jueves, 28 de abril de 2011

Por el viejo camino

Muy a su pesar, ya hacía cuatro años que Alfonso no visitaba a sus padres.
Su trabajo lo había llevado muy lejos de su hogar, pero al fin pudo regresar, y
Por primera vez en largo tiempo disponía de varias semanas para convivir con
Sus padres.

Después de dos emotivos días pasados entre comidas con familiares y antiguos
Amigos, largas charlas y recuerdos; Alfonso sintió ganas de dar un paseo a pié.
La casa en la que se había criado estaba en las afueras de la ciudad, en una zona
Rural, y se situaba a unos cincuenta metros de una carretera. Salió ya muy
Avanzada la tarde, cuando el calor del verano era mas soportable.

Estaba por alcanzar la ruta cuando escuchó la voz de su madre, que salió de
La casa para decirle algo que había olvidado. Alfonso volteó y la vio señalar
Algo con un amplio gesto del brazo, a la vez que decía unas palabras que
Alfonso no entendió del todo por un viento que le zumbó en las orejas. Pensó
Acercarse para escuchar mejor, pero creyendo que no era algo importante, hizo
Un gesto con la cabeza dejando entender que había comprendido aquellas palabras.

Alfonso salió a la ruta dejando atrás la casa y su madre que lo miraba desde la
Distancia.
A la fuerza se había acostumbrado al aire viciado de la ciudad, y el fresco aroma
Del campo le pareció mas puro que antes. Con cada inhalación los recuerdos de
Su infancia y su vida en el campo emergían con fuerza. Al pasar frente a un
Camino que terminaba en la carretera, sintió que los recuerdos se le agolpaban
En el corazón. Solía recorrer aquel camino junto a sus amigos y los perros.

Dobló por el camino polvoriento dándole la espalda al sol que ya casi besaba
A la línea del horizonte enrojecido. Caminó como embriagado por tantas
Remembranzas, siguió avanzando sin fijarse en la hora, y prestando poca
Atención a las sombras alargadas de los árboles que bordeaban el camino.

Cuando decidió regresar el sol ya se había apagado detrás de un bosque oscuro
Y lejano. Las sombras lúgubres de la noche se adueñaron del paisaje y ocultaron
Sus detalles. La brisa que había soplado durante todo el día acumuló nubes
En el cielo ocultando las estrellas, y trajo consigo mas oscuridad.
Alfonso se mantuvo en la senda gracias a la arena blancuzca del camino.
Aún le faltaba para llegar a la carretera cuando creyó oír que alguien lloraba.

Forzando la vista para escudriñar en la oscuridad, a duras penas distinguió un
Bulto que por lo alargado parecía ser una figura humana, de pie a un costado
Del camino. Al acercarse unos pasos, descubrió que la figura estaba mas cerca
De lo que creyó en un primer momento, y que también era mas pequeña.
Alfonso saludó, y a un paso de distancia de lo que parecía ser un niño llorando,
Le preguntó por sus padres y que estaba haciendo en aquel lugar. El niño no
Respondió, solo siguió llorando. Aunque se oía un llanto, Alfonso vio que en
La cara del niño se dibujaba una sonrisa extraña, pero pensó que en aquella
Oscuridad la vista lo engañaba.

Para tratar de tranquilizarlo, quiso apoyar su mano en el hombro del niño,
Pero lo traspasó como si este no existiera. Al ser descubierto, el niño fantasma
Retrocedió y se perdió en la oscuridad, a la vez que lanzaba una carcajada
Siniestra.
Después de llegar a su casa y relatar su aterrador encuentro, Alfonso se entero
Que ya hacía un buen tiempo que la aparición de un niño rondaba aquel camino.
Al iniciar su paseo, su madre le advirtió sobre eso, señalando con su brazo rumbo
Al camino.

domingo, 17 de abril de 2011

La mariposa

Era muy chica, lo único que recuerdo es que me acosté a dormir y desperté en el piso. Aun lado de mí, había una mujer muy estilizada, la cual su piel era negra con manchas de colores, y sus brazos y piernas se juntaban y formaban alas, como las de las mariposas. Sus ojos eran como los de las serpientes, y en la cabeza no tenía cabello, sino antenas, su lengua era como las de las serpientes y me hablaba. Me asustó mucho, porque cuando desperté mi sábana estaba de color negro. Desde ese día, me dan miedo las serpientes y las mariposas.

viernes, 8 de abril de 2011

Espanto en el baul

Transitaba por la ruta que me llevaría a la casa de mis padres, a los cuáles no veía desde hacía un largo tiempo. Era la primera vez que iba por este camino y me pareció bueno, pues había pocos autos y podía ir ligero. El único inconveniente era que las estaciones de servicios estaban muy alejadas unas de otras, y un problema con el vehículo me significarían muchas horas de espera.

Parecía una tarde que iba a ser soleada, sin embargo y sin previo aviso, comenzó a llover y un gran viento se levantó. Era tan fuerte que lograba mover el auto hacia un costado; incluso hasta tenía miedo de que me hiciera chocar con otro vehículo que venga del lado contrario. También hacía que se agiten las hojas de los árboles de tal manera que me mareaban y lograban desconcertarme.

Pasaron los minutos; la lluvia se hizo más fuerte y ya no podía ver los letreros que pasaban a los costados. El manejar se me hacía cada vez más dificultoso e incluso el volante se me escapaba de las manos, como si el viento mismo condujera el auto hacia mi destino.

El caer de las gotas de lluvia sobre el auto era tan intenso que no me dejaban escuchar ni siquiera el motor, entonces encendí la radio. Oí en las noticias que los vientos superaban los ciento veinte kilómetros por hora y por esto, decidí disminuir la velocidad. Creía que yendo más lento no tendría ningún problema conduciendo, pero me equivoqué. De repente un golpe seco se sintió sobre el parabrisas y un alarido retumbó, pero fue acallado rápidamente por la lluvia. El miedo me invadió, pues había atropellado a alguien. Frené y detuve el motor. Me quedé inmóvil en el auto; me pareció que pasaron unos minutos y miré hacia el parabrisas: había sangre, pero ninguna marca de un golpe...

Mi mirada permanecía sobre la sangre. Parecía que la fuerte lluvia no quería que me olvide de que agonizaba alguien afuera, pues no lavaba la mancha.

Abrí la guantera muy nervioso, tomé el impermeable y me lo puse. Jamás había tardado tanto en abrir la puerta del auto... tenía miedo de enfrentarme a la realidad.

Ya afuera comencé a buscar a quien había atropellado, pero ni siquiera había rastros de que algo hubiera pasado allí. Estuve unos minutos recorriendo el lugar, pero no encontraba nada. ¿Podía ser que lo que atropellé se haya escapado? Regresé al automóvil y sorprendido, vi manchas de sangre sobre el asiento; pero rápidamente me tranquilicé, pues seguramente cuando abrí la puerta del auto las gotas sobre el parabrisas habían entrado.

Encendí el vehículo y continué con mi camino. Me autoconvencí de que no podía haber sido una persona lo que había atropellado, pues nadie en su sano juicio estaría a merced de esta tormenta infernal ni tampoco en una ruta completamente vacía. Ya me sentía mejor, casi no estaba nervioso, pero no sabía que esto recién comenzaba...

El auto se detuvo justamente cuando un aterrador rayo se disparó desde las nubes. Había combustible, las baterías estaban cargadas, el auto era nuevo... ¿Cómo es que se detuvo? Tampoco había forma de que arrancara, los intentos por hacerlo eran en vano.

Me bajé del auto sin impermeable, pues no me importaba, igualmente estaba todo mojado. Logré llevar el auto fuera de la ruta y luego entré nuevamente. En ese momento decidí quedarme a dormir allí, pues ya oscurecía.

Comenzaba a dormirme, pero un extraño ruido me despertó. La lluvia había parado y ya era de noche. Miré hacia el asiento trasero, pero no había nada, entonces me quedé atento, esperando otra vez ese ruido. Pasaron varios minutos y nuevamente se repitieron. Estaba desconcertado, me intrigaba saber de dónde provenían los ruidos y entonces decidí salir del vehículo.