miércoles, 27 de marzo de 2013

Bajo la piel

Favio se despertó de golpe y quedó sentado en la cama, escuchando. Estaba de noche y afuera de la casa había un gran alboroto. Los caballos relinchaban en el establo, y desde el corral cercano llegaba el balido asustado de las ovejas.
Favio trabajaba en aquel establecimiento rural. Esa noche se hallaba solo, cosa que no pasaba muy seguido, por eso Favio maldijo su suerte mientras se calzaba apresuradamente. Antes de salir buscó la escopeta y la cargó mientras seguía maldiciendo en voz baja.
La noche no era oscura; una media luna se encontraba en la cumbre del cielo. Salió al patio y echó una rápida mirada hacia las otras casas, temiendo que en alguna de las ventanas se recortara la silueta de un invasor. Un ruido leve lo hizo girar hacia la sombra de un naranjo, y de la negrura de esa sombra salió al trote, andando en cuatro patas, una figura que no era humana. La aparición repentina de aquel ser peludo lo impactó un instante, pero enseguida reconoció aquella figura: era el “Oso”, el perro del lugar. El perro, que era enorme, fue hasta donde estaba Favio. Éste le acarició la cabeza y dijo en voz baja:
- Estás viejo y sordo, “Oso”. Vaya guardián que es este perro.

Pero a pesar de decir eso, Favio se sintió un poco más tranquilo al estar acompañado por aquel perrazo. Juntos fueron rumbo al corral. Pasaron al lado del establo; como éste se mantenía cerrado siguió hasta el corral. Las ovejas se apretujaban en el otro extremo. Las que estaban en el exterior del tumulto intentaban avanzar hacia el medio de él a los pechazos; todo esto entre balidos de terror.
“Lo que las asusta tiene que estar muy cerca de aquí”, pensó Favio.     Al sentir que algo le tocó la espalda  saltó hacia adelante con un grito. El mismo susto lo hizo girar rápidamente. La cosa que se parecía al perro se alejaba ahora corriendo sobre sus dos patas traseras, erguido como un hombre, y lanzando una especie de carcajada como la que emiten las hienas.   Cuando Favio apuntó la criatura ya iba muy lejos, y con su silueta desapareció también la carcajada espeluznante.
Cuando llegó el día Favio resolvió parte del misterio al encontrar la piel del “Oso”, y luego su cuerpo despellejado; pero nunca supo qué era aquella criatura, pues ningún humano asustaría tanto a los animales sólo con su presencia, ni podría adoptar la forma de un perro; y a Favio le recorría un escalofrío por la espalda al recordar que había acariciado la cabeza de aquella cosa.

martes, 19 de marzo de 2013

El planeta del terror

Los exploradores espaciales estaban confundidos con aquel planeta. Desde la órbita, los instrumentos indicaban que había vida en él, pero las lecturas eran raras, imprecisas.
A pesar de la poca información que se tenía sobre el planeta, se resolvió enviar una nave para explorarlo. Un grupo de cinco astronautas bajó a la superficie. En la nave iba el capitán Jonson y sus subordinados: Smith, Anderson, Ortega y Lambert.
Desde la consola de la nave confirmaron el tipo de atmósfera que había en el lugar. Salieron con sus trajes espaciales puestos, pues la atmósfera era mortal para los humanos. Sin alejarse de la nave echaron un vistazo al tétrico paisaje del planeta.
Unas nubes muy oscuras se convulsionaban en el cielo; cruzaban velozmente, se arremolinaban, y toda esa actividad generaba relámpagos, pero a pesar de esa tormenta no caía ni una gota de agua.
La superficie era extrañamente parecida a un bosque terrestre. Los exploradores se miraron desconcertados.

- Aquí no puede existir este tipo de vida -dijo Anderson, mirando a su capitán.
- Es cierto - afirmó Jonson -. Con esta atmósfera no podría existir una vegetación así.

Como en toda exploración, cada uno llevaba un arma, y mirando hacia todos lados les quitaron los seguros: algo no estaba bien en aquel planeta.
De pronto, de atrás de un árbol surgió una niña pequeña que cargaba un muñeco en sus brazos.
La niña tenía el rostro inmóvil y la mirada inexpresiva, como si fuera una muñeca; en cambio el muñeco los miraba con malicia y sonreía.

- ¿¡Qué diablos es eso, capitán!? -exclamó Ortega, apuntando hacia el muñeco.
- ¡Tranquilos! No disparen. No creo que sea lo que parece, es… es algo más -dijo Jonson.

Enseguida hizo su aparición otro personaje. Era un lobo con cabeza de hombre. Aquella criatura caminó de un lado para el otro como una fiera enjaulada sin dejar de mirarlos, después se sentó sobre sus patas traseras.
Anderson gritó de repente; le habían tocado el hombro. Saltó hacia adelante y se volvió rápidamente; los otros también giraron, y entonces vieron a una persona sin rostro, que, extendiendo sus brazos buscaba dando manotazos al aire. Y en ese momento brotaron de todas partes unos gritos espeluznantes, carcajadas malignas y gruñidos roncos, y unas brujas calvas y decrépitas salieron volando del bosque aterrador y cruzaron por encima de grupo lanzando gritos y carcajadas.

- ¡Maldito planeta aterrador! -gritó Anderson - ¡Nos quiere matar de un susto!
- Aparentemente sí. Debemos irnos de aquí. Esas cosas no pueden ser reales -observó Jonson, y agregó-. Dispárenles para ver cómo reaccionan.

Los hombres abrieron fuego; las criaturas ni se inmutaron, no eran reales.
Subieron a la nave y despegaron. En la nave principal dieron su reporte, que estaba respaldado por los videos que habían filmado las cámaras que llevaban en los cascos de los trajes espaciales.
Los científicos llegaron a la conclusión de que todo aquello era una especie de ilusión creada por algún ser con grandes poderes. Al planeta se lo llamó “El planeta del terror”.