, se iba a llevar una sorpresa desagradable. Pero la sorpresa desagradable me la llevé yo, porque en un momento dado me pareció que no tenía cabeza.

Encendí la linterna y no había nadie. El foco de luz recorrió de un extremo al otro el montecillo pero no logré ver nada. al encender la linterna Rufo se había parado, y un rato después permanecía así, atento hacia el monte. De repente salió disparado y se metió a toda prisa entre los árboles. Lo llamé pero no me hizo caso. Pronto dejé de escuchar el ruido que hacía al pasar entre ramas y todo volvió a estar en silencio.  Entonces me acerqué al monte y lo llamé una y otra vez, silbé, mas cuando hacía una pausa para escuchar, nada, ni un ruido.
Supuse que el monte era más grande de lo que me parecía.  Ya estaba seguro de que había algo raro allí, pero no podía dejar a mi mejor amigo. Me interné entre los árboles y, linterna en mano empecé a buscarlo. En el mismo momento que gritaba o silbaba, una voz apenas audible repetía: “Por aquí, por aquí”, pero como apenas la escuchaba y sonaba junto a los sonidos que yo emitía, hasta que no la escuché varias veces no estuve seguro. Aquel lugar estaba embrujado. Empecé a desesperarme por salir. Cuando intentaba volver al camino entre una maraña de ramas, algo me habló de muy cerca, casi me susurró al oído:  “No te vayas a perder”. En ese instante creí que iba a enloquecer de terror.

Por suerte enseguida pude salir de la arboleda.  Al volver al camino seguí esperando a Rufo, aunque empezaba a creer que no lo vería nunca más.  Un rato después apareció, dándome una alegría inmensa. Y ahí si me marché de allí. Hasta no alcanzar las luces del pueblo no perdí de vista a Rufo, no porque temiera que se alejara nuevamente, sino porque desconfiaba que realmente fuera mi perro.

lunes, 18 de noviembre de 2013

La Madre

Clara salió a la vereda del hospital cargando el bebé en sus brazos. La noche se había presentado bastante fría. Envolvió mejor al bebé y procuró un taxi con la vista, pero solo había autos de particulares estacionados en aquella cuadra.  Entró de nuevo al hospital y le pidió a una enfermera que le llamara un taxi.  La enfermera, que estaba tras una ventanilla, llamó con desgano y volvió a ojear una revista. Clara le agradeció, sonriendo con falsedad, y volvió a esperar en la vereda.
Pasaron los minutos y nada, el taxi no llegaba.   Impaciente por la espera, Clara decidió irse a pie; su casa no estaba tan lejos. 
Caminaba rápido porque todavía estaba enfadada. Había llevado al niño de tarde, a un control programado que no podía evitar, pues no deseaba tener problemas, y demoraron tanto en atenderla que cuando lo hicieron ya estaba de noche. Clara quiso marcharse pero un doctor la hizo pasar. Ella temía que le hallaran algo raro, que se dieran cuenta, pero cuando lo examinaron solo era un niño normal.
Al llegar a una cuadra oscurecida por las sombras de unos árboles, una silueta humanoide contrahecha, pequeña y de andar desparejo le salió al cruce y le exigió:

- ¡Dame el bebé!, ¡dame el bebé!…
- ¡Nunca! -gritó Clara, y sacando un amuleto de un bolsillo de su abrigo se lo presentó al ser aquel.
- ¡Ah! ¡Dame el bebé! ¡Dame… ah! -y contra su voluntad la criatura retrocedió hasta las sombras.

Entonces el bebé abrió con sus brazos la manta que lo cubría y dijo con una voz aguda y áspera:

- ¡Suéltame, maldita bruja! ¡Suéltame!…
- ¡Silencio! -le ordenó ella, y le puso el amuleto frente a la cara, haciendo que el bebé se volviera a cubrir.
- Pronto me apreciarás. He domesticado a peores engendros que tú -le aseguró la bruja.

martes, 29 de octubre de 2013

El hijo del fantasma

Los sueños extraños comenzaron cuando me mudé de casa. No eran pesadillas pero me inquietaban profundamente, pues en esos sueños veía gente que nunca conocí y recorría lugares desconocidos, y veía todo con tanta claridad que no parecían ser creaciones de mi mente, sino recuerdos. Soñaba también con aquella casa, pero al recorrerla lucía diferente, más nueva.
La situación extraña no se limitaba a tener esos sueños, porque por un comentario que hizo mi esposa me enteré que por las noches hacía cosas sin darme cuenta, si recordarlas luego. No le dije nada para no asustarla, si es que me creía, porque caminar dormido es una cosa, pero lo que yo hacía en esos momentos que no recordaba… sí que era extraño para un sonámbulo.
Una noche sumamente calurosa, abandoné el lecho y fui a sentarme al patio interior. Desde allí veía el interior de la habitación gracias a la gran ventana que tenía y a las cortinas descorridas. Veía la mesita con la veladora, la cama, y en ella mi esposa.

Seguía disfrutando del aire fresco cuando vi que algo se movía dentro de la habitación, y vi de pronto a un ser espectral, a un fantasma. Era una figura humana borrosa, como hecha de humo. Flotaba lentamente ante mis aterrados ojos, y sin poder moverme vi como se ubicaba en mi lado de la cama hasta quedar acostado.
Reaccioné un instante después, me precipité hacia el cuarto, pero cuando entré mi lugar estaba vacío, o el fantasma ya no se veía más.   Esa noche comprendí el origen de aquellos extraños sueños: eran los recuerdos del fantasma. Y me estremecí al pensar en aquellos momentos de la noche que no recordaba, pues comprendí que sucedían cuando el fantasma se apoderaba de mi cuerpo.
Desesperado, inventé una excusa y nos marchamos al día siguiente.
Hoy mi esposa me dijo que está embarazada. Sé que ese niño tiene mi sangre, pero teniendo en cuenta la fecha de la concepción, creo que es hijo del fantasma. 

miércoles, 16 de octubre de 2013

Terrible venganza de Jenny, la gorila

-Los reuní aquí porque quiero contarles una historia…, la historia más asombrosa que escucharán en su vidas- dijo el viejo Sandoval, dando una larga pitada a su oloroso habano cubano-. Ustedes saben que mi gran pasión es la caza mayor, y que a causa de esta noble actividad de caballeros, he ganado unos cuantos enemigos a lo largo de mi vida. Lo que no saben es que mi enemigo más fabuloso no es un hombre, sino un animal. Una gorila llamada Jenny. Si tienen un poco de paciencia, explicaré sobre el asunto, porque creo que vale la pena escucharlo.
     "Fue hace mucho, a principio de los ochenta, cuando escuché hablar de ella por primera vez, en la selva del Congo. Según el relato de los aldeanos, existía en la selva una gorila a la que llamaban Jenny, que poseía la inteligencia de un hombre y lideraba una manada de quince o veinte gorilas, todos ellos imposibles de ver y mucho menos de cazar. Varios de los hombres que trataron de cazarla terminaron de la peor manera, de hecho el último de ellos, un inglés de porte distinguido y aristocrático, había sido encontrado en lo alto de un árbol de teca, con la cabeza girada hacia atrás y su rifle de última tecnología metido profundamente en el trasero. No sé si todos estos rumores eran reales, pero lo cierto es que después de escucharlos quedé naturalmente obsesionado con Jenny. Me propuse conseguir lo que nadie hasta el momento había logrado: darle caza. Había una sola fotografía de Jenny, que un turista afortunado había conseguido tomar meses atrás. Con eso me bastaría para reconocerla y atraparla. Contraté a varios hombres para que me ayudaran con el rastreo, y luego de un día entero de preparativos, en el cual nos aprovisionamos y cargamos nuestras mejores armas y trampas, partimos rumbo a la selva.
    "No aburriré a mi audiencia contando los pormenores de aquella caza que duró dos semanas enteras, pero sí diré que Jenny era realmente muy astuta y en varias ocasiones burló nuestras emboscadas más efectivas. Aquella endemoniada gorila se movía como una sombra y su manada no se quedaba atrás. Sin embargo, al cabo de quince días mis hombres lograron sorprender al grupo, o al menos parte de él, mientras bebía a la vera de un arroyo. La mayoría de los animales escapó, aunque logramos matar a dos de sus integrantes. Ninguno de ellos era Jenny. Uno era un gorila viejo, que prácticamente no tenía dientes y con seguridad no viviría otro año más. El otro era un bebé. Un bebé gorila, de no más de diez meses de edad. Y es aquí donde comienza la parte extraordinaria de la historia.
    "Reconocimos al bebé en la foto del turista. Estaba trepado a la espalda de Jenny: era su hijo. Así que decidimos utilizar el cadáver del bebé como carnada. Empalamos su cuerpo cerca del campamento y aguardamos, apostados detrás de una trinchera natural formada por las rocas de un montículo, la llegada de Jenny, pero nunca apareció. Yo pensaba quedarme en la selva el tiempo que fuera necesario, estaba realmente entusiasmado ante la posibilidad de capturar a la legendaria gorila, pero un desgraciado accidente interrumpió forzosamente la cacería. Uno de mis guías cayó por un acantilado y se rompió el cuello. Digo que fue un accidente, porque en ese momento realmente creímos que lo era, aunque luego, en vistas de lo sucedido, me vi obligado a reconsiderar los hechos…
    "A regañadientes abandoné la expedición y regresé a mi hogar. Jamás había vuelto de una jornada de caza con las manos vacías, por lo que me sentí inútil y miserable. Aunque la cabeza del bebé gorila, que mandé a embalsamar y que ahora cuelga de una de mis paredes, en más de una ocasión actuó como triste consuelo.

lunes, 30 de septiembre de 2013

El misterio de la escuela embrujada

En medio de la clase, mientras la maestra dictaba y los niños escribían, al chistoso
de la clase se le ocurrió una broma. Diciendo que no había oído bien una palabra,
le pidió a la maestra que la repitiera (la misma palabra vulgarmente tenía otro
significado). Toda la clase lo había advertido, y al entender la broma del chistoso
todos se rieron al unísono, fue como una explosión de risa.
La maestra les ordenó que hicieran silencio, los niños callaron, pero en el salón
siguió resonando una risa. Era una carcajada chillona y aguda, y al mismo tiempo
Algo ronca.
- ¡Dije que hicieran silencio! ¿Quién se sigue riendo? - dijo la maestra con tono
enfadado. Buscó con la mirada pero no halló al culpable. Se oía con claridad que
La risa se originaba en el salón, los alumnos se miraban unos a otros desconcertados.

Ese fue el primer echo extraño. Unos días después, durante un recreo, cuando los
salones estaban vacíos, se oyó el rechinar de las patas de las sillas, como si alguien
las arrastrara. Todos los salones fueron desordenados, los asientos estaban
desparramados, una maestra gritó y cayó desmayada al ver una silla moviéndose
sola, desplazándose con sus patas como lo hace un araña.
La escuela cayó en desgracia, los padres no querían enviar a sus hijos, y varias
maestras abandonaron su puesto. Inevitablemente la escuela terminó cerrando
sus puertas. Nadie sabe con exactitud qué fue lo que invadió o se posesionó
de la escuela. Algunos hablan de el fantasma de un niño, otros dicen que fe
una maldición. Tal vez algún día se aclare el misterio de la escuela embrujada

viernes, 6 de septiembre de 2013

La casa de los payasos

Tomás despertó sintiéndose terriblemente mal, y cuando quiso moverse supo que lo habían atado a la cama.  También lo habían amordazado. La luz de la habitación estaba encendida, y las fotos, dibujos y retratos de payasos que había en las cuatro paredes parecían moverse confusamente, todo el cuarto se hamacaba en derredor de Tomás, que no entendía qué pasaba.
Después empezó a despabilarse; la substancia que lo mareaba comenzaba a ceder.
Tras aclarar sus pensamientos y recordar algunos sucesos de esa noche llegó a una conclusión: la pareja dueña de la casa en donde se hallaba lo había intoxicado durante la cena, o después de ella, en el café, y ellos habían descompuesto su auto. Después de la cena el hombre se ausentó un momento, tiempo suficiente como para descomponer el auto. Cuando Tomás quiso marcharse descubrió que su coche no arrancaba, y ya sentía tanto sueño, y la pareja insistió tanto para que se quedara que terminó aceptando el ofrecimiento. Seguramente lo habían atado a la cama mientras estaba inconsciente; pero, ¿por qué? ¿Había caído en las manos de un par de locos?

Tomás hacía bastante tiempo que los conocía, sin embargo no sabía mucho de ellos, pero como eran tan amables había aceptado cenar en su casa.  Sabía que ellos habían perdido un hijo. El cuarto donde se hallaba ahora era de ese hijo muerto, y obviamente había sido fanático de los payasos.
La puerta de la habitación se abrió y un payaso asomó la cabeza, después asomó otra por encima de la de este:

- ¡Hola! Por fin despertaste -dijo uno de los payasos. Tomás reconoció la voz; era el dueño de la casa, y evidentemente el otro payaso era su mujer.
- Tomas -dijo la mujer-, te vamos a presentar a nuestro hijo. Él todavía no ha cenado...

Empujaron la puerta hasta abrirla por completo, y entre los dos entraron un ataúd y lo apoyaron en la pared verticalmente. Tomas veía aquella macabra escena sin poder moverse ni gritar.
Los locos disfrazados de payasos aterradores abrieron el ataúd, y adentro estaba el cadáver de su hijo, ya terriblemente maltrecho por la muerte, y al igual que ellos también vestía como un payaso, pero su aspecto era todavía más aterrador.
Aquella situación bastaba para llenar de terror a cualquiera, pero empeoró mucho más. El payaso muerto empezó a moverse. Sus padres lanzaban ahora unas carcajadas estridentes llenas de locura.
Salió de su ataúd, miró en derredor mientras gemía, y al ver a Tomas el payaso terrorífico fue abriendo la boca y empezó también a reír aterradoramente, y paso a paso se le fue acercando.   

martes, 27 de agosto de 2013

La cuna que se mueve

El bebé se quejó incómodo. La habitación estaba oscura, pero Luciano, que había escuchado el quejido de su hijo, no encendió la luz porque la cuna estaba al lado de la cama. Estiró el brazo para mecerla un poco, mas apenas pudo arañar el borde de la cuna.
Había hecho eso medio dormido, pero al notar que no la alcanzaba despertó completamente, un poco alarmado incluso. Se sentó en la cama y encendió la veladora. En efecto, la cuna estaba más apartada.
En ese momento la esposa de Luciano también se despertó, y al ver a su marido meciendo la cuna le preguntó en voz baja:
 - ¿Se despertó?
- No, pero casi, se estaba quejando. Parece que alejé la cuna sin querer, porque no la alcanzo desde la cama, pero ya la acomodo. Mejor sigue durmiendo que en cualquier momento se despierta enserio.
 Ella siguió su consejo, se dio media vuelta y quedó dormida. Él se acostó y apagó la luz. Ahora no tenía sueño, y con los ojos cerrados escuchaba la respiración de su hijo.
Pasaron los minutos, media hora, una hora, y él seguía despierto, aunque estaba inmóvil y con los ojos cerrados. Algo lo mantenía alerta, era el asunto de la cuna; aunque la hubiera empujado muy fuerte sólo la hubiera mecido, no podía haberla movido, pero, ¿qué otra cosa podía ser?
De pronto escuchó un ruido apenas perceptible, después un leve chirrido. Estaban corriendo la cuna, la estaban acercando a la ventana. Luciano encendió la veladora y se levantó al mismo tiempo, y fue tan rápido que lo que intentaba robar a su hijo enganchando la cuna con un dedo larguísimo que había estirado desde la ventana entornada, aún se asomaba tras el vidrio, y era una anciana espeluznante de cabellos electrizados y ojos completamente negros, diabólicos: era una bruja. La bruja, al verse descubierta retrajo el dedo que había alargado con su magia, para inmediatamente desaparecer hacia atrás y perderse en la oscuridad.   

martes, 13 de agosto de 2013

En el galpón

A pesar de que ya se había hecho noche, los niños siguieron jugando a las escondidas.
Mauricio y sus tres hermanos usaban la huerta y el jardín como lugar de juegos. Unas lámparas potentes iluminaban parcialmente el lugar, pero a la vez creaban sombras, haciendo que fuera ideal para jugar a las escondidas. Cuando a uno le tocaba encontrar a los otros corría por aquí y por allá buscando entre las plantas, en las sombras de los árboles frutales, y así hallaba a los otros.
Ahora Mauricio buscaba a sus hermanos. Encontró rápidamente a los dos mayores, pero faltaba el más pequeño. Atravesó todo el huerto sin hallarlo y llegó hasta el viejo galpón que fuera de su abuelo.
Desde el interior del galpón llegaba una risita apagada. Mauricio escuchó con atención. “Que tonto”, pensó “Se metió en el galpón y no puede aguantar la risa. Pero, ¿cómo hizo para meterse ahí? Siempre está cerrado, y adentro está lleno de todas esas cosas que el abuelo coleccionaba”.
Fue hasta la puerta, estaba entornada. Adentro estaba oscuro, mas unos rayos de la luz que evadían los árboles de la huerta se filtraban por una de las paredes de madera del galpón.  Después de un momento de escudriñar en vano, la vista de Mauricio se acostumbró a la oscuridad y distinguió una silueta pequeña. Se abalanzó hacia la silueta y la tomó por los hombros ¡Te agarré!

Pero enseguida se dio cuenta que aquello no era su hermano; estaba sujetando una muñeca espantosa. A la muñeca le brillaron los ojos y lanzó una carcajada chillona y aterradora.
El pobre Mauricio la soltó y salió de allí a los gritos. En el final de la huerta encontró a sus tres hermanos, que al escucharlo gritar habían corrido hacia él. Y cuando estaban todos juntos escucharon las carcajadas terroríficas de la muñeca, y aunque los otros no sabían qué era aquello también huyeron hacia la casa. Después Mauricio les contó lo que había visto.
Los hermanos volvieron al galpón con la luz del día. Allí estaba la muñeca, era espantosa.
No les habían dicho nada a sus padres pues suponían que no les iban a creer. Ellos tenían que encargarse de la muñeca. Usando un rastrillo largo la arrastraron fuera del galpón, y valiéndose de otras herramientas la hicieron pedazos, para luego enterrarla bien hondo. Y con eso creyeron terminar el asunto; pero no sabían que en el galpón había más muñecos, y que éstos habían visto todo.

martes, 30 de julio de 2013

Soy feliz

Ya va pasando la media noche, me levanto sin saber porque, solo sé que he soñado despierto desde que me acosté y no recuerdo que es, me levanto y empiezo a caminar, abro la puerta de mi hija, regreso a mi habitación, veo a mi esposa dormir, solo sé que me da paz.
Algo me está murmurando cosas y no sé que son esas palabras solo la sensación me interesa, miro al fondo del pasillo está obscuro, no tengo miedo la sensación es intensa es una sensación de poder. Voy y regreso, los pasos más intensos cada vez más acelerados, miro las habitaciones, miro la cocina y no sé porque, algo en mí me da risa me pone feliz, una luz me despierta y regreso a la realidad, me espanto de la sensación regreso a mi cuarto me obligo a dormir.
Ya va pasando la media noche, me levanto no dejo de pensar, abro las habitaciones y empiezo a escuchar, miro la cocina tomo algo y empieza mi caminar, la sensación es cada vez mejor, más feliz soy. Abro la puerta empiezo a caminar, me acerco a un cuerpo lo quiero atacar, una luz me despierta, regreso a mi cama comienzo a descansar.
Ya va pasando la media noche, me despierto comienzo a caminar voy a la cocina y me dirijo a una habitación, veo un cuerpo lo comienzo a atacar, la ira se sumerge y estalla cada vez más, una luz ya no me despierta solo me deja mirar, me levanto me limpio me voy a dormir en paz, han pasado 6 horas me levanto preparo desayuno, una risa me distrae me abraza me dice papá, la abrazo la quiero, otras manos nos separan y nos comienzan a abrazar, un grito nos interrumpe, es mi vecina de atrás. No me importa somos felices y eso me da paz. 

miércoles, 10 de julio de 2013

Lo que sucedió esa noche

Era noche y observaba aquel cuerpo inerte, tendido en el suelo, bañado en sangre y con dos hombres con pasamontañas despojandole de sus pertenencias !que injusticia al ver el acontecimiento!, yo grite !vayanse, viene la policia! pero no me hicieron caso, cuando de pronto, habiendo realizado el acto, los sujetos se fueron, sonaban a lo lejos las sirenas, me acerque al cuerpo poco a poco, no sin antes pensar lo atrevido de mi accion, observe las facciones de aquel cuerpo inmovil que yacia en el suelo, tenia dos orificios de bala, uno en el pecho y otro finalmente en la cabeza. No paso mucho tiempo para que me diera cuenta de que el hombre que habia sido asaltado era yo, la atroz realidad me baño como agua fria,por que no recordaba nada?,como llegue a este estado?, lo unico que se, es que en este momento, no soy mas que un fantasma hablando de su propia muerte.

viernes, 28 de junio de 2013

El asesino

El culpable era defendido por un jovencísimo abogado, un novato que habló así:

-Los hechos son innegables, señores del jurado. Mi cliente, un hombre honesto, un empleado irreprochable, bondadoso y tímido, ha asesinado a su patrón en un arrebato de cólera que resulta incomprensible. ¿Me permiten ustedes hacer una sicología de este crimen, si puedo hablar así, sin atenuar nada, sin excusar nada? Después ustedes juzgarán.

Jean-Nicolas Lougère es hijo de personas muy honorables que hicieron de él un hombre simple y respetuoso. Este es su crimen: ¡el respeto! Este es un sentimiento, señores, que nosotros hoy ya no conocemos, del que únicamente parece quedar todavía el nombre, y cuya fuerza ha desaparecido. Es necesario entrar en determinadas familias antiguas y modestas, para encontrar esta tradición severa, esta devoción a la cosa o al hombre, al sentimiento o a la creencia revestida de un carácter sagrado, esta fe que no soporta ni la duda ni la sonrisa ni el roce de la sospecha. No se puede ser un hombre honesto, un hombre honesto de verdad, con toda la fuerza que este término implica, si no se es respetuoso. El hombre que respeta con los ojos cerrados, cree. Nosotros, con nuestros ojos muy abiertos sobre el mundo, que vivimos aquí, en este palacio de justicia que es la cloaca de la sociedad, donde vienen a parar todas las infamias, nosotros que somos los confidentes de todas las vergüenzas, los defensores consagrados de todas las miserias humanas, el sostén, por no decir los defensores de todos los bribones y de todos los desvergonzados, desde los príncipes hasta los vagabundos de los arrabales, nosotros que acogemos con indulgencia, con complacencia, con una benevolencia sonriente a todos los culpables para defenderlos delante de ustedes, nosotros que, si amamos verdaderamente nuestro oficio, armonizamos nuestra simpatía de abogado con la dimensión del crimen, nosotros ya no podemos tener el alma respetuosa. Vemos demasiado este río de corrupción que fluye de los más poderosos a los últimos pordioseros, sabemos muy bien cómo ocurre todo, cómo todo se da, cómo todo se vende. Plazas, funciones, honores, brutalmente a cambio de un poco de oro, hábilmente a cambio de títulos y de lotes de reparto en las empresas industriales, o simplemente por un beso de mujer. Nuestro deber y nuestra profesión nos fuerzan a no ignorar nada, a desconfiar de todo el mundo, ya que todo el mundo es sospechoso, y quedamos sorprendidos cuando nos encontramos enfrente de un hombre que tiene, como el asesino sentado delante de ustedes, la religión del respeto tan arraigada como para llegar a convertirse en un mártir.

Nosotros, señores, hacemos uso del honor igual que del aseo personal, por repugnancia a la bajeza, por un sentimiento de dignidad personal y de orgullo; pero no llevamos al fondo del corazón la fe ciega, innata, brutal, como este hombre. Déjenme contarles su vida.

Fue educado, como se educaba antaño a los niños, dividiendo en dos clases todos los actos humanos: lo que está bien y lo que está mal. Se le enseñó el bien, con una autoridad tan irresistible, que se le hizo distinguir del mal como se distingue el día de la noche. Su padre no pertenecía a esa raza de espíritus superiores que, mirando desde lo alto, ven los orígenes de las creencias y reconocen las necesidades sociales de donde nacen estas distinciones. Creció, pues, religioso y confiado, entusiasta e íntegro. Con veintidós años se casó. Se le hizo casar con una prima, educada como él, sencilla como él, pura como él. Tuvo cierta suerte inestimable de tener por compañía una honesta mujer virtuosa, es decir, lo que hay de más escaso y respetable en el mundo. Tenía hacia su madre la veneración que rodea a las madres en las familias patriarcales, el culto profundo que se reserva a las divinidades. Trasladó sobre su madre un poco de esta religión, apenas atenuada por las familiaridades conyugales. Y vivió en una ignorancia absoluta de la picardía, en un estado de rectitud obstinada y de tranquila dicha que hizo de él un ser aparte. No engañando a nadie, no sospechaba que se le pudiera engañar a él.

Algún tiempo antes de su boda había entrado como contable en la empresa del señor Langlais, asesinado por él hace unos días. Sabemos, señores del jurado, por los testimonios de la señora Langlais, de su hermano, el señor Perthuis, asociado de su marido, de toda la familia y de todos los empleados superiores de este banco, que Lougère fue un empleado modelo, ejemplo de probidad, de sumisión, de dulzura, de deferencia hacia sus jefes y ejemplo de regularidad. Se le trataba, por otra parte, con la consideración merecida por su conducta ejemplar. Estaba acostumbrado a este respeto y a la especie de veneración manifestada a la señora Lougère, cuyo elogio estaba en boca de todos.

Unos días después, ella murió de unas fiebres tifoideas. Él sintió seguramente un dolor profundo, pero un dolor frío y tranquilo en su corazón metódico. Sólo se vio en su palidez y en la alteración de sus rasgos hasta qué punto había sido herido. Entonces, señores, ocurrió algo muy natural. Este hombre estaba casado desde hacía diez años. Desde hacía diez años tenía la costumbre de sentir una mujer cerca de él, siempre. Estaba acostumbrado a sus cuidados, a esta voz familiar cuando uno llega a casa, al adiós de la tarde, a los buenos días de la mañana, a ese suave sonido del vestido, tan del gusto femenino, a esta caricia ora amorosa, ora maternal que alivia la existencia, a esta presencia amada que hace menos lento el transcurrir de las horas. Estaba también acostumbrado a la condescendencia material de la mesa, a todas las atenciones que no se notan y que se vuelven poco a poco indispensables. Ya no podía vivir solo. Entonces, para pasar las interminables tardes, cogió la costumbre de ir a sentarse una hora o dos a la cervecería vecina. Bebía un bock y se quedaba allí, inmóvil, siguiendo con una mirada distraída las bolas de billar corriendo una detrás de la otra bajo el humo de las pipas, escuchando, sin pensar en ello, las disputas de los jugadores, las discusiones de los vecinos sobre política y las carcajadas que provocaban a veces una broma pesada al otro extremo de la sala. Acababa a menudo por quedarse dormido de lasitud y aburrimiento. Pero tenía en el fondo de su corazón y de sus entrañas, la necesidad irresistible de un corazón y de un cuerpo de mujer; y sin pensarlo, se fue aproximando, un poco cada tarde, al mostrador donde reinaba la cajera, una rubia pequeña, atraído hacia ella invenciblemente por tratarse de una mujer.

Pronto conversaron, y él cogió la costumbre, muy agradable, de pasar todas las tardes a su lado. Era graciosa y atenta como se tiene que ser en estos amables ambientes, y se divertía renovando su consumición lo más a menudo posible, lo cual beneficiaba al negocio. Pero cada día Lougère se ataba más a esta mujer que no conocía, de la que ignoraba toda su existencia y que quiso únicamente porque no veía otra. La muchacha, que era astuta, pronto se dio cuenta que podría sacar partido de este ingenuo y buscó cuál sería la mejor forma de explotarlo. Lo más seguro era casarse.

A esta conclusión llegó sin remordimiento alguno.

Tengo que decirles, señores del jurado, que la conducta de esta chica era de lo más irregular y que la boda, lejos de poner freno a sus extravíos, pareció al contrario hacerla más desvergonzada. Por juego natural de la astucia femenina, pareció cogerle gusto a engañar a este honesto hombre con todos los empleados de su despacho. Digo "con todos". Tenemos cartas, señores. Pronto se convirtió en un escándalo público, que únicamente el marido, como todo, ignoraba. Al fin esta pícara, con un interés fácil de concebir, sedujo al hijo del mismísimo patrón, joven de diecinueve años, sobre cuyo espíritu y sentido tuvo pronto ella una influencia deplorable. El señor Langlais, que hasta ese momento tenía los ojos cerrados por la bondad, por amistad hacia su empleado, sintió, viendo a su hijo entre las manos, -debería decir entre los brazos de esta peligrosa criatura- una cólera legítima.

Cometió el error de llamar inmediatamente a Lougère y de hablarle impelido por su indignación paternal. Ya no me queda, señores, más que leerles el relato del crimen, formulado por los labios del mismo moribundo y recogido por la instrucción:

"Acababa de saber que mi hijo había donado, la misma víspera, diez mil francos a esta mujer y mi cólera ha sido más fuerte que mi razón. Verdaderamente, nunca he sospechado de la honorabilidad de Lougère, pero ciertas cegueras son más peligrosas que auténticas faltas.

Le hice pues llamar a mi lado y le dije que me veía obligado a privarme de sus servicios. Él permanecía de pie delante de mí, azorado, sin comprender. Terminó por pedir explicaciones con cierta vivacidad. Yo rechacé dárselas, afirmando que mis razones eran de naturaleza íntima. Él creyó entonces que yo tenía sospechas de su falta de delicadeza, y, muy pálido, me rogó, me requirió que me explicara. Convencido de esto, se mostró arrogante y se tomó el derecho de levantarme la voz.

Como yo seguía callado, me injurió, me insultó, llegó a tal grado de exasperación que yo temía que pasara a la acción. Ahora bien, de repente, con una palabra hiriente que me llegó a pleno corazón, le dije toda la verdad a la cara. Se quedó de pie algunos segundos, mirándome con ojos huraños; después le vi coger de su despacho las largas tijeras que utilizo para recortar el margen de algunos documentos; a continuación le vi caer sobre mí con el brazo levantado, y sentí entrar algo en mi garganta, encima del pecho, sin sentir ningún dolor."

He aquí, señores del jurado, el sencillo relato de su muerte. ¿Qué más se puede decir para su defensa? Él ha respetado a su segunda mujer con ceguera porque había respetado a la primera con la razón.

Después de una corta deliberación, el acusado fue absuelto.

viernes, 14 de junio de 2013

La cosa de la oscuridad

Emilio ya se acostó un poco asustado. Estaba de visita en la casa de sus abuelos. Como casi nunca los veía no era mucho el afecto que tenía hacia ellos, y la casa lo impresionaba bastante por ser vieja y grande, por eso nunca se quedaba, a pesar de que sus abuelos siempre lo invitaban.
Como en su cumpleaños ellos le regalaron una bicicleta nueva, fue casi una obligación quedarse un fin de semana con sus abuelos.
Acostado pero sin poder  dormir, Emilio escudriñaba la oscuridad del cuarto. En aquella oscuridad, algunas cosas parecían moverse, sobre todo un abrigo que estaba colgado en un rincón. Parecía mover las mangas como si hubiera algo dentro de él, lo que le daba la apariencia de alguien sin cabeza y sin piernas.

Emilio trató de no mirar más hacia el abrigo, pero donde posara la mirada había algo que se veía aterrador en la penumbra. Hasta la gran mancha de humedad que prosperaba en una de las paredes parecía ser un rostro deforme que sonreía. En el rincón más oscuro, Emilio veía aparecer y desaparecer a un cuerpo informe, pequeño, que flotaba por un instante para enseguida desaparecer en la oscuridad.
Para no seguir asustándose cerró los ojos y se cubrió hasta la cabeza. El silencio de la casa y sus alrededores finalmente hicieron que se durmiera.
Despertó al escuchar que golpeaban la puerta; ya estaba de día, era su abuela.

- ¿Se puede pasar? - preguntó su abuela desde el corredor.
- Sí abuela, pasa.
- ¡Buen día! - saludó la anciana tras abrir un poco la puerta.
- Buen día.
- Veo que sentiste frío. Hubieras tomado una frazada del ropero.
- No sentí frío abuela, ¿por qué lo dices? - le preguntó Emilio mientras se sentaba en la cama.
- Creí que habías sentido frío porque vi que tienes ese abrigo en la cama.
Emilio miró hacia un lado y vio horrorizado que el abrigo que parecía moverse estaba sobre la cama.

lunes, 27 de mayo de 2013

Lo que en verdad sucedió en la casa abandonada

Cuando la piedra voladora casi me golpea la cabeza, comprendí que la casa no estaba desierta,  y que lo que consistía en una historia popular cobró vida al instante en el que mi corazón parecía estallar.  Cuando quisimos huir,  la reja de la entrada se había cerrado y era imposible escalarla,  la empujábamos con desesperación sin lograr abrirla, nadie pasaba por ese paraje ya que la casona estaba en una cuadra dónde sólo habían tres casas más y ninguna de ellas estaba habitada.
Sabíamos que la bruja quería nuestras zapatillas, con ellas podría hacer su pócima y si lo lograba nuestras almas estarían condenadas para siempre.  Nos armamos con dos grandes palos que estaban tirados al costado del maltrecho sendero,  recorrimos lentamente el jardín oscuro buscando otra salida,  sólo nos quedaba rodear la casa para probar suerte en el lado opuesto, y así fue como lo hicimos, nerviosamente brazo con brazo temiendo lo peor en cada momento. Cuando estábamos pasando debajo de un ventanal, de sus rotos vidrios asomó un esquelético brazo pálido con arrugas que parecían surcos grisáceos que no terminaban jamás,  agarrando a mi primo de sus cabellos, la mano mortecina con largas uñas negras no soltaba y el espanto y los gritos se apoderaron de la noche, mientras una risotada que parecía de otro mundo espantó a dos lechuzas que descansaban en el pino.
Con un fuerte golpe del palo, soltó los cabellos del afligido niño, lo que nos permitió correr a toda prisa,  al llegar al fondo de la casa no encontramos alguna salida, por el contrario sólo hallamos tres antiguas lápidas con cruces invertidas.  De nada sirvieron nuestros gritos de pedido de auxilio,  ahora podíamos ver entre las sombras la figura de algo que se acercaba lentamente con trabajo casi lastimosamente.  Por instinto retrocedimos hasta pisar literalmente las fosas y fue en ese momento que sentí inmóviles mis pies, parecían aferrados al suelo, a los dos nos sucedía ese extraño hecho;  por lo tanto nuestros pies salieron de sus fundas de cuero para retroceder aún más hasta la pared cercana.  Fue espantoso ver a la bruja acercarse a nuestras zapatillas,  tomó los calzados;  nos clavó una malévola mirada y volvió lentamente a la casona.
  –¿Ahora que hacemos?  –pregunté.
–  Tenemos que recuperar las zapatillas, ya sabes lo que dicen, si la bruja hace algún conjuro con ellas nuestras almas estarán condenadas.  –dijo mi primo.
Estuvimos de acuerdo, debíamos entrar y golpear a la vieja si era necesario para recuperar nuestros calzados y huir lo antes posible de ese lugar de pesadilla.
No costó mucho trabajo abrir la vieja puerta de madera, mientras el caldero hervía la arpía conjuraba con su ronca voz lo que debería ser el sortilegio.
 Las dimensiones de espacio-tiempo cobran sentido cuando de repente te encuentras en la situación de sentirte acorralado sin saber como pudo cerrarse aquella maldita puerta.  Apuntándonos con sus afilados dedos venía la vieja.  La puerta entreabierta que estaba a la derecha no parecía tan malévola, nos abalanzamos sobre ella sin prevenir la escondida escalera.  Caíamos hacia un sótano oscuro y maloliente;  ¿Qué podía ser peor?  Que la bruja cerrase la puerta con cerrojo.
Sebastián usó su linterna,  era la única que teníamos.  Las paredes estaban atestadas de frascos antiguos con viscosos líquidos,  tela arañas por doquier y polvo,  el aire rancio parecía impregnarse dentro de nuestros pulmones quitándonos oxígeno.
En penumbras y asustados caminamos  hacia el fondo buscando nuestra salvación,  al final y sobre la pared unas podridas tablas parecían conducir hacia otro cuarto, notamos algo extraño, al parecer y por las escaleras algo se estaba acercando desde la oscuridad, nuestras mentes entendían la urgencia del escape.  Rompimos a patadas las tablas y corrimos casi sin mirar por donde pisábamos, una puerta luego otra más, la casa parecía inagotable;  por fin parecía que el oxígeno hacía acto de presencia, teníamos lastimados los pies nuestras medias daban claras señales de ello.
Mirando por nuestros hombros para ver si algo se acercaba encontramos la puerta que nos conducía
al exterior,  lo extraño fue que ella conducía a la antigua iglesia, cerramos la misma y caminamos hacia la salida cuando una voz masculina nos dijo:
–Hijos ¿De dónde vienen?
Me di vuelta para ver al cura parado justo delante de la puerta que nos condujo hasta ahí.
–Sólo vinimos a rezar –es lo que se me ocurrió decirle.
–¿Y siempre vienen descalzos a la iglesia?
–Es que somos pobres y no tenemos que ponernos –dijo mi primo
–Bueno no se preocupen yo tengo muchos calzados aquí que no uso.
El cura abrió un enorme cofre que se encontraba a su derecha, y pude ver que estaba atestado de zapatos y zapatillas de todos los colores.
–Vengan,  elijan alguna –dijo el párroco.
Revolvimos buscando algo parecido a nuestra talla, para nuestro horror encontramos nuestros calzados aún mojados, nos miramos y casi instantáneamente observamos al cura que sonría burlescamente, rozando casi lo diabólico.
Como dos saetas corríamos hacia la entrada asustados y al mismo tiempo felices de haber recuperado nuestras almas.

domingo, 12 de mayo de 2013

Una mujer vieja es peor que el diablo

Había una vez un joven matrimonio muy feliz. Marido y mujer se amaban con todo su corazón y siempre se llevaban bien.
Pero el diablo se propuso sembrar la discordia entre ellos. Fue a ver a una vieja alcahueta, una mujer perversa, y le ofreció un par de zapatos rojos si conseguía que los jóvenes dejaran de amarse.
La vieja puerca acepto el desafío. Se presentó ante el joven y le dijo:
-Escucha: tu esposa piensa asesinarte.
-Eso no es cierto -respondió el joven-, yo sé que mi esposa me ama de verdad.
-No -dijo la vieja-, ella está enamorada de otro y planea cortarte la garganta.
Así logró hacer que el joven temiera a su mujer. Pensaba que algo horrible podría sucerderle.

Poco después la vieja fue a ver a la esposa y le dijo:
-Tu marido no te ama.
La joven respondió de inmediato:
-Tengo un esposo fiel, y sé que me ama.
Pero la vieja replicó:
-No, él ama a otra. Deberías detenerlo. Toma una navaja, escóndela debajo de su almohada y mátalo.
Enloquecida, la pobre joven le creyó a la vieja y se puso furiosa con su marido.
Este comenzó a sospechar y, enterado por la vieja alcahueta de que su esposa había ocultado una navaja debajo de su almohada, esperó hasta que la joven estuviera dormida, tomó la navaja y la mató.
Entonces la vieja fue a ver al diablo y le exigió el par de zapatos rojos. El diablo le entregó los zapatos, pero poniéndolos al extremo de un palo largo, porque tenía miedo de ella.
-Tómalos -le dijo-. Tú eres más mala que yo.

martes, 30 de abril de 2013

El hombre de negro

Javier recogía nueces en el bosque. Entre los árboles había caminos que doblaban aquí y allá, subían, bajaban, atravesando tanto zonas dominadas por una luz crepuscular como claros luminosos. Cuando el muchacho encontraba nueces las recogía y las guardaba en un bolso, para enseguida seguir su búsqueda.
De pronto sintió que algo había cambiado. Se detuvo y miró hacia todos lados. No se escuchaba ni un ruido; los pájaros se habían ido, y arriba, entre las copas de los árboles, unas nubes grises cruzaban presurosas por el cielo.  Entonces emprendió el regreso, pero en su apuro se confundió de camino y se perdió por un buen rato.   El bosque es un lugar muy distinto cuando se aproxima una tormenta. Los animales lo presienten, huyen, se esconden, y el silencio se acentúa. Basta que disminuya un poco la luz para que los senderos luzcan diferentes.

La tormenta crecía. El cielo se nubló completamente, y entre los árboles estaba más oscuro, casi como si fuera de noche.  Repentinamente se escucharon truenos. Javier comenzó a asustarse. Un viento empezó a agitar el bosque, los árboles se retorcían, volaban hojas y caían ramas, y de pronto todo quedaba quieto, para luego volver el desbarajuste de ramas, de hojas volando por todos lados, de crujidos, rechinidos, y la oscuridad que crecía.
Súbitamente empezó a llover. Un aguacero macizo descendió del cielo chocando contra el bosque con estruendo. Pronto Javier estuvo empapado y no veía casi nada. Aunque logró volver al sendero correcto, la falta de luz y el aguacero que borroneaba todo lo hicieron dudar. Al pasar al lado de un árbol inmenso, alguien cubierto de negro hasta la cabeza salió de atrás de éste. Una especie de capucha mantenía su cara en la oscuridad. Apareció tan rápido que arrancó un grito a Javier, y en ese preciso momento estalló un rayo en el cielo, y la luz del fogonazo iluminó un instante el rostro del encapotado, y era la cara del padre de muchacho. Javier sonrió nerviosamente y tuvo que gritar para hacerse oír sobre el estruendo de la tormenta:

- ¡Papá! ¡Que susto me diste! ¡estaba medio perdido, y esta tormenta…!
- Vamos a casa -dijo el encapotado. Javier apenas lo escuchó, aun así le resultó un poco extraña la voz de aquel, y no recordaba que su padre tuviera una capa de aquel color; pero había visto su rostro, así que lo siguió.

En un campo cercano al bosque, en una casa solitaria, los padres de Javier estaban preocupados porque éste aún no regresaba, y afligidos observaban desde la ventana la tormenta que crecía furiosa afuera.     

martes, 16 de abril de 2013

Cerca de la muerte

Era una noche ventosa, con lluvia intermitente, fría, y con ese mal tiempo, muy a mi pesar,
 atravesé a pie un sinuoso camino que se pierde entre campos y bosques.
Sólo diré que discutí con la dueña de la casa en donde pensaba dormir, y por orgullo me
rehusé a que me llevara en su vehículo.
El camino estaba lleno de barro. Por momentos aumentaba la oscuridad y a duras penas
veía por dónde iba.  El viento que soplaba constantemente aullaba entre los árboles, o
silbaba sordamente en el campo.  Por momentos la noche se hacía más clara, y al mirar hacia
el cielo veía la luna, pero enseguida las nubes, moviéndose rapidamente volvían a eclipsarla.
Cuando la lluvia arreciaba el frío me calaba hasta los huesos, y al detenerse la caminata me
devolvía algo de calor.  Mi aliento parecía una bocanada de humo, y chapoteaba sobre el barro
casi líquido del camino, que indiferente a mi apuro seguía zigzagueando y perdiéndose en
la noche.

Un resplandor en el horizonte me indicó que no estaba lejos del pueblo. Mi hogar estaba
muy lejos aún, demasiado para seguir a pie; pero en aquel pueblo podría encontrar algún
resguardo donde esperar el amanecer y un transporte que me llevara hasta mi hogar.
Ya veía algunas casas cuando el cielo se volvió a despejar, y unos enormes árboles, iluminados
por la luna, me dejaron bajo su sombra, y al salir a la claridad vi que a mi derecha comenzaba
el muro del cementerio.   Caminé unos pasos más y empecé a escuchar un murmullo de terror
que venía de aquel campo santo. Me pareció similar a los cantos gregorianos. Sonaba como un coro
cantando en un lugar con mucha acústica, un coro de voces graves y melancólicas. Entonaban
algo en un idioma que desconozco; pero aún sin entenderlo sentía que estaba asociado a la muerte.

Enseguida experimenté un increíble bajón de energía, como si mis fuerzas se desvanecieran.
Y el coro seguía entonando su aterradora melodía. Era triste, lenta, y el sonido reverberaba como su estuviera en un templo, y era el sonido de la muerte, de procesiones fúnebres, de discursos al pie de un ataúd, de cuerpos inertes con los brazos cruzados sobre el pecho, de deudos llorando… Y
en medio de todo eso, unas cabezas asomaron sobre el muro, y en el portón se estiraron uno
brazos y me llamaron haciendo señas con las manos.
Me tambalee, casi caí, pero seguí andando. Estaba seguro que si me quedaba allí sería mi fin.
Al superar el muro del cementerio dejé de escuchar al espectral coro, y recobré la energía, entonces
seguí sin voltear. En el pueblo encontré un bar que todavía estaba abierto, y me alegré al ver que en un rincón ardía una chimenea.   Por lo que demoré en calentarme sé que estuve a punto de morir de frío.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Bajo la piel

Favio se despertó de golpe y quedó sentado en la cama, escuchando. Estaba de noche y afuera de la casa había un gran alboroto. Los caballos relinchaban en el establo, y desde el corral cercano llegaba el balido asustado de las ovejas.
Favio trabajaba en aquel establecimiento rural. Esa noche se hallaba solo, cosa que no pasaba muy seguido, por eso Favio maldijo su suerte mientras se calzaba apresuradamente. Antes de salir buscó la escopeta y la cargó mientras seguía maldiciendo en voz baja.
La noche no era oscura; una media luna se encontraba en la cumbre del cielo. Salió al patio y echó una rápida mirada hacia las otras casas, temiendo que en alguna de las ventanas se recortara la silueta de un invasor. Un ruido leve lo hizo girar hacia la sombra de un naranjo, y de la negrura de esa sombra salió al trote, andando en cuatro patas, una figura que no era humana. La aparición repentina de aquel ser peludo lo impactó un instante, pero enseguida reconoció aquella figura: era el “Oso”, el perro del lugar. El perro, que era enorme, fue hasta donde estaba Favio. Éste le acarició la cabeza y dijo en voz baja:
- Estás viejo y sordo, “Oso”. Vaya guardián que es este perro.

Pero a pesar de decir eso, Favio se sintió un poco más tranquilo al estar acompañado por aquel perrazo. Juntos fueron rumbo al corral. Pasaron al lado del establo; como éste se mantenía cerrado siguió hasta el corral. Las ovejas se apretujaban en el otro extremo. Las que estaban en el exterior del tumulto intentaban avanzar hacia el medio de él a los pechazos; todo esto entre balidos de terror.
“Lo que las asusta tiene que estar muy cerca de aquí”, pensó Favio.     Al sentir que algo le tocó la espalda  saltó hacia adelante con un grito. El mismo susto lo hizo girar rápidamente. La cosa que se parecía al perro se alejaba ahora corriendo sobre sus dos patas traseras, erguido como un hombre, y lanzando una especie de carcajada como la que emiten las hienas.   Cuando Favio apuntó la criatura ya iba muy lejos, y con su silueta desapareció también la carcajada espeluznante.
Cuando llegó el día Favio resolvió parte del misterio al encontrar la piel del “Oso”, y luego su cuerpo despellejado; pero nunca supo qué era aquella criatura, pues ningún humano asustaría tanto a los animales sólo con su presencia, ni podría adoptar la forma de un perro; y a Favio le recorría un escalofrío por la espalda al recordar que había acariciado la cabeza de aquella cosa.

martes, 19 de marzo de 2013

El planeta del terror

Los exploradores espaciales estaban confundidos con aquel planeta. Desde la órbita, los instrumentos indicaban que había vida en él, pero las lecturas eran raras, imprecisas.
A pesar de la poca información que se tenía sobre el planeta, se resolvió enviar una nave para explorarlo. Un grupo de cinco astronautas bajó a la superficie. En la nave iba el capitán Jonson y sus subordinados: Smith, Anderson, Ortega y Lambert.
Desde la consola de la nave confirmaron el tipo de atmósfera que había en el lugar. Salieron con sus trajes espaciales puestos, pues la atmósfera era mortal para los humanos. Sin alejarse de la nave echaron un vistazo al tétrico paisaje del planeta.
Unas nubes muy oscuras se convulsionaban en el cielo; cruzaban velozmente, se arremolinaban, y toda esa actividad generaba relámpagos, pero a pesar de esa tormenta no caía ni una gota de agua.
La superficie era extrañamente parecida a un bosque terrestre. Los exploradores se miraron desconcertados.

- Aquí no puede existir este tipo de vida -dijo Anderson, mirando a su capitán.
- Es cierto - afirmó Jonson -. Con esta atmósfera no podría existir una vegetación así.

Como en toda exploración, cada uno llevaba un arma, y mirando hacia todos lados les quitaron los seguros: algo no estaba bien en aquel planeta.
De pronto, de atrás de un árbol surgió una niña pequeña que cargaba un muñeco en sus brazos.
La niña tenía el rostro inmóvil y la mirada inexpresiva, como si fuera una muñeca; en cambio el muñeco los miraba con malicia y sonreía.

- ¿¡Qué diablos es eso, capitán!? -exclamó Ortega, apuntando hacia el muñeco.
- ¡Tranquilos! No disparen. No creo que sea lo que parece, es… es algo más -dijo Jonson.

Enseguida hizo su aparición otro personaje. Era un lobo con cabeza de hombre. Aquella criatura caminó de un lado para el otro como una fiera enjaulada sin dejar de mirarlos, después se sentó sobre sus patas traseras.
Anderson gritó de repente; le habían tocado el hombro. Saltó hacia adelante y se volvió rápidamente; los otros también giraron, y entonces vieron a una persona sin rostro, que, extendiendo sus brazos buscaba dando manotazos al aire. Y en ese momento brotaron de todas partes unos gritos espeluznantes, carcajadas malignas y gruñidos roncos, y unas brujas calvas y decrépitas salieron volando del bosque aterrador y cruzaron por encima de grupo lanzando gritos y carcajadas.

- ¡Maldito planeta aterrador! -gritó Anderson - ¡Nos quiere matar de un susto!
- Aparentemente sí. Debemos irnos de aquí. Esas cosas no pueden ser reales -observó Jonson, y agregó-. Dispárenles para ver cómo reaccionan.

Los hombres abrieron fuego; las criaturas ni se inmutaron, no eran reales.
Subieron a la nave y despegaron. En la nave principal dieron su reporte, que estaba respaldado por los videos que habían filmado las cámaras que llevaban en los cascos de los trajes espaciales.
Los científicos llegaron a la conclusión de que todo aquello era una especie de ilusión creada por algún ser con grandes poderes. Al planeta se lo llamó “El planeta del terror”. 

lunes, 25 de febrero de 2013

Espanto en el baúl

Transitaba por la ruta que me llevaría a la casa de mis padres, a los cuáles no veía desde hacía un largo tiempo. Era la primera vez que iba por este camino y me pareció bueno, pues había pocos autos y podía ir ligero. El único inconveniente era que las estaciones de servicios estaban muy alejadas unas de otras, y un problema con el vehículo me significarían muchas horas de espera.

Parecía una tarde que iba a ser soleada, sin embargo y sin previo aviso, comenzó a llover y un gran viento se levantó. Era tan fuerte que lograba mover el auto hacia un costado; incluso hasta tenía miedo de que me hiciera chocar con otro vehículo que venga del lado contrario. También hacía que se agiten las hojas de los árboles de tal manera que me mareaban y lograban desconcertarme.

Pasaron los minutos; la lluvia se hizo más fuerte y ya no podía ver los letreros que pasaban a los costados. El manejar se me hacía cada vez más dificultoso e incluso el volante se me escapaba de las manos, como si el viento mismo condujera el auto hacia mi destino.

El caer de las gotas de lluvia sobre el auto era tan intenso que no me dejaban escuchar ni siquiera el motor, entonces encendí la radio. Oí en las noticias que los vientos superaban los ciento veinte kilómetros por hora y por esto, decidí disminuir la velocidad. Creía que yendo más lento no tendría ningún problema conduciendo, pero me equivoqué. De repente un golpe seco se sintió sobre el parabrisas y un alarido retumbó, pero fue acallado rápidamente por la lluvia. El miedo me invadió, pues había atropellado a alguien. Frené y detuve el motor. Me quedé inmóvil en el auto; me pareció que pasaron unos minutos y miré hacia el parabrisas: había sangre, pero ninguna marca de un golpe...

Mi mirada permanecía sobre la sangre. Parecía que la fuerte lluvia no quería que me olvide de que agonizaba alguien afuera, pues no lavaba la mancha.

Abrí la guantera muy nervioso, tomé el impermeable y me lo puse. Jamás había tardado tanto en abrir la puerta del auto... tenía miedo de enfrentarme a la realidad.

Ya afuera comencé a buscar a quien había atropellado, pero ni siquiera había rastros de que algo hubiera pasado allí. Estuve unos minutos recorriendo el lugar, pero no encontraba nada. ¿Podía ser que lo que atropellé se haya escapado? Regresé al automóvil y sorprendido, vi manchas de sangre sobre el asiento; pero rápidamente me tranquilicé, pues seguramente cuando abrí la puerta del auto las gotas sobre el parabrisas habían entrado.

Encendí el vehículo y continué con mi camino. Me autoconvencí de que no podía haber sido una persona lo que había atropellado, pues nadie en su sano juicio estaría a merced de esta tormenta infernal ni tampoco en una ruta completamente vacía. Ya me sentía mejor, casi no estaba nervioso, pero no sabía que esto recién comenzaba...

El auto se detuvo justamente cuando un aterrador rayo se disparó desde las nubes. Había combustible, las baterías estaban cargadas, el auto era nuevo... ¿Cómo es que se detuvo? Tampoco había forma de que arrancara, los intentos por hacerlo eran en vano.

Me bajé del auto sin impermeable, pues no me importaba, igualmente estaba todo mojado. Logré llevar el auto fuera de la ruta y luego entré nuevamente. En ese momento decidí quedarme a dormir allí, pues ya oscurecía.

Comenzaba a dormirme, pero un extraño ruido me despertó. La lluvia había parado y ya era de noche. Miré hacia el asiento trasero, pero no había nada, entonces me quedé atento, esperando otra vez ese ruido. Pasaron varios minutos y nuevamente se repitieron. Estaba desconcertado, me intrigaba saber de dónde provenían los ruidos y entonces decidí salir del vehículo.

domingo, 27 de enero de 2013

Bailando

Había una vez un solitario joven que vivia en el 8vo piso de un edificio de apartamentos. El joven solia mirar por la ventana pensando si algun dia encontraria el amor verdadero. Un dia, el hombre descubre la silueta de una mujer bailando en circulos en un apartamento frente a su edificio. La cortina del apartamento se encontraba corrida asi que el solo podia ver su silueta. Todos los dias el joven se asomaba a la ventana y veia a la mujer bailando desde su apartamento. El joven se enamoro de la mujer y decidio ir a visitarla. El joven llevaba flores y se dirigio hacia el edificio de enfrente. El joven toco la puerta pero nadie contestaba. El joven trato y trato y nada. Le parecio extraño que nadie abriera la puerta si habia visto a la mujer bailando minutos atrás. El joven se preocupo de que algo le pudiera haber pasado y decidio entrar a la fuerza. El joven tumbo la puerta y lo que vio le rompio el corazon. La mujer se habia colgado del techo frente a la ventana y su cuerpo se tambaleaba de lado a lado, como si estuviera bailando.

domingo, 13 de enero de 2013

La figura negra

 ¡Me encanta el verano! Siempre voy al pueblo de mi padre y me junto con otros chavales que tampoco viven allí pero que vuelven todos los años. Pasamos los días en la piscina y las noches bebiendo y riendo. Solemos estar bebiendo y fumando todos los amigos en un claro que hay en un pinar cerca del pueblo. Mi padre me dice que no entremos allí..que no es un sitio adecuado para estar de noche...pero chulísimo, se está muy agusto, y además nunca hay nadie. No entiendía porque me daba esa advertencia hasta que una noche sucedió algo que nunca podré olvidar.

Estabamos allí de risas y hablando de nuestras cosas hasta que en un momento de la noche una amiga, Silvia, empezó a ponerse blanca. Gritaba temblando que en la oscuridad, entre los pinos, había alguién o algo...estaba quieto mirándola muy fijamente...Todos comenzamos a reir bromeando y le dijimos que dejara de beber. Ella no salía de su temor...ya no veía la figura pero estaba segura que no se la había imaginado. Varios nos ofrecimos a ir hasta el sitio para que se convenciera de que no había nada ni nadie.

Tras la comprobación a Silvia se le pasó el susto. Todos seguimos riendo y charlando cuando esta vez fui yo el que se sentía observado por alguién. Esa hombre...pálido mirándome fijamente...¡¡ERA VERDAD!!. Me entró tal desesperación que comencé a gritar. Silvia lo volvió a ver y también gritaba. Nadie entendía nada pero nos pedían que parasemos...la broma se estaba haciendo pesada. Nosotros insistíamos: "no es una broma. ¿Acáso no le veís?" Nadie le veía...había vuelto a desvanecerse.

Algunos fueron a mirar otra vez...¡nada! Seguimos allí pero yo ya no estaba nada agusto...de repente Raúl gritó un fuerte "Dios, ¿Qué es eso?" de una forma agónica, se levantó y empezó a correr hacía el pueblo...todos le imitamos. No tuve tiempo de girarme y mirar, pero sé lo que vio. Esa figura de mirada pálida penetrándote...

Nunca más volvimos allí...nadie de nosotros se ha atrevido nunca a comentarlo...pero estoy seguro que no somos los únicos que lo hemos visto. Ya sé porque mi padre me decía que no entraramos allí...y porque nunca me decía la razón. Él, al igual que yo, no quiere nombrarlo nunca más.