jueves, 30 de diciembre de 2010

La chica de la radio

Annie era una chica de 19 años, que trabaja como presentadora en un programa de radio. En los descansos entre el programa, ella y sus compañeras solían ir a una cafetería cercana. Allí preparaban unos bollitos exquisitos, pero la dueña era una vieja amargada y muy arisca.
Un día que fueron allí en un descanso a tomar algo. Y como de costumbre pidieron un café y unos de los famosos bollitos. La vieja se los sirvió. Pero esta vez fue tan grosera, que la chica se enfadó y derramó el café. La vieja se puso histérica, y empezó a insultar a la chica. A la que está le contestó de la misma forma: "estoy harta de ti vieja insolente, ojalá se te quemara todo el negocio y te murieras para siempre." Y se marchó. Durante el programa, su jefe les avisó que tenía una noticia de última hora. Esta era: "Les avisamos con una noticia de última hora de que la cafetería que ahí al lado de nuestra emisora ha salido ardiendo y han muerto quemadas todas las personas que había en ella."
La chica salió al baño incrédula de lo que había escuchado. El pasillo estaba desierto, y de pronto empezó a oír unos ruidos. El temor recorrió su cuerpo, y fue aligerando el paso. Hasta que unas sombras la rodearon. Entre ellas estaba la vieja, con todo el cuerpo quemado, y todos los clientes con los cuerpos calcinados. La vieja le dijo: "¡Ahora querrás no haber deseado nada!"...

jueves, 23 de diciembre de 2010

La gata blanca

Cuentan que hace muchos años existió un matrimonio aparentemente feliz; la mujer, llamada Carmen, sentía adoración por su marido pero tenía una extraña enfermedad que la mantenía en cama todo el tiempo. Felipe, al contario, la engañaba con una prostituta del pueblo.

Varias veces durante sus encuentros la amante había observado que en la ventana, mientras hacían el amor, los observaba una gata blanca que no dejaba de maullar horriblemente todo el tiempo; los miraba fijamente hasta que un día, ya enfadada de que esto sucediera, se lo dijo a Felipe, pero él no le tomó importancia.

Una noche, Carmen estaba muy grave, a punto de morir, suplicándole a Felipe que se quedara con ella hasta los últimos momentos, pero al cabo de unas horas, él decidió "salir a tomar el aire", así que fue al encuentro con la otra mujer y, como en las noches anteriores, la gata blanca se encontraba en la ventana... Pero en esta ocasión fue Felipe quien la vio y decididó con un puñal en mano darle muerte. Quedaron horrorizados al escuchar los maullidos y gritos de dolor que la gata producía de dolor.

A la mañana siguiente, al volver Felipe a casa, descubrió que Carmen había muerto la noche anterior, llamándolo, pronunciando su nombre, pero lo más horrible es que con dolores muy fuertes y maullando, sí, maullando como una gata... una gata blanca.

martes, 14 de diciembre de 2010

Claustrofobia

La cueva, ante sus ojos, parece tener un raro poder hipnótico.
La entrada es poco más alta que el tamaño medio de un ser humano. Quizá un metro noventa, o quizá menos...
Pero Toño se siente irresistiblemente empujado a entrar en ella.
Algo, en su interior, grita desesperadamente. Le previene de que no debe traspasar el umbral de piedra.
Toño vacila.
Da un paso.
Luego otro vacilante, luego otro más seguro...
Finalmente, penetra decididamente en el oscuro agujero.

El interior no es tan oscuro como él temía. Avanza entre un olor dulzón a tierra húmeda. Las paredes, efectivamente, rezuman humedad, minúsculas gotas que resbalan lentamente, como perezosas lagartijas, roca abajo, hasta ser absorbidas por la tierra que tapiza el suelo de la cueva.
El pasillo se alarga, entre curvas suaves. Toño nota que sus cabellos rozan algo. Es el techo de la cueva. Parece como si el techo estuviera cada vez más bajo. Quizá el pasillo se estrecha paulatinamente a medida que se prolonga...
Esa sola idea basta para atenazarle el corazón. Su corazón, débil y enfermizo de por sí... un corazón aprensivo que no resiste la idea de cuatro paredes cerradas...
¡CLAUSTROFOBIA!
Esa es la palabra...
Y en ella refleja todo su temor. Un temor formado por una parte de morboso placer, que le empuja a seguir adelante por el corredor de piedra a sabiendas de que las paredes son cada vez más estrechas y el techo y el suelo se hallan cada vez mas cerca...
La fuerza invencible sigue empujándole adelante, aunque ahora debe caminar ya agachado...
La luz disminuye. Debería haber desaparecido ya, pero aún basta para vislumbrar levemente el camino que se extiende serpenteante ante él. Un brusco descenso del techo. Toño tiene que caminar sobre sus rodillas y sus codos para seguir avanzando.
Aquella depresión del techo pasará pronto... tiene que pasar... y luego podrá seguir caminando normalmente, erguido, quizá incluso se halle en una caverna natural con estalactitas y estalagmitas... Una foto de las Grutas de Cacahuamilpa pasa fugazmente ante sus ojos.
Respira fatigosamente, con una extraña opresión. El esperado ensanchamiento no llega. En vez de eso, el paso entre las paredes de piedra es cada vez mas angosto, obligándole a arrastrarse como una serpiente para seguir avanzando, empujado por alguna extraña e incomprensible fuerza...
Asustado, Toño se da cuenta de que ya no tiene espacio ante él. El corredor, angosto como una conejera, termina bruscamente ante la piedra que forma el corazón de la montaña, como si algún desalentado ingeniero hubiera dejado su trabajo e medio terminar...
Claustrofobia...
El asfixiante terror a los espacios cerrados hace presa en él.
Debe volver atrás, rápidamente, ganar la salida, el cielo azul, el aire fresco, la,...
No, no es posible.
¿Por qué no puede retroceder?
Sus manos se apoyan fuertemente en el suelo a fin de intentar impulsarle hacia atrás... pero es inútil.
No puede moverse. Por lo menos, no con ayuda de las manos.
Entonces son las rodillas las que, desesperadamente, tratan de constituirse en punto de apoyo para impulsarse hacia atrás. Pero sólo consigue desgarrarse la tela del pantalón y desollarse la piel.
No puede moverse. Está clavado en el suelo, con la roca sobre su espalda, bajo su pecho, ante su cabeza y quizá, muy posiblemente, detrás de sus pies...
Como una película, un brutal zoom hacia atrás le hace ver a si mismo prisionero en una inmovible cárcel de piedra, con toneladas de piedra sobre él y debajo de él, por delante, por detrás, como si ahora también él formara parte de la montaña que le ha aprisionado en sus entrañas...
Abre la boca.
Llena sus pulmones de aire viciado, húmedo, oscuro, con sabor a tierra. Un alarido desesperado, desgarrador, salvaje, brota de su garganta.

-Toño... por Dios, ¿qué te ocurre?
La mano de Ana, fuertemente, le sacude.
El final del alarido sale, agonizante, de sus pulmones.
-Toño... ¿qué tienes?
Mira a su alrededor. Un armario, un rectángulo de luz que viene de la calle. Lo único que toca su cuerpo es la ropa del pijama, y encima de ella la de la cama.
Ana, preocupada, le mira con cierta inquietud.
-Ha sido ese sueño otra vez, ¿verdad?
-Si... el horrible... ¡me moriré si sigo soñando eso! Mi corazón... no lo resistirá...
-Tranquilízate, cariño... mañana volveremos otra vez a ver al cardiólogo.
Y, si es necesario, a un psicoanalista. Pero tienes que dejar de soñar esas cosas horribles...
-¿"Esas", dices? No, Ana... Sólo hay una pesadilla... sólo una... siempre la misma...

El médico retira los cables, que se han calentado al contacto con el cuerpo de Toño.
Luego, tira de una larga hoja de papel y observa los grafismos de cordillera que la cabeza lectora ha impreso en ellos.
-Tenemos que cuidarnos, amigo- dice, empleando ese "nos" tan característica y paternalista de los médicos.
-¿Estoy peor?
-Bueno, no es eso exactamente... pero no hay mejoría, que es lo que nosotros esperábamos. Ese corazón está muy fatigado...

-Toma... aquí tienes las gotas...
Toño, obedientemente, las toma mientras Ana acaba de abrocharle la chaqueta del pijama y pasa cariñosamente los dedos por la piel de su pecho.
-No te desmoralices, ¿quieres? No me gusta verte deprimido...
Toño asiente, en silencio. Su frente se puebla de un sudor frío. Acaba de presentir que volverá a tener la pesadilla.
Se tumba en la cama, se arropa, aprieta las sábanas en torno a su cuerpo como para protegerse de un enemigo invisible y viscoso que caerá sobre él en cuanto Ana apague la luz de la mesilla de noche...

La cueva. La oscuridad.
Olor a humedad, un pasillo cada vez más angosto... piedras que aprisionan su pecho, su espalda, toso su cuerpo...
Un alarido. Otro más. El último.

Ana, sobresaltada, toca el cuerpo de Toño. Rígido, frío. Sus ojos están clavados en el techo, como si éste se hubiera movido, como si hubiera bajado para aplastarle...
Su corazón no late desacompasado como es habitual después de su pesadilla. Ana aplica el oído al pecho de Toño. Nada. Silencio. Su corazón se ha detenido.

Todo es oscuro. Toño abre los ojos. La pesadilla otra vez...
Sigue el olor a tierra, y el olor a humedad. Intenta mover los brazos, pero no puede. Quizá con las rodillas...
Pero, como es habitual, tampoco las rodillas sirven.
Tendrá que gritar para despertarse y acabar con aquella horrible angustia.
Abre la boca. Va a gritar. Pero, de repente, algo cruza su mente.
Hay algo distinto. ¿Qué es?
La posición... no está boca abajo, como cuando lucha desesperadamente para salir del túnel.
No. Está boca arriba. Boca arriba...
Y hay otro olor. Un olor nuevo, aparte de la humedad, la tierra... un olor a madera.
A madera recién barnizada.
Toño adivina que el barniz es de color negro. Y advierte ahora el movimiento exterior... un movimiento de balanceo...
Un golpe brusco. Es el final del viaje. Algo blando cae sobre él, sin tocarle, pero Toño oye el ruido, nota la vibración. Olor a tierra Húmeda, recién movida...
Intenta gritar, pero ningún sonido sale de su garganta. Y las paletadas de tierra, lenta e inexorablemente, caen sobre la tapa de su ataúd mientras Toño desgarra sus uñas contra la madera, en un salvaje e inútil intento por sobrevivir...
Su palabra terrible, claustrofobia, se une ahora a otra mucho más terrible aún: catalepsia...
¿Por qué no esperaron un poco entes de enterrarlo? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ...

martes, 7 de diciembre de 2010

La adevertencia

Sólo quería ayudar,ese fue mi error. Aquí en esta institución psiquiátrica no me tratan mal,¿loco?, puede, no escribo esto para debatirlo, escribo por que es la última oportunidad de avisarte.
Nadie me creyó. Hay días que pienso que fue un sueño, la medicación, supongo. Sé lo que vi, y sé que no soy el único, por esta razón te prevengo, por lo que mas quieras,nunca cierres los ojos en la ducha!!.
Diecinueve años le seguí la pista, tuve decenas de sesiones con sus victimas, le llamaban de muchas maneras, el duende de la ducha, demonio, cosa, espectro.Todos acabaron muertos o locos, en el mejor de los casos. Los muertos se encuadraron en accidentes domésticos, resbalón en la ducha..etc.
Recuerda esto, cuando te duches puede que no estés solo, no cierres los ojos, quién sabe que puedes ver al abrirlos