miércoles, 31 de agosto de 2011

Venganza

De esto hará unos ochenta años, en el campamento del coronel Baigorria, que comandaba una sección cristiana entre los indios ranqueles, entonces capitaneados por Painé Guor.





El capitán Zamora -diremos no dando el verdadero nombre-, poseía una querida, rescatada al tolderío con sus mejores prendas de plata.

Misia Blanca era bocado que despertaba codicias con su hermosura rellena, y muchos le arrastraban el ala, con cuidado, vista la fiereza del capitán.

Y era coqueta: daba rienda, engatusaba con posturas y remilgos, para después esquivar el bulto; modo de aguzar los deseos en derredor suyo.

Celoso y desconfiado, Zamora no le perdía, pisada, conociendo sus coqueteos que más de una vez le llevaron a azotar a un pobre diablo o a tomarse en palabras con un igual.

Durante dos meses, Blanca pareció responder a sus caricias. Llamábale mí salvador, mí negro guapo, y le estaba agradecida por haberla librado de la indiada.

Pero (ya que siempre los hay) al cabo de esos dos meses las demostraciones fueron mermando, el amor de Blanca aflojó y había de ser como los mancarrones lunancos, para no componerse más. Zamora buscó fuera la causa, y dio en uno de sus soldados, chinazo fortacho y buen mozo aumentativamente.

Los espió, haciéndose el rengo.

Cuando estuvo seguro, dijo para sus bigotes:

-Maula, desagradecida, mi'as trampiao y vas a pagar la chanchada.

Prendió un nuevo cigarrillo sobre el pucho y saltó en pelos; tomando al galope hacia lo de Sofanor Raynoso, uno de sus soldados.

Llegado al toldo, saludó a una chinita que pisaba maíz y aguardó que se acercara su hombre, que, dejando, un azulejo a medio tusar, venía a ponerse a la orden.

-Sofanor, tengo que hablarte.

Se apartaron un trecho.

-¿Y cómo te va yendo?

-¡Regular!

-¿Siempre estah' enfermo?

-Mah' aliviadito, señor; pero no hayo descanso.

-Mirá -dijo con decisión Zamora-, te acordás de Blanca, ¿no?...; ya se te hace agua la boca; ¡perro!...; esperá que concluya. Güeno..., vah'a buscar toditos loh' enamoraos; ai está el mulato Serbiliano, y los dos teros, y Filomeno, lo mesmo que el chueco y Mamerto y Anacleto... Güeno: el rancho va'star solo, ansina que te lo yevás todos, y al que le guste que le prienda; pero con la alvertencia... que vos has de ser el primero.

El capitán Zamora dio vuelta a su caballo, levantó la mano como para saludar y enderezó a los toldos de su hermano Pichuiñ Guor. Allá pasaría tres días platicando pa despenarse en el olvido.

jueves, 25 de agosto de 2011

La última llamada

Desde hacía ya cuatro días, a la misma hora invariablemente, recibíamos una llamada. Exactamente a las 4 de la mañana, el teléfono no dejaba de sonar hasta que mi esposa o yo contestábamos y cuando lo hacíamos sólo lográbamos escuchar una respiración, una respiración cansada, que se ahogaba en sí misma, como si se tratara de alguien que esta exhausto o a punto de desfallecer.

Estábamos muy nerviosos, francamente preocupados, al principio creímos que se trataba de una broma, pero ya era demasiado. La quinta noche no dormí en lo absoluto, permanecí inmóvil frente al teléfono esperando que el timbre sonara de nuevo. Había comprado un identificador de llamadas, por fin sabría quien me estaba jugando esta mala pasada. Mi esposa no quiso esperar y se fue dormir sin lograr convencerme de hacer lo mismo.

Llegó el momento, el reloj marcó las 4:00 horas, mi esposa seguía dormida y en el identificador pude ver el número 5-5-2-5-7-8-8-3. ¡Esto no es posible! pensé, es mi número telefónico el que aparece en el display, seguramente estaba mal configurado el aparato, lo revisé como intentando reparar algún desperfecto que no existía. El timbre del teléfono no dejaba se sonar. El sonido empezó a molestarme, comencé a sentir miedo, mejor dicho un terror indescriptible se empezó a apoderar de mí, intenté contestar pero no pude, algo me lo impedía, las manos me comenzaron a sudar copiosamente y mi cuerpo se estremeció como si algo malo me fuera a pasar si descolgaba el auricular, mi garganta estaba tan seca que no podía tragar saliva.

Salí corriendo del apartamento, no podía permanecer un momento más ahí, no pensé en mi esposa, no pensé en nadie sólo en alejarme, en huir. Sabía que iba por mí, sabía que yo era el blanco de sus intenciones, cualquiera que fueran éstas. Sentía que estaba tras mi espalda y podía escuchar la respiración, esa maldita respiración, que no dejaba de resoplar, que me atormentaba en todo momento, casi podía sentirla en mi rostro. Tengo que escapar, me decía, tengo que escapar, ¡ya no lo soporto!.

Me sentía muy exaltado, mi pulso se aceleraba a cada instante, casi no podía respirar, me estoy híper ventilando, pensé, mis piernas no respondían a las órdenes que mi cerebro intentaba darles. Desesperadamente pasé como pude por el parque, de pronto me detuve, sabía que tenía que hacer esa llamada, debía avisarle, ponerla sobre alerta y explicarle el gran peligro que corría.

Empezaba a salir el sol, no se cuanto tiempo estuve corriendo, el alumbrado público se iba apagando poco a poco, sentí una sensación de angustia terrible. ¡Maldita sea!, no traía conmigo una tarjeta telefónica, de cualquier modo me acerqué a un teléfono público, por fortuna era de monedas pero muy diferente, descolgué la bocina, todo era rectangular, de color negro con rojo, no entendía nada, coloqué algunas monedas y comencé a marcar el número, ¡no puede ser!, susurré, en el teclado numérico no estaba el número cuatro, no es que se lo hubieran quitado algún bándalo, simplemente no estaba, nunca existió, quise alejarme de aquel artefacto pero algo me decía que era la única oportunidad que tenía de comunicarme con ella, debía avisarle, debía decirle que después de mi llamada no contestara el teléfono y que saliera lo más pronto posible de aquel lugar, intenté relajarme, mientras marcaba mi número telefónico vinieron a mi mente escenas perturbadoras estaba seguro de que a mi esposa le podía ocurrir cualquier cosa, sonaron dos tonos, descolgaron el auricular, quise decirle que huyera, que no se detuviera hasta estar segura, pero de mi boca sólo salió una respiración entrecortada, una respiración agitada y ahogada en sí misma mientras escuchaba por el altavoz un grito desgarrador que me paralizó por completo.


miércoles, 17 de agosto de 2011

El polvo mágico

Tunka era un viejo brujo a quien nadie visitaba.
Un día, invitó a su pequeño laboratorio en la montaña a Luis, el hombre más rico del pueblo.
Cuando llegó, le habló de su gran descubrimiento. Se trataba de un polvo mágico que duplicaba lo que quisiera. Ya había preparado diez de ellos. Luis le pidió que probara lo que decía y le dio una moneda de oro. Para su asombro, unos instantes después de echarle el polvo, las monedas eran dos.

Una vez que se pusieron de acuerdo en el pago, Tunka le entregó un sobre. No llegó a explicarle de qué se trataba, ya que cayó muerto tras un fuerte golpe en la cabeza. Luis no iba a permitir que otros accedieran a la sustancia mágica, y con lo que tenía, era suficiente. Dejó el sobre, tomó la caja con los polvos, y se fue. Luego de vender todos los bienes, juntó sus monedas de oro. Les echaba el preparado y se duplicaban. Muy inteligente, cuando le quedaban sólo dos porciones, se dio cuenta de que duplicando el mágico elemento, su fortuna sería interminable y sería dueño del mundo entero. Pero, cuando los juntó, no sólo se esfumaron, sino que desapareció hasta la última moneda de oro que había. Después de esperar horas sin novedades, se dirigió al laboratorio del brujo.

Maldiciendo porque lo había engañado, abrió la puerta. Cuando vio el sobre, pensó que ahí encontraría la solución.
Pero el escrito decía: “Nunca juntes dos polvos mágicos. Si lo haces desaparecerán, junto a los metales que se encuentren alrededor”

Fin

martes, 9 de agosto de 2011

Las monjas

Una joven de 18 años se quiso meter en un convento de monjas después de tres años estudios religiosos. Mirando un plano, la chica llegó a la puerta del enorme caserón tétrico y misterioso.

Picó a la puerta y las monjas le recibieron. Esa noche al lado de la cama en la mesa de la habitación que le habian designado, encontró la carta de una chica que, al parecer habiá estado en el convento hace tres años. Decía:

Querida familia, estew convento está poseído por el Diablo. Las monjas no son humanas. Por las noches juegan con la ouija y no hablan, hacen ruidos muy extraños. Ayer bajé a un sótano que hay en la habitación del piso de abajo. Intenté avisar a la chica que está en la habitación de al lado, pero cuando entré en la habitación y vi que otra chica se estaba comiendo sus pies, miró hacia atrás y mie vio. Tenía toda la cara deformadaBajé corriendo al sótano y abrí la puerta de golpe. Allí estaba el hombre que Reagan me describió en su historia. Que no tenía cara porque se la había comido de pasar hambre. Tengo miedo. Ayer cuando intenté salir se comió la mitad de mi brazo. Por favor venid a buscarme.
Trazy

Allí se acababa la carta, la joven, intrigada, bajo las escaleras y abrió la puerta del sótano para ver lo que había en su interior y al abría la puerta vió una cama que tenía una niña muerta atada, sin un brazo, sin ojos, y en la cabecera estaba escrito con sangre : Trazy.

La chica corrió a buscar a las monjas que estaban fuera pero cuando salió y miró hacia arriba, vió volar a las monjas sin brazos y sin piernas, pero cuando se dió la vuelta...