jueves, 22 de diciembre de 2011

Su voz

Antes que nada permiteme aclararte que no tengo nada contra ti, que sólo sigo con "su juego". No pudo revelar su nombre aún, espera a que se acerque.
No, de nada sirve pensar que te estoy mintiendo o que cierres nuestra conversación, ya ha iniciado. Tú sólo sigue escuchándome y te contaré una anécdota. Solía dar clases en una universidad (no diré cual) y estaba en mi última noche libre. Pero esa noche era especial, no a diario puedes Conseguir tanto por tan poco y mucho menos de alguien que es tan desagradable, o eso creía. Lo conocí en un bar, su nombre era (lo puedo decir, está más cerca ahora) Demian. En fin, era un tipo con traje refinado, aunque con un desgarre en el pecho. Sombrero de copa y un bastón, apropiado en aquel entonces, pero no en un bar. Yo iba aún con mi ropa de esa tarde y me veía algo sucio, por lo cual se me hizo extraño que me hablara como sí se dirijiera hacia alguien importante. Por cierto, no respires tan fuerte, te puede oír. Por favor sigue mis consejos. Me pidió un poco de atención. No debí acceder tan rápido, pero el alcohol me tenía en sus garras y espero que no sepas lo que siente alguien en duelo, pero yo lo estaba y nada me importaba. En fin, accedi casi sin darme cuenta. No era un mal hombre, simplemente quería proponerme un trato. Su voz era algo masculina y grave. Recuerdo sus palabras con certeza. Espero que puedas imaginarte lo siguiente con facilidad, te servirá más adelante:
hola, buenas noches. he oído hablar de tí, eres un hombre afortunado ¿sabes? No todos pueden tener a tantos discípulos bajo su poder. Me gustaría poder ser como tú, pero ya vez. Yo no me he casado, pero supongo que dolió demasiado. La querías mucho, de eso estoy seguro pero...
el hombre sacó de su traje una pequeña libreta y la leyó por un momento como buscando algo. Hasta entonces no me importaba el hecho de que no lo conociera, sólo quería sacar de mi cabeza esa escena llena de dolor. No podía dejar de imaginarmela, tan frágil y débil, no pensó que ese viaje en auto sería el último. También sin darme cuenta el lugar se quedaba sólo. Creo que la lluvia tenía ya un buen tiempo cayendo y hacia frío, apenas sí veía con la pequeña bombilla de esa esquina cercana a la barra. Era un lugar rústico pero acogedor.
te propongo un trato. Me parece que no te caería mal un juego, se llama la ouija, seguro has oído hablar de ella
En las últimas vacaciones de diciembre, un alumno mío uso una para "contactar" a su hermano que falleció el día de su cumpleaños. En lo personal creía que eran estupideces, pero todos cambiamos de opinión ¿no?
te dejaré hablar una última vez con ella, pero a cambio, tú tienes que darme algo... O alguien
estuve a punto de gritarle algún insulto y dejar a ese hombre, el alcohol perdía su efecto. Pero cuando me estaba levantando el dijo en tono burlón Frida tiene algo que decirte (ese era el pseudónimo de Catherine, mi esposa. Era una escritora además de profesora, de las mejores de la universidad) cuando dijo eso me detuve en seco. Ya no había nadie en el lugar y sólo se oía la lluvia, muy fuerte. Y ya no había más luz, sólo nos iluminaba parcialmente la luz de la luna. Estaba lleno de sudor, pero por algún motivo no huí. El lugar estaba cada vez más frío y con un ambiente espectral y azul. Recuerdo muchas más sombras que objetos, algunas parecían humanas. Me senté y lo seguí escuchando con dificultad; la lluvia no pasaba y era más fuerte cada minuto.
para alguien tan culto debes saber que una vez dentro no hay salida, pero puedo darte una oportunidad. Necesito muchas personas para algo... Importante. Todo lo que tienes que hacer es darme la ubicación de alguien y yo te dejaré en paz. Sí quieres te puedo conceder otra petición, pero creo que tú amor por ella es mayor al momento de acceder sacó la tabla. Yo acercaba mi mano a ella, pero entre más lo hacia oía gritos, de mujeres, de hombres. Y también llantos. Cada ver aumentaban, pasaban de ser gritos a voces desgarrantes ¡el sonido era cada vez más agudo, sólo oía dolor y sufrimiento! No pasaban de gritar y la lluvia aumentaba, y las sombras se acercaban y los gritos. ¡esos gritos! Eso no era normal, pero no podía retroceder. Cuando toque la tabla todo se calmo y oscureció... ¡un rayo ilumino su cara seca y sin parpados, con una sonrisa que mostraba solamente colmillos!¡los gritos regresaron como agudos chillidos de ratas siendo mutiladas!
Sólo recuerdo el luego en un lugar vacío, sin nada, sólo la mesa y él. Sin embargo Catherine no me dijo algo muy consolador, no creo que pueda hacerlo desde el infierno. Ella me engañaba. Me engañaba con Demian. No con el que jugué, ese era sólo su cuerpo "prestado" el murió esa noche apuñalado en el corazón. Yo sólo puedo pedirte disculpas a ti por este medio. Me es muy difícil escribir esto sin que me vean vagando como lo que llaman un "demonio". Ahora sólo puedo pedirte que te cuides, que no confies en nadie, el no cumple sus tratos. Y bueno, creo que ahora te ha encontrado, te busco por mi, uso mi voz. Así es como el lo hace. Entra en tu mente. Yo no puedo hacer nada, ahora trabajo para él. Probablemente ahora este en tú casa. Escondido. Esperando a que desées algo cuando más lo quieras. No jugará a la ouija, eso ya lo uso conmigo. Sólo se que estará junto a ti en la cama cuando duermas, o sentado en tú sala. No hay forma de que se vaya, pero no te preocupes. El sólo viene cuando tienes la que fue mi voz en tu cabeza. Y si no tienes cuidado, pronto será la tuya.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Corazón de asesino

Las estrellas brillaban en el cielo y la luna mostraba su pálida y más reluciente cara, no habría otra noche como esta.
Las desoladas calles alumbradas por escasos faroles de luz no se dejaban ver por completo. Oscuros callejones ocultos en lugares poco visibles comunicaban algunas de estas vacías vías.
Escondido tras uno de los muros de los cientos de lúgubres callejones estaba él, aguardando tal cual feroz depredador la aparición de su tan esperada presa.
Sonidos con eco se escuchaban próximos al callejón, a lo lejos pudo distinguir la casi imperceptible figura de un hombre, tambaleándose de lado a lado, tropezando con todo a su paso. Preparó su plateado revolver y tratando de hacer el menor ruido lo cargó, se asomó nuevamente y en efecto, aquel hombre ahogado en alcohol no había escuchado nada, de hecho sería muy difícil distinguir el ruido de su arma con aquel carnaval de tropezones.
Si algo nuca dejaba de hacer aquel despreciable hombre era matar a su presa antes de devorarla, es decir, los asesinaba primero y luego los despojaba de todas y cada una de sus pertenencias, aquella noche iluminada escasamente por el cielo estrellado y algunos faroles no sería la excepción.
Con su brillante revolver en la mano derecha, esperó pacientemente la llegada de su victima, a la que sin saberlo le esperaba una muerte inminente. Los segundos corrían y su corazón latía cada vez con más fuerza, se sentía emocionado cada vez que cometía un crimen como éste, en su cara podía notarse una macabra y enfermiza sonrisa.
El ruido se hacía cada vez más fuerte, la victima se encontraba mas cerca de su verdugo y por cada paso que daba se restaba tiempo de vida. El corazón de aquel asesino se aceleró a tal manera que creyó poder escucharlo.
Tropezones y palabras sin sentido llegaron a sus oídos, el próximo nombre en su lista de muertos estaba a sólo escasos metros de ser escrito.
Cuando aquel hombre completamente ebrio pasó junto a él, su corazón ya no podía latir más fuerte, la excitación no tenía igual, hacía muchos meses que no sentía emoción alguna. Se colocó detrás y caminando sigilosamente levantó su mano derecha, con suavidad y decisión le puso el revolver en la parte posterior del cráneo y sin que aquel hombre se percatara de lo mas mínimo haló aquel gatillo. Un estruendoso sonido invadió aquella solitaria calle y un destello fugaz de luz apenas pudo verse.
El hombre cayó al suelo como un gran saco de arroz, golpeó su agujereada cabeza contra el pavimento en un ruido seco y contundente, poco a poco pudo verse la sangre extendiéndose por aquella sucia y pestilente acera, hasta que llego al borde y se mezcló con la inmunda agua de la cuneta adyacente.
Sus manos se posaron rápidamente sobre aquel hombre ya sin vida, registró cada bolsillo a su alcance, sacó su billetera y extrajo de ella cada billete y cada centavo antes de arrojarla a la carretera; su corazón latía tan fuerte como antes, aún sentía gran felicidad y emoción.
Con cierta dificultad le dio la vuelta al cadáver que tenia frente a él, revisó los bolsillos delanteros del pantalón y una vez que extrajo lo poco que encontró, por simple rutina o morbosidad subió la mirada, merecía conocer el rostro de su presa, pero a diferencia de otras veces, sus ojos mostraron una expresión de asombro. Se acercó nuevamente y aparto con sus manos la aún fresca sangre del rostro de aquel ser ya sin vida y si su corazón antes parecía escucharse esta vez lo hacía de forma mas evidente.
Con expresión escalofriante y respiración acelerada subió el revolver hasta su sien, con pulso tembloroso haló nuevamente y por ultima vez aquel gatillo.
Otro ruido similar al de hacía unos minutos volvió a escucharse en aquella solitaria calle, de forma inmediata su cuerpo cayo al suelo haciéndole compañía al de su victima, no sin antes esparcir restos de cráneo y sesos por aquella acera ya bañada en sangre, a la que se le unió otra no tan distinta, eran no sólo del mismo tipo, sino que ambas procedían de un mismo linaje.
Dicen algunos que cuando cayo al suelo aquel despiadado hombre no cesó el sonido, sino algunos segundos después, cuando finalmente su corazón dejó de latir.

domingo, 4 de diciembre de 2011

El fantasma del difunto

Luis Enrique, hombre trabajador y luchador, este año no la tenia toda a su favor desempleado y con tres hijo y su mujer para mantener, no le había quedado otra alternativa que emplearse en un servicio funerario como chofer de una de las carrozas fúnebre, trabajo que no le agradaba mucho pero como el mismo decía la “Necesidad tiene cara de perro”. Así que nuestro amigo laboraba en este trabajo de 2: PM a 10: PM en el turno segundo y fue cuando culminando sus labores por ese día el supervisor le dice: - Mire Señor Luis, tengo que hablar con usted. Luis Enrique mira a la persona que le hablaba, este era un individuo de aspecto bonachón, como de unos 50 años aproximadamente. - Qué se le ofrece, señor Manuel? Contesta Luis Enrique con un poco de recelo en sus pensamientos quizás estaría pensando me despidieron. - Sucede que tenemos un difunto que tenemos que entregar en Turmero y el Señor Carlos no puede venir a trabajar hoy porque esta mal del estómago y… - ¿Y qué? - pregunta Luis Enrique con un poco de ansiedad. - Bueno, yo pienso que usted es la persona indicada para realizar este trabajo. - ¿Yoooo? - pregunta Luis Enrique. - Sí usted. - Pero eso esta, más o menos a cuatro horas de camino, yo estaría llegando a Turmero como a las dos de la mañana y para regresar ¿A qué hora? - Se alarmó nuestro amigo. - No te preocupes, en el regreso te puedes quedar en un hotel y te regresas cuando te sientas en condiciones. - Caramba Señor Manuel, yo no conozco Turmero y no sé la zona donde voy - replicó Luis Enrique. - Aquí tengo todo los datos que necesitas. Luis, mira necesito que me ayudes con este trabajo, ya que nos comprometimos a entregarlo hoy, contando con el señor Carlos pero ya tu vez así que cuento contigo. - Está bien, ni modo- replicó nuestro amigo y en pocos minutos estaba en marcha con su tétrica carga Ya había pasado una hora de camino y pasado el peaje de tazón tomando la autopista regional del centro que lo conduciría al estado Aragua, cuando baja por el sector los ocumitos nuestro amigo mira algo que se mueve en la orilla de la autopista y piensa. - ¿Qué es esto? ¿Será que alguien está pidiendo que lo lleve? ¿Y si es un atracador? Bueno, no creo que alguien quiera atracar a una carroza fúnebre, me voy a detener y si quiere el aventón…, pues con mucho gusto lo llevo. Nuestro amigo detiene el coche frente donde estaba la persona que le movía las manos. - ¿Qué le sucede, amigo? - pregunta Luis enrique. - ¿Me puede usted llevar? - contesta el hombre que estaba haciendo señas. - Bueno, si no le importa viajar en carro fúnebre. - No me importa. - contesta el extraño personaje. - Bueno, si es así pues suba usted - replica Luis Enrique con una expresión de alivio en su rostro. El extraño personaje aborda el coche sentándose al lado de Luis Enrique. - Caramba! sentí frió al abrir la puerta del coche - dice Luis Enrique. - ¿Para dónde se dirige usted? - pregunta nuestro amigo. - Bueno, yo me dirijo a Turmero- contesta el extraño. - No lo puedo creer -dice Luis Enrique. - ¿Por qué, acaso tengo cara de mentiroso? - replica el extraño. - No, no es eso, lo que sucede es que yo tengo que llevar a este difunto a Turmero y yo no conozco la zona y mira que encontrar a estas horas de la noche alguien que vaya a Turmero aquí en caracas… es como un milagro. - Bueno, se han vistos muchos casos - responde el extraño. - ¿Conoce usted a Turmero? - pregunta Luis Enrique. - Sí, nací en ese lugar - contesta el extraño. - Qué bueno, entonces usted conoce este sitio donde yo voy, mire la dirección - Luis Enrique saca una carpeta y enciende la luz del interior del coche y se la muestra a su acompañante, que casi sin mirar le responde: - Sí sé dónde es la dirección. - Genial - replica Luis Enrique. Y así recorren varios kilómetros casi sin mediar palabra, ya que las respuestas del extraño acompañante de nuestro amigo no exceden de Sí o No. Pasando cerca de una venta nocturna de café y comida Luis Enrique detiene el coche y le habla a su acompañante. - Podemos bajarnos a tomar algo en este sitio, un café u otra cosa? - No quiero nada - respondió el acompañante. - Bueno, está bien, cuídame al pasajero de atrás - bromea Luis Enrique, que el extraño ni se inmutó, a los diez minutos regresa nuestro amigo y pregunta: - Alguna novedad? Sabes… no me has dicho tu nombre. - No me lo preguntaste - contesta el extraño. - Bueno, yo me llamo Luis Enrique - dice nuestro amigo y extiende su mano, cosa que el extraño no le corresponde el saludo, pero sí habla. - Yo me llamo Pedro Caballero. - Entonces si tú eres de Turmero posiblemente conoces al difunto – replicó Luis Enrique. - Claro que lo conozco - contesto tajante el extraño hora Pedro caballero. - Sabes que eres un poco extraño - replica Luis Enrique. - ¿Por qué? - pregunta el acompañante. - Bueno, casi no hablas, no te ríes por nada, no comes, no bebes café. - ¿Tienes familia? – preguntó Luis Enrique. - Mira, ya estamos llegando, dobla a la izquierda y rueda cuatro cuadras y la casa es la número 27, ahí te están esperando – habló el extraño tajante y sin vacilar un instante, cosa que sorprendió a nuestro amigo. - Caramba, casi me dejaste loco, como sabes el número de la casa, la dirección si ni siquiera viste la carpeta, cuando te la mostré - habló Luis Enrique y de verdad estaba impactado. - Bueno, no tengo tiempo de responderte eso en estos momentos, así que déjame en esta calle y sigue tu camino y que Dios te acompañe - respondió el extraño, que ahora era más extraño todavía. - Oye, pero por aquí no hay nada, ni casas. Si quieres después de entregar al difunto te llevo a tu casa. - No puedo quedarme más tiempo, me bajo aquí - dijo y actuó el extraño. - Caramba, vale déjame parar el coche por lo menos - dijo Luis Enrique, que cuando no había terminado de estacionar, el extraño ya se había bajado y emprendido la marcha hacia el lado contrario de la calle. Luis Enrique trata de seguirlo con la vista pero el extraño se perdió en lo negro de la noche. - Vaya! Sí que tiene prisa – habló para sí mismo nuestro amigo, y poniendo nuevamente el auto en marcha, se dispuso a seguir la indicación que minutos ante el extraño le había indicado, y en efecto, en pocos segundos estaba frente a la caso donde esperaban al difunto las personas que estaban al frente de la casa al mirar la carroza corrieron al encuentro de la misma y enseguida se escucharon algunos llantos y lamento era claro que el difunto era muy querido en la casa y en la zona a juzgar por el numero de personas que acudió a el encuentro del difunto. Enseguida una mujer aborda a Luis Enrique y este se apresura a saludarle con estas palabras. - Buenas noches señora… mi sentido pésame. - Gracias - contesta la mujer como de unos treinta y cinco años de edad y nuestro amigo sin mediar palabra, camina hacia la parte posterior de la carroza tira la manilla de la compuerta, la cual se abre dejando entre ver la caja marrón que portaba el cuerpo del difunto y de inmediato varias personas se acercaron ayudando a Luis enrique a sacar el féretro trasladándole a un lugar predestinado ya para lo que seria el velorio del difunto acto seguido, el féretro fue puesto sobre uno pedestales y la mujer que antes salió a recibir a nuestro amigo abrió la compuerta que deja ver el rostro del ser querido al instante se escucharon los llantos y el desfilé de personas no se hizo esperar Luis Enrique ansioso, por dar por terminado el trabajo, pregunta: - ¿Quién me puede firmar el papel de recibido? - Yo - contestó la mujer que antes había recibido a nuestro amigo, y sin titubeo agarró los papeles que le entregó Luis Enrique. Éste, al recibir los documento firmados, da media vuelta y trata de salir de la casa, pero se frena como parado por una pared, y pensando en voz alta, dice: - Caramba, yo he viajado con este difunto por cuatro horas y ¿no le voy a ver la cara? – Luis Enrique se regresa sobre sus pasos y se acerca hacia el féretro y sin vacilar, se asoma a la ventanilla y el grito de pavor que salió de la garganta de Luis Enrique se escuchó por toda la zona. - Noooooooo, no puede ser posible. Luis Enrique sale despavorido del lugar llevándose todo lo que encuentra a su paso, la gente trata de detenerlo y calmarlo para saber que le ocurrió. - ¿Qué pasa Señor? - pregunta la señora que antes había firmado los papeles. - Es que este señor yo lo monté en los ocumitos, fue el que me indicó la dirección exacta hasta aquí, me dijo que se llamaba Pedro Caballero, se bajó del carro media cuadra antes ¿cómo puede ser el mismo? - ¿Quiere decir que viajó con un fantasma? *NOTA: La vida siempre te dará sorpresas, y por eso debemos estar preparados.

martes, 29 de noviembre de 2011

El alma y la sombra

El hombre camina sin rumbo bajo una llovizna pertinaz y totalmente ajeno al universo que lo rodea. La oscuridad es total, solo de vez en cuando algún relámpago ilumina los charcos y marca el contorno de los árboles que se mecen al ritmo quejoso del viento. Entonces la noche parece llenarse de espectros y quien sabe de que ocultos fantasmas. A lo lejos titila una estrellita de luz, luego otra, después otra más y de a poco se van uniendo entre sí como un rosario luminoso en la oscuridad infinita de la noche. Es una ciudad que se asoma lentamente, expectante, con curiosidad. La lluvia cae de forma displicente, vacía, sin ganas. La línea de luces se estira cada vez más anunciando la cercanía del pueblo que parece envuelto en un poncho de nubes cada vez más negras.
Camina como un autómata, se siente desconcertado, no percibe nada de su cuerpo, ni frío ni calor, ni siquiera siente el viento ni el piso barroso bajo sus pies, es como si levitara hacia ningún lado. Cuando llegó al primer foco de luz recién pudo ver su propio cuerpo. Al hacerlo se estremece, está descalzo, lleva puesta una túnica blanca y larga hecha jirones y totalmente embarrada. Es inútil, cuanto más se observa menos se reconoce.
- ¡¡Por Dios!! - murmuró, -¿quien soy?, ¿donde estoy? tal vez perdí la memoria o sufrí un accidente...
Cuando llegó a un centro poblado de luces vio acercarse a dos mujeres con paraguas que conversaban animosamente. Se acercó a ellas y les preguntó que lugar era éste pero no le contestaron, ni siquiera lo miraron prosiguiendo su camino. Pensó que tal vez se habían asustado por su presencia sucia y harapienta. Intentó hacer lo mismo con un señor que venía de frente pero también lo ignoró. Desorientado se acercó a un escaparate de exhibición de ropas e intentó mirarse en un espejo que había entre dos maniquíes desnudos, pero... ¡no se reflejaba!, aunque sí lo hacía todo el entorno de la calle... ¡pero él no!
Se detuvo un instante tratando de comprender su situación pero le pesaba la cabeza y no podía clarificar sus pensamientos. Aterrado comenzó a... ¿correr?, ¿volar?, ¿levitar? ...nunca supo cuan lejos ni cuanto tiempo lo hizo, aunque no sentía cansancio. Finalmente se detuvo en una plaza, se sentó en un banco solitario debajo de un farol, debía tranquilizarse, tenía que pensar, razonar sobre lo que le estaba sucediendo o se volvería loco, ¡si es que ya no lo estaba! Entonces se llenó de preguntas sin respuestas: quien soy, de donde vengo, soy un espíritu o tal vez como dicen algunos espiritistas, un alma que dejó su cuerpo terrenal pero que aún no se enteró y vaga resistiéndose a morir definitivamente.
Mientras piensa, baja la vista y mira sus harapos y alrededor de su cuerpo. Recién entonces se da cuenta de que no da sombra, el banco y los otros objetos de alrededor sí, ¡pero él no! Se acercó más a la luz y comenzó a girar y mover los brazos como aspas, pero nada, ni una sola sombra, parece que la luz del farol lo traspasa ignorando su cuerpo empapado. Estuvo un tiempo perplejo con la mente en blanco, tal vez para escapar de su situación. Lo vuelve a la realidad la lluvia que arrecia nuevamente.
Por el brillo espejado de la calle desierta ve aproximarse a gran velocidad una mancha negra, aunque no alcanza todavía a definir su forma. De pronto se detiene y recién parece reparar en él. Lo estudia un momento como tratando de reconocerlo, luego comienza a acercarse, por un momento el terror lo paraliza al comprender que es su propia sombra que lo está buscando, entonces solo atina a escapar pero es demasiado tarde, la mancha se le tira encima, lo envuelve como un manto negro y ruedan en un abrazo interminable entre cuerpo y alma, materia y espíritu, luces y sombras.....

Al otro día, el único diario del pueblo, destaca en primera página la noticia que....“anoche, tirado en la plaza encontraron el cuerpo de un PAI umbanda que murió y fue enterrado hace ya mas de dos meses en el cementerio local. La policía encontró su tumba abierta y lo que mas llamó la atención de lo investigadores es que el cadáver a pesar del tiempo que estuvo enterrado aún no estaba en estado de descomposición...”

domingo, 20 de noviembre de 2011

Un cuento de fantasmas

Por más de 35 años, mi papá tuvo la oficina en la sexta avenida de la zona uno de la capital de Guatemala, a tres cuadras del Palacio Nacional. Esta es una zona muy comercial, pero hace rato que ya no tiene el glamour de los complejos de centros comerciales imitación de malls gringos en pequeño, tan de moda ahora en nuestro país.

Cuando terminaba la jornada de comercio (alrededor de las seis de la tarde) se reducía sensiblemente el ruido y entonces los que estábamos ahí, fácilmente escuchábamos cuando alguien abría la puerta de abajo (estábamos en segundo nivel), subía las gradas y entraba a la oficina. A veces no era nuestra gente sino la de la oficina que compartía el piso con nosotros. Hasta ahí todo bien. Pero algunas veces se oía nítidamente todos los sonidos de gente entrando, pero que nunca llegaba hasta la oficina, ni a la de enfrente. Se escuchaba la llave dando vueltas a la cerradura de la puerta, los pasos subiendo las 28 gradas hasta el segundo nivel, y nada más. Algunas veces salíamos al lobby que separaba las dos oficinas para ver si mi papá se había quedado revisando algo, o qué onda. Pero nada.

Nosotros nunca le pusimos mucha atención al asunto, porque sabíamos que el cerebro suele jugarnos malas pasadas y que el crujir de los materiales al contraerse por el enfriamiento que viene con la noche, bien podía provocar (junto a nuestros traidores oídos) toda la sensación de alguien entrando.

Me gustaría creer que eran fantasmas visitándonos. Me hubiera gustado ver alguno y saludarlo. ¿Qué daño te puede hacer un muerto, si los vivos son los que chingan?

Ahora en el mismo local hay un billar y cuando paso enfrente me pregunto si ellos también escuchan esos ruidos y si salen al lobby a comprobar que no hay nadie más que ellos. Y pienso que cuando muera, si me convierto en ánima y regreso a la tierra, seguro que visito la oficina de la sexta avenida. Abriré la puerta y volveré a subir esas 28 gradas, aunque si hay gente, tal vez no me atreva a entrar más allá del lobby.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Mi amiga

En el año 1789, en Inglaterra vivía Julliette, una niña de 10 años.
Esta chica vivía con sus padres, que eran ricos.
Vivían en una mansión, con dos plantas y muy luminosa, su padre era uno de los banqueros más ricos de la ciudad.

Pasó 4 años y el banco quebró. La casa se descuidó ya que no podían pagar a los sirvientes y aunque fueran tres no podían con todo, la casa ya no era luminosa ni bonita, era oscura, fría y las paredes estaban descascarilladas.
Julliette pensó en su mejor amigo, Jack, que le ayudaría, los padres hacía tiempo le buscaban una esposa y quizás ella podría estar entre ellas.
Fue aceptable, y aunque lo quería solo como un amigo, llegó a enamorarse de el y viceversa.

Pero días antes de la boda, el chico se calló por un barranco y se murió.
En el entierro dio un discurso y le llamó la atención un hombre de mediana edad que era el tío de su exfuturo prometido.
A el también le llamó la atención.
Al día siguiente, se levantó lentamente al escuchar una voz ronca que se oía hablar con sus padres.
Era el hombre, que le había pedido la mano a su padre, ella no quería, pero si quería sobrevivir eso era lo mejor, ella le prometió a su mejor amigo que nunca se volvería a casar, antes se moriría.
Ella se negó, el hombre iba todos los días a su casa y le obsequiaba con regalos, pero ella se negaba, hasta un punto en el que amenazó con matar a sus padres.

Ella aceptó, pasaron los meses y dos días antes de la boda se retiró, el hombre enfadado le pegó y se fue corriendo, en una de ellas la chica se volvió para defenderse y pegarle, y el hombre se enfadó más.

Juliette salió de la casa corriendo hasta el puente, donde el hombre la cogió y la estampó contra una de las columnas, cogio un cuchillo de su bolsillo y cuando fue a apuñalarla, la chica le retorció la mano y le quitó el cuchillo, y se lo clavó en el corazón, le dijo que nunca se casaría con el.

El le dijo que los papeles estaban ya hechos y que había falsificado su firma.
Era mentira pero la chica se lo creyó, y también le dijo que ahora los padres se morirían de hambre.
La chica se arrepintió y a la vez recordó a su amigo, ella desesperada saltó por el puente mientras pensaba "antes de volverme a casar, me moriré".

Ahora la chica va matando a todos los chicos que se van a casar, pero en los sueños, dándoles la idea de suicidarse.
Quien se niega, lo posee y mata a la novia, apuñalada en el corazón.

sábado, 5 de noviembre de 2011

La rueda

No sabía explicar la sensación, no se atrevía a contárselo a nadie. Pero la idea persistía en su mente, le obsesionaba. Estaba convencido que aquellos personajes diminutos, negros, enjutos, desfilando sin desfallecer día y noche, creía con firmeza que los transportaba en su mente.
Fue el día que visitó el museo de arte contemporáneo. En la quinta sala, dedicada a un pintor argentino llamado Juan Alberto Arjona, vio un cuadro que le llamó mucho la atención. Se titulaba "Girando alrededor de un mismo tema" y representaba a unos pequeños seres oscuros, portando cada uno de ellos una banderita, que daban vueltas en torno a una rueda en el centro del lienzo. El fondo era colorido y acentuaba aún más a los minúsculos entes. Edgar estuvo mucho tiempo mirando el cuadro. No entendía qué podía atraerle, qué significaba. Se dio cuenta que había pasado media hora sin moverse, observando, buscándole un sentido al óleo. Como despertando de un sueño, se giró y siguió visitando las otras salas, pero su mente divagaba, ya no le interesaba el resto de la exposición y pasaba de una sala a otra sin detenerse más que unos segundos. Antes de que cerraran volvió a la sala quinta y siguió contemplando el cuadro hasta que lo devolvió a la realidad un guardia jurado.
Esa noche durmió mal. Tuvo pesadillas y al despertar un dolor de cabeza le persiguió por el cráneo todo el día. La idea parecía absurda en un principio pero cuando a los tres días empezó a hablar cambiando las letras, el significado, las palabras, se convenció que ellos estaban allí. Los sentía girar en sus pensamientos, trajinando neuronas del módulo frontal al occipital, serrándole el tálamo, destruyendo sus conocimientos, avanzando uno detrás de otro, conquistando masa encefálica, desconectando axones.
Desesperado, intentaba memorizar listas de palabras, columnas de números, pero todo era inútil. El dolor de cabeza remitía y volvía con redoblado furor, mientras él seguía perdiendo recuerdos de su infancia, de su familia y de su vida.
Volvió al museo una semana después. Se acercó al cuadro lentamente, veía como los muñecos pintados se acercaban despacio, creciendo hasta que los tuvo frente a sus ojos. Se acercó todo lo que pudo e intentó verles la cara pero estaban de espaldas. En un segundo todos se giraron y le miraron a los ojos. Les vio el rostro con unos ojos inyectados en sangre, sonrisas cínicas en bocas diminutas, abiertas, hambrientas, de pequeños dientes afilados. Edgar dio dos pasos atrás, tambaleándose y un relámpago alumbró su mente y entendió que el cuadro mostraba la psicosis del artista. Y empezó a chillarles, «¡salid de mí!», les gritaba, «¡salid de mí, salid de mí!», una y otra vez.
Acudieron dos vigilantes y lo sacaron del edificio mientras él seguía gritando. Sentía esos dientecillos como le mordían el cerebro, arrancando trozos a dentelladas, escupiendo la masa arrancada y riendo. Los guardias intentaron calmarle mientras llegaba la ambulancia pero Edgar se deshizo de ellos y empezó a correr enloquecido calle abajo, chillando y golpeándose la cabeza con las manos. Los peatones se apartaban asustados, nadie le detuvo y Edgar corrió y corrió hasta que no pudo más.
Se detuvo en un sucio callejón, agotado. No sabía qué hacer, ni a dónde ir porque ellos seguían allí, y seguirían con él allá donde fuera, seguirían dando vueltas alrededor de su cabeza, dando vueltas alrededor de sus pensamientos y arrinconándole en ese miedo que le envolvía, ese miedo que hizo que se acurrucara en un rincón, escondido. Ese miedo que imposibilitó que nadie lo encontrara. Ese miedo que acabó por llamarse Edgar.

lunes, 3 de octubre de 2011

Sueña bonito

Ella lo espero un rato mas, tenia para variar esa sensación de vacio que queda despues de una migraña memorable, se había dado la molestia de salir de su casa, tenia que hacerlo, no se iba a permitir otra falta mas, ropa nueva con el dinero recién enviado, a pesar del dolor sentía que relucía, lo congestionado de los ojos nadie lo notaba, las líneas que forman las lagrimas pasadas son caminos que solo nota la gente que te conoce
El la miró, se acercó y coqueteó como siempre, ella se quitó los audífonos, los puso en la mesa desgastada de garabatos..como estas? Sonrió de nuevo ..el dijo unas cuantas frases, ella solto la risa; un par de indicaciones y se fue: con la mirada algo perdida seguía preguntándose porque se había ido
Siguió sentada, una balada merodeaba en sus oídos y leia lentamente un par de papeles que había jurado no releer, guardo los papeles, se sentía mareada de nuevo y lo mejor era mantener los ojos cerrados, pero que podía hacer? Que se hacia en esos casos? En lugares públicos? Sintió un pequeño tirante en la cara, aquí esta de nuevo dijo suavemente, alguien con oídos bionicos volteó , ella sonrió de nuevo, aguantó el cotidiano dolor y se fue a conseguir una pastilla, confundida , mareada, la sensación no era nueva.
Peroo..por que no me esperaste? Dijo el sonriendo, ella volvió a saludarlo y luego extrañada le dijo: Que? El la miró extrañado, estas bien? Con una sonrisa comprensiva la abrazó y se la llevó al salón de clases; Yo, yo tengo que comprar algo en la farmacia dijo ella, soltando su bolsa en el suelo, tomandose la cabeza una vez mas ,suspiró por no poder salir de esa habitación mal pintada, quiso pararse , tanta flojera para una noche se dijo, no se paró.
La clase continuó , las horas pasaron fatalmente, ya con bastante sueño ella entendió que lo mejor era tomar un taxi, era lo de siempre, el mismo dolor incomprendido, el mismo causante para todos: la tensión, ella no se recordaba impaciente, muy por el contrario, recordaba que la calma era su principal característica, que mas de una vez se habían tomado muy en serio lo de su santa paciencia y habían hecho fiesta de su buena voluntad.
EL regresó con ella, sonrió , ella miraba sus apuntes sin pensar en otra cosa, el le habló, preguntó y preguntó , ella parecía no escucharlo, ya en la puerta regresó , entendiendo que un mal dia lo tiene cualquiera, tomo su cara en sus manos, le habló, ella no dijo una palabra más, lo miraba lejana
Que te pasa? Jose? Jose? Te estoy hablando dime algo! Amor reacciona dime algo! El no paraba de llorar nervioso, ella llego a musitar que se sentía muy cansada..el no supo que hacer, el tutor regresaba de cerrar la puerta en la creencia de haber terminado la jornada: los vió.
Marco? que pasó?
No sé que le pasa,respondió el bañado en lágrimas
Jose, mirame, mirame, Jose! No juegues conmigo criatura mirame! El tutor hizo una serie de ejercicios, ella , como una muñeca de trapo en sus manos, con la mirada perdida.
El la cargó, ella no recordaba esas calles, se preguntaba que hacia el? Porque su mejor amigo lloraba tanto? Si hubiera querido hubiera podido hablar, decir que estaba bien, que solo sentía cansancio, pero sentía tanto cansancio que las palabras parecían no salir, ninguna respuesta parecía salir de ella. Ya en el taxi , el tomaba sus manos , mientras el tutor hablaba sin ton ni son.
Ella vio la portada luminosa de un edificio, el cansancio hizo que cerrara los ojos, entre nubes, escuchaba voces que la llamaban. Estoy tan cansada, pensó ella y cerró los ojos.
Sintió el frio de un par de agujas en la espalda, quiso llorar, no pudo emitir un quejido, la mascara enorme de oxigeno que tenia puesta no le permitia agitarse, no moverse, no sentía el dolor, no llegaba a entender lo que le decían: dos lagrimas bajaron por las mejillas mostrando su impotencia, alguien la empujó un poco, ella miraba ahora el otro lado de la habitación, veía a su mejor amigo llorando desconsolado, en un rincón de algo que parecía un pasadizo. Una sola lagrima en los ojos de quien quieres de verdad , basta para desencadenar una tormenta, si no lo has vivido, no has amado.
Ella derramaba sus lagrimas sin control y en un intento de llamarlo entendió que no podía articular su nombre, que algo había pasado con ella, y que la causa del llanto era justamente ella.
AND I STILL HOLD YOUR HAND IN MINE.
IN MINE WHEN I´M ASLEEP.
AND I WILL BARE MY SOUL IN TIME,
WHEN I´M KNEELING AT YOUR FEET…

sábado, 24 de septiembre de 2011

Casacas rojas

Ya los tenemos aquí.
Este susurro apagado fue recorriendo la guarnición como el último suspiro de un moribundo. Uno a uno, todos los soldados allí atrincherados fueron incorporándose sobre sus piernas fatigadas y ocuparon sus puestos; los que aún permanecían dormidos fueron despertados por quien estaba a su lado y ocuparon su posición. Abundaban los gestos de hastío y pesadumbre y predominaba la resignación; formaban a un paso de distancia uno de otro en una larga hilera que se extendía a través de una empalizada formada por carretas volcadas, sacos de harina y cajas de todo tipo.
El silencio era un eco bullicioso aproximándose desde la lejanía; una hilera de rostros enrojecidos por el Sol observaban el horizonte con ojos cansados; densas gotas de sudor calido resbalaba por la piel de sus frentes resecas; la vista se perdía recorriendo el áspero suelo de la llanura y sus grietas circulares hasta donde un frenético borrón oscuro de cuerpos agitados rompía la armonía incandescente de nubes rojizas que surcaba el horizonte. Eran ellos: marchaban envalentonados coreando arengas tribales que brotaban de sus estómagos llenos y estallaban en sus gargantas tensas e hinchadas, hacían sonar sus escudos golpeándolos con las varas de sus lanzas, avanzaban corriendo y saltando en densa formación hasta que la visión de una marea humana ennegrecida ocupó todo cuanto la vista alcanzaba a ver.
Con pulso desvanecido, los soldados calaron sus bayonetas y encararon sus armas disponiéndose a disparar. La descarga de fusilería abrió una brecha en la maraña febril que se acercaba pero el hueco fue ocupado de inmediato por otros cuerpos que componían el denso organismo vivo, palpitante y frenético de aquella masa humana. Las bayonetas de los defensores formaron en frágil posición defensiva como la hilera de púas de una alambrada. El primer grupo se estrelló con los obstáculos de la empalizada y con el acero afilado de las bayonetas; la euforia momentánea de aquella embestida tuvo como respuesta la rutina de unos movimientos mecánicamente coordinados que aquellos soldados habían ensayado hasta la saciedad. La rabia impulsiva de aquellos guerreros primitivos fue repelida por la disciplina férrea de unos soldados sedientos y agotados; la tela desgastada de sus casacas rojas se convirtió en un muro infranqueable. Las lanzas se hundían en el vacío las mazas golpeaban el aire mientras el filo de las bayonetas atravesaba los escudos de piel de vaca insertándose en la piel desnuda y desgarrando sus entrañas.
Los que formaban el primer grupo yacían sangrando y con el torso abierto y sobre sus cadáveres saltó el segundo grupo corriendo la misma suerte. La visión de aquella montaña de cadáveres hizo titubear al tercer grupo que atacó con indecisión siendo repelidos de la misma manera. A poca distancia le seguía un numeroso grupo que se fue desperdigando a medida que avanzaba; algunos, los más osados: fueron a reunirse con los suyos junto al montón de cadáveres, otros quedaron observando la escena paralizados por el miedo y otros comenzaron a retroceder. Quienes venían detrás, al ver al grupo que huía, hicieron lo mismo originando una reacción en cadena que provocó una huida en masa.
Los soldados abandonaron su posición y avanzaron con paso firme sosteniendo sus fusiles en posición horizontal: cargaban sus armas, apuntaban, disparaban y volvían a cargar rematando con sus bayonetas a los moribundos. Algunos, viéndoles avanzar arrojaron su lanza sin mucho atino antes de huir, otros soltaban todas sus armas para poder correr mejor y otros caían desfallecidos y sin resuello resignados a su suerte; pronto, la planície se convirtió en un amplio lecho reseco plagado de cadáveres.
El teniente John Rouse Merriott Chard, de los Ingenieros Reales escribiría ese día en su cuaderno: “23 de Enero de 1879, puesto de Rorke´s Drift; segundo día de batalla; tras rechazar el cuarto ataque zulú hemos visto a algunos guerreros en las sierras de arriba reformando sus líneas y dirigiéndose hacia la cima o huyendo en desbandada. Nuestra guarnición seguirá resistiendo hasta el ultimo hombre; hasta la última bala. Dios salve a la Reina”.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Cinco noches

La primera vez fue la noche de un día casi perfecto. Habíamos celebrado una comida en el jardín con nuestros mejores amigos. Los niños salieron a jugar a la playa y los mayores pasamos la tarde brindando por los buenos vientos que impulsaban mis negocios. Un día de sol, un día de felicidad completa.
Al anochecer, mientras recogía la mesa bajo el porche, ya solo, una ráfaga de aire helado cubrió de nubes el cielo y bajó hasta la casa, zarandeándome como en un vendaval, revolviendo el mantel y lanzando los cubiertos al suelo. Entré en el salón con el ánimo turbio. Acabé discutiendo con toda la familia y me marché a dormir con una rara angustia anclada en el estómago.

La segunda vez fue al día siguiente. Cuando me informaron del colapso de la bolsa y la fuga de mi socio.

La tercera antes de ayer, después del accidente, cuando me encerré en mi habitación con la primera botella de alcohol que encontré en el mueble bar, ahogando en el olvido la certeza de que, con ellos, mi vida se había quedado en aquel coche.

La cuarta no pude dormirme hasta caer borracho. Quedé varado de espaldas, encarando las sombras del techo, con la boca entreabierta y los brazos inútiles sobre el regazo de las sábanas. Era un sueño profundo que me atenazaba y me mantenía postrado, inevitablemente inmóvil; pero a la vez despierto en un consciente duermevela.
Escuché brotar a los lejos su espantoso bramido, apagado primero, luego creciendo en su acuciante galope hasta mi lecho; como una tormenta de arena que inunda un poblado de adobe en el desierto. Lo intuía llegar desde la atalaya de mi pesadilla, sabiendo que yo era su presa atrapada. Intenté inútilmente despertarme, abrir los ojos, gritar, zafarme de mi inmovilidad, salir del sueño y buscar refugio... ¿en qué brazos? Cuando aquello se deslizó en mi habitación se había transformado en silencio, un silencio del que mi cerebro sólo adivinaba el sonido del frío. Me hubiese arrugado en cuclillas como una bola de papel y escondido en lo más profundo del embozo, como un niño asustado que aguarda el abrazo que le salva cada mañana de los malos sueños. Pero así permanecí toda la noche, rendido, indefenso, desesperantemente expuesto a la caricia de un silencio mortal..., a la soledad perenne..., a un dolor sin orillas...

Hoy será la última vez. A medida que van pasando las horas siento cómo me inunda el amargo sabor del pánico. Ignoro la razón de esta certeza, pero sé que esta noche, cuando el horrísono frío al fin me abrace, deberé sin remedio abrir los ojos...

jueves, 8 de septiembre de 2011

La mancha

Desde hacía días permanecía inmóvil. La familia seguía expectante a que hiciera algo, a que reaccionara. La semana anterior había tomado la forma de un payaso. Cabezón, con manotas y zapatones. Pero esta semana, nada. Quieta y oscura, había vuelto a ser la simple mancha de humedad que ennegrecía desde siempre una esquina del cielorraso del living.
Con los años, fue adquiriendo formas muy distintas. Una vez, cubrió gran parte de una de las paredes reproduciendo la silueta de un barco pirata; días después se convirtió en un ramillete de flores; fue también un puñal y una nube y un pianito en una esquina, entre garabatos.
Pero ahora, los tres hermanitos estaban consternados. El menor, Ezequiel de tres años, la miraba por momentos ilusionado; tal vez, en una de esas, se movía. Ignacio, de cinco, trataba de darle una explicación lógica: ¡se secó! Pero Esteban, el de ocho, guardó silencio, preocupado. Los padres no lograban consolarlos, era inútil.
La mancha de humedad ya no cambiaba más de forma.
Hasta que una noche, desde la ventana, la luz de la luna acertó en su escondite. Una sustancia pegajosa brotaba del techo; envuelta en una membrana transparente, brillante, con pecas pardas.
Después de varios intentos por despegarse, se dejó caer directo al suelo. Protegida por las sombras de los muebles del living, se aseguró de evitar la luz. Se deslizaba despacio, alerta a cada sonido, a cada imperceptible movimiento del aire. Poco a poco fue dirigiéndose al cuarto de los chicos. Se deslizó por debajo de la puerta hasta acercarse a las camas. Cada acción era medida, para no despertarlos. En eso, oyó un ruido que la sobresaltó.
Era Esteban, que se había dado vuelta dejando caer la mano al piso, a centímetros de ella. Esperó volver a oír los ronquidos, para reanudar su marcha. Pesada, prudente, consiguió lamer la punta de los dedos del muchacho que, rápidamente, giró levantando el brazo, metiéndolo luego dentro de la funda de la almohada. Ciega, y guiada por un olfato exquisito, la mancha seguía el olor de la inocencia. Entonces optó por voltear a su derecha. Allí estaba Ignacio, enredado entre las sábanas, apenas se le asomaban las rodillas. La mancha no podía percibir la intensidad del calor de ese cuerpo, por los confusos pliegues de las telas. Empezó por lo más fácil: la cuna. Ezequiel dormía destapado y extendido en el medio del pequeño colchón con la boca entreabierta, un hilito de baba brillaba en su camino hacia la almohada. Blanda y resbaladiza, trepó los barrotes.
Cuando llegó a la cara, lo embistió por la boca. Sin oportunidad de reaccionar, el chico comenzó a oscurecerse. Los cachetes rosados se tornaron verdosos, luego morados, para después quedar absolutamente negros, como todo el cuerpo. La mancha fue nutriéndose rápidamente. Crecía a medida que el pequeño se disolvía. Apenas quedaron algunos restos pegados a la sábana.
A la mañana siguiente, la madre puso a calentar la leche en un jarrito. Repasó los guardapolvos y llamó a la puerta de los chicos, para despertarlos. Dos golpes despacio y luego tres más intensos. Mientras acomodaba el desayuno en la mesa del living, levantó instintivamente la mirada hacia la esquina del techo. Qué curioso, la mancha había desaparecido.
La mujer frunció el entrecejo y con un vago presentimiento miró en dirección al cuarto de los chicos. Un líquido espeso y granate chorreaba por el dintel de la puerta. Dibujaba, en la blancura de la madera, la sonrisa de un payaso.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Venganza

De esto hará unos ochenta años, en el campamento del coronel Baigorria, que comandaba una sección cristiana entre los indios ranqueles, entonces capitaneados por Painé Guor.





El capitán Zamora -diremos no dando el verdadero nombre-, poseía una querida, rescatada al tolderío con sus mejores prendas de plata.

Misia Blanca era bocado que despertaba codicias con su hermosura rellena, y muchos le arrastraban el ala, con cuidado, vista la fiereza del capitán.

Y era coqueta: daba rienda, engatusaba con posturas y remilgos, para después esquivar el bulto; modo de aguzar los deseos en derredor suyo.

Celoso y desconfiado, Zamora no le perdía, pisada, conociendo sus coqueteos que más de una vez le llevaron a azotar a un pobre diablo o a tomarse en palabras con un igual.

Durante dos meses, Blanca pareció responder a sus caricias. Llamábale mí salvador, mí negro guapo, y le estaba agradecida por haberla librado de la indiada.

Pero (ya que siempre los hay) al cabo de esos dos meses las demostraciones fueron mermando, el amor de Blanca aflojó y había de ser como los mancarrones lunancos, para no componerse más. Zamora buscó fuera la causa, y dio en uno de sus soldados, chinazo fortacho y buen mozo aumentativamente.

Los espió, haciéndose el rengo.

Cuando estuvo seguro, dijo para sus bigotes:

-Maula, desagradecida, mi'as trampiao y vas a pagar la chanchada.

Prendió un nuevo cigarrillo sobre el pucho y saltó en pelos; tomando al galope hacia lo de Sofanor Raynoso, uno de sus soldados.

Llegado al toldo, saludó a una chinita que pisaba maíz y aguardó que se acercara su hombre, que, dejando, un azulejo a medio tusar, venía a ponerse a la orden.

-Sofanor, tengo que hablarte.

Se apartaron un trecho.

-¿Y cómo te va yendo?

-¡Regular!

-¿Siempre estah' enfermo?

-Mah' aliviadito, señor; pero no hayo descanso.

-Mirá -dijo con decisión Zamora-, te acordás de Blanca, ¿no?...; ya se te hace agua la boca; ¡perro!...; esperá que concluya. Güeno..., vah'a buscar toditos loh' enamoraos; ai está el mulato Serbiliano, y los dos teros, y Filomeno, lo mesmo que el chueco y Mamerto y Anacleto... Güeno: el rancho va'star solo, ansina que te lo yevás todos, y al que le guste que le prienda; pero con la alvertencia... que vos has de ser el primero.

El capitán Zamora dio vuelta a su caballo, levantó la mano como para saludar y enderezó a los toldos de su hermano Pichuiñ Guor. Allá pasaría tres días platicando pa despenarse en el olvido.

jueves, 25 de agosto de 2011

La última llamada

Desde hacía ya cuatro días, a la misma hora invariablemente, recibíamos una llamada. Exactamente a las 4 de la mañana, el teléfono no dejaba de sonar hasta que mi esposa o yo contestábamos y cuando lo hacíamos sólo lográbamos escuchar una respiración, una respiración cansada, que se ahogaba en sí misma, como si se tratara de alguien que esta exhausto o a punto de desfallecer.

Estábamos muy nerviosos, francamente preocupados, al principio creímos que se trataba de una broma, pero ya era demasiado. La quinta noche no dormí en lo absoluto, permanecí inmóvil frente al teléfono esperando que el timbre sonara de nuevo. Había comprado un identificador de llamadas, por fin sabría quien me estaba jugando esta mala pasada. Mi esposa no quiso esperar y se fue dormir sin lograr convencerme de hacer lo mismo.

Llegó el momento, el reloj marcó las 4:00 horas, mi esposa seguía dormida y en el identificador pude ver el número 5-5-2-5-7-8-8-3. ¡Esto no es posible! pensé, es mi número telefónico el que aparece en el display, seguramente estaba mal configurado el aparato, lo revisé como intentando reparar algún desperfecto que no existía. El timbre del teléfono no dejaba se sonar. El sonido empezó a molestarme, comencé a sentir miedo, mejor dicho un terror indescriptible se empezó a apoderar de mí, intenté contestar pero no pude, algo me lo impedía, las manos me comenzaron a sudar copiosamente y mi cuerpo se estremeció como si algo malo me fuera a pasar si descolgaba el auricular, mi garganta estaba tan seca que no podía tragar saliva.

Salí corriendo del apartamento, no podía permanecer un momento más ahí, no pensé en mi esposa, no pensé en nadie sólo en alejarme, en huir. Sabía que iba por mí, sabía que yo era el blanco de sus intenciones, cualquiera que fueran éstas. Sentía que estaba tras mi espalda y podía escuchar la respiración, esa maldita respiración, que no dejaba de resoplar, que me atormentaba en todo momento, casi podía sentirla en mi rostro. Tengo que escapar, me decía, tengo que escapar, ¡ya no lo soporto!.

Me sentía muy exaltado, mi pulso se aceleraba a cada instante, casi no podía respirar, me estoy híper ventilando, pensé, mis piernas no respondían a las órdenes que mi cerebro intentaba darles. Desesperadamente pasé como pude por el parque, de pronto me detuve, sabía que tenía que hacer esa llamada, debía avisarle, ponerla sobre alerta y explicarle el gran peligro que corría.

Empezaba a salir el sol, no se cuanto tiempo estuve corriendo, el alumbrado público se iba apagando poco a poco, sentí una sensación de angustia terrible. ¡Maldita sea!, no traía conmigo una tarjeta telefónica, de cualquier modo me acerqué a un teléfono público, por fortuna era de monedas pero muy diferente, descolgué la bocina, todo era rectangular, de color negro con rojo, no entendía nada, coloqué algunas monedas y comencé a marcar el número, ¡no puede ser!, susurré, en el teclado numérico no estaba el número cuatro, no es que se lo hubieran quitado algún bándalo, simplemente no estaba, nunca existió, quise alejarme de aquel artefacto pero algo me decía que era la única oportunidad que tenía de comunicarme con ella, debía avisarle, debía decirle que después de mi llamada no contestara el teléfono y que saliera lo más pronto posible de aquel lugar, intenté relajarme, mientras marcaba mi número telefónico vinieron a mi mente escenas perturbadoras estaba seguro de que a mi esposa le podía ocurrir cualquier cosa, sonaron dos tonos, descolgaron el auricular, quise decirle que huyera, que no se detuviera hasta estar segura, pero de mi boca sólo salió una respiración entrecortada, una respiración agitada y ahogada en sí misma mientras escuchaba por el altavoz un grito desgarrador que me paralizó por completo.


miércoles, 17 de agosto de 2011

El polvo mágico

Tunka era un viejo brujo a quien nadie visitaba.
Un día, invitó a su pequeño laboratorio en la montaña a Luis, el hombre más rico del pueblo.
Cuando llegó, le habló de su gran descubrimiento. Se trataba de un polvo mágico que duplicaba lo que quisiera. Ya había preparado diez de ellos. Luis le pidió que probara lo que decía y le dio una moneda de oro. Para su asombro, unos instantes después de echarle el polvo, las monedas eran dos.

Una vez que se pusieron de acuerdo en el pago, Tunka le entregó un sobre. No llegó a explicarle de qué se trataba, ya que cayó muerto tras un fuerte golpe en la cabeza. Luis no iba a permitir que otros accedieran a la sustancia mágica, y con lo que tenía, era suficiente. Dejó el sobre, tomó la caja con los polvos, y se fue. Luego de vender todos los bienes, juntó sus monedas de oro. Les echaba el preparado y se duplicaban. Muy inteligente, cuando le quedaban sólo dos porciones, se dio cuenta de que duplicando el mágico elemento, su fortuna sería interminable y sería dueño del mundo entero. Pero, cuando los juntó, no sólo se esfumaron, sino que desapareció hasta la última moneda de oro que había. Después de esperar horas sin novedades, se dirigió al laboratorio del brujo.

Maldiciendo porque lo había engañado, abrió la puerta. Cuando vio el sobre, pensó que ahí encontraría la solución.
Pero el escrito decía: “Nunca juntes dos polvos mágicos. Si lo haces desaparecerán, junto a los metales que se encuentren alrededor”

Fin

martes, 9 de agosto de 2011

Las monjas

Una joven de 18 años se quiso meter en un convento de monjas después de tres años estudios religiosos. Mirando un plano, la chica llegó a la puerta del enorme caserón tétrico y misterioso.

Picó a la puerta y las monjas le recibieron. Esa noche al lado de la cama en la mesa de la habitación que le habian designado, encontró la carta de una chica que, al parecer habiá estado en el convento hace tres años. Decía:

Querida familia, estew convento está poseído por el Diablo. Las monjas no son humanas. Por las noches juegan con la ouija y no hablan, hacen ruidos muy extraños. Ayer bajé a un sótano que hay en la habitación del piso de abajo. Intenté avisar a la chica que está en la habitación de al lado, pero cuando entré en la habitación y vi que otra chica se estaba comiendo sus pies, miró hacia atrás y mie vio. Tenía toda la cara deformadaBajé corriendo al sótano y abrí la puerta de golpe. Allí estaba el hombre que Reagan me describió en su historia. Que no tenía cara porque se la había comido de pasar hambre. Tengo miedo. Ayer cuando intenté salir se comió la mitad de mi brazo. Por favor venid a buscarme.
Trazy

Allí se acababa la carta, la joven, intrigada, bajo las escaleras y abrió la puerta del sótano para ver lo que había en su interior y al abría la puerta vió una cama que tenía una niña muerta atada, sin un brazo, sin ojos, y en la cabecera estaba escrito con sangre : Trazy.

La chica corrió a buscar a las monjas que estaban fuera pero cuando salió y miró hacia arriba, vió volar a las monjas sin brazos y sin piernas, pero cuando se dió la vuelta...

domingo, 31 de julio de 2011

Cinco noches

La primera vez fue la noche de un día casi perfecto. Habíamos celebrado una comida en el jardín con nuestros mejores amigos. Los niños salieron a jugar a la playa y los mayores pasamos la tarde brindando por los buenos vientos que impulsaban mis negocios. Un día de sol, un día de felicidad completa.
Al anochecer, mientras recogía la mesa bajo el porche, ya solo, una ráfaga de aire helado cubrió de nubes el cielo y bajó hasta la casa, zarandeándome como en un vendaval, revolviendo el mantel y lanzando los cubiertos al suelo. Entré en el salón con el ánimo turbio. Acabé discutiendo con toda la familia y me marché a dormir con una rara angustia anclada en el estómago.

La segunda vez fue al día siguiente. Cuando me informaron del colapso de la bolsa y la fuga de mi socio.

La tercera antes de ayer, después del accidente, cuando me encerré en mi habitación con la primera botella de alcohol que encontré en el mueble bar, ahogando en el olvido la certeza de que, con ellos, mi vida se había quedado en aquel coche.

La cuarta no pude dormirme hasta caer borracho. Quedé varado de espaldas, encarando las sombras del techo, con la boca entreabierta y los brazos inútiles sobre el regazo de las sábanas. Era un sueño profundo que me atenazaba y me mantenía postrado, inevitablemente inmóvil; pero a la vez despierto en un consciente duermevela.
Escuché brotar a los lejos su espantoso bramido, apagado primero, luego creciendo en su acuciante galope hasta mi lecho; como una tormenta de arena que inunda un poblado de adobe en el desierto. Lo intuía llegar desde la atalaya de mi pesadilla, sabiendo que yo era su presa atrapada. Intenté inútilmente despertarme, abrir los ojos, gritar, zafarme de mi inmovilidad, salir del sueño y buscar refugio... ¿en qué brazos? Cuando aquello se deslizó en mi habitación se había transformado en silencio, un silencio del que mi cerebro sólo adivinaba el sonido del frío. Me hubiese arrugado en cuclillas como una bola de papel y escondido en lo más profundo del embozo, como un niño asustado que aguarda el abrazo que le salva cada mañana de los malos sueños. Pero así permanecí toda la noche, rendido, indefenso, desesperantemente expuesto a la caricia de un silencio mortal..., a la soledad perenne..., a un dolor sin orillas...

Hoy será la última vez. A medida que van pasando las horas siento cómo me inunda el amargo sabor del pánico. Ignoro la razón de esta certeza, pero sé que esta noche, cuando el horrísono frío al fin me abrace, deberé sin remedio abrir los ojos...

lunes, 25 de julio de 2011

Caras que nunca olvidas

Cuando era niña nos llevaron a un museo. Estábamos todos cogidos de la mano, todo iba perfectamente bien. Yo solo tenía unos siete años o quizás menos. Íbamos a salir del museo, cuando vi en las afueras, apoyada a la pared a una anciana. Era evidentemente una vagabunda, su cabello estaba enmarañado y gris, sus ojos sobresalían entre su gris rostro por el polvo y la suciedad. Sus ropas eran harapos igual de mugrientos.
Soy incapaz de olvidarme de esa mirada. Esos ojos firmes, iracundos pero solitarios que me siguieron. Me quedé mirando a la anciana, sosteniendo su mirada y ella se levantó, como si fuera a decirme algo.
Entonces giré y todos se estaban alejando. Corrí y la anciana no pudo seguirme. Estaba asustada pero mi madre creyó que solo era una vagabunda y nada más.
Gran error.
Años después, cuando yo ya contaba con catorce años estaba en una fiesta y salimos de la casa. Ya eran casi las doce y mis padres no venían. Todo estaba iluminado por las luces amarillas y brillantes de los faroles que tanto me siguen molestando.
Entonces, giré porque escuché un sonido, como de algo arrastrándose.
En la vereda, vi una figura de harapos, gris, con un cabello largo y enmarañado. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo y cogí el brazo de una amiga. NO tenía tiempo para explicar la historia, pero reconocí a la anciana de hace años.
Tuve mucho miedo, quería volver. Se iba acercando más entre el silencio de la calle y la nocturna soledad de aquel lugar.
Entonces, cuando sentí que ya no podía hacer nada más que enfrentarla, alguien se puso a mi lado.
Era una pareja joven que esperaban para tomar un taxi. Hablaban despreocupadamente y la anciana se acercó hasta ellos.
Una limosna dijo extendiendo su mano. Era gris y arrugada, pude ver unas venas que sobresalían en el reverso de su palma.
El cabello le cubría casi todo el rostro y yo observaba de reojo, con miedo a que me reconociera.
No tenemos nada ¡A otro lado, anciana! exclamó el hombre muy irritado y su acompañante se alejó con un poco de asco.
Me compadecí un poco de la anciana. Y ésta, como leyendo mis pensamientos levantó la cabeza.
Uno de sus ojos se clavó en mi cara y sentí que me ponía pálida como una hoja de papel.
Creo que mis amigos me llamaban y yo no los escuchaba.
Pude ver que el ojo se cerraba y luego miraba de nuevo a la pareja.
Arrastrando los pies la anciana desapareció, y pude escuchar en un mascullo.
Una cara jamás de olvida seguida de una risa algo nasal y una tos algo fuerte.
La anciana desapareció en unos segundos y la pareja cruzó la calle.
Ahí fue cuando ocurrió.
Vi como un auto llegaba a una velocidad increíble y los chocaba de una manera tan brutal, que el hombre salió disparado y su acompañante quedó tirada en el suelo, con la marca de los neumáticos encima.
Me quedé paralizada y segundos después comencé a gritar por ayuda, pero no me acerqué. Evidentemente estaban muertos.
Esa noche la policía llegó y mis padres me recogieron.
Cada cierto tiempo, veo a la anciana por las calles. Cuando estoy en el autobús la veo y deseo con todas mis fuerzas que ella no sepa que la espío. Su rostro... nunca lo voy a olvidar.
Tal vez lo que ella dijo era verdad...
Una cara jamás se olvida.
Yo no olvidé la de ella.
Y de seguro, ella no ha olvidado la mía.

sábado, 16 de julio de 2011

Difícil de recordar

Lo ultimo que recurdo fue que veia las gotas de lluvia deslisarse por la ventana del tren. Afuera de el no habia mas que oscuridad y borrosas sombras, como un recuerdo lejano. El conductor habia anunciado que llegariamos a la estación Brahms en 15 minutos. Ese era mi destino. No sabia en que ciudad estaba, solo sabia que vivia en Nueva York y que me dirigia a la estación Brahms.
En mis manos llevaba un maletin cerrado con una clave de tres digitos que no conocia,e íba vestido de traje negro y sombrero. En mis bolsillos habia una cartera de cuero negro, con dos dolares y mi identificación que decia que me llamaba John Hendrix y mi fecha de nacimiento era el 1 de septiembre.Hay el tren se metio en un tunel que dejo negro el exterior.
En un periodico alfrente mio señalaba la fecha como el 11 de diciembre y de titular tenia INCENDIO EN LA CALLE LYNCH 25 muertos, la calle es llamada por los pobladores "La calle del infierno".
En ese momento hubo un fallo en la luz del tren y no pude seguir leyendo. Tan solo en ese entonces me di cuenta que no habia nadie en el tren y al pasar al otro bajon solo pude ver unas seis personas, arriba de la puerta del conductor señalaba la hora, eran las 11:15pm. En un aciento habia un anciano tociendo, y dos acientos mas adelante un joven escuchando musica en su ipod. Me sente al mismo tiempo que el conductor anuncio la parada en la estación Brahms. Sali lo mas rapido que pude a la luz, chocando con un oficial de policia que sostenia un café, el café se derramo sobre mi hombro derecho y sobre el pecho del oficial fue hay cuando vi su nombre se lla maba H.Manson. Le pedi perdon y continue caminando subi las escaleras arriba de la estación y termine en un corredor poco iluminado lleno de posters de cometicos y peliculas. Adelante se encontraban mas escaleras y a lado de ellas una puerta, aunque no tenia idea de donde íba sabia que tenia que subirlas.Pero cuando me encontre a lado de la puerta de empleados esta se abrio de un solo golpe y un conserge de el otro lado me dijo-Sigame señor Johnson yo se donde se dirije. Como no sabia donde íba, pero al parecer ese sujeto si lo segi por un pasillo hasta llegar a otra puerta, el solo segia caminando hasta atravesar la puerta. No supe como reaccionar porque no tenia sentido,pero al pensar un poco me di cuenta de que yo no tenia sentido. Así que decidi abrir la puerta y entre a un closet bastante grande en donde el conserge se encontraba parado mirandome. Fue ahi que me di cuenta que era el mismo anciano que habia ocido en el tren. Al anciano se le tornaron los ojos rojos, y me dijo-360.
En ese momento el anciano desaparecio y las paredes del closet se volvieron amarillas, un amarrillo fuerte. Mire a mi alrededor y no existia tal puerta por la que entre y en las paredes estaba escrito con sangre 360 en cada rincon del closet estaba escrito 360. Entonces recorde mi maletin y la clave de los tres digitos que no recordaba. inserte la clave y el maletin se abrio de golpe.De el calleron dos objetos un papel , y una pistola. Cogi a pistola con una mano y deje caer el maletin. Tambien cogi la hoja que decia- DESPIERTA. Me dispare en la cabeza.
Doctor que cree que signifique este sueño.
Pues probablemente,si es recurente debe tener algun nexo con su vida,no hay nada familiar en su sueño, algo que se conecte con la realidad.
Bueno el anciano en mi sueño ...es usted.

jueves, 7 de julio de 2011

La cueva tenebrosa

Había una vez un pueblo en el que lo más temido era perderse de noche y acabar en la "cueva tenebrosa". De aquel lugar no había vuelto nadie, y cuando alguien se perdía por allí lo último que se oía era un gran grito de terror y luego unas enormes risotadas.
La gente del pueblo vivía aterrorizada ante la posibilidad de que el monstruo un día abandonara la cueva, y llenaban la entrada con regalos y comida que al poco desaparecían. Un día llegó por aquella zona un joven a quien la situación pareció tan injusta, que decidió entrar a la cueva y enfrentarse al monstruo. EL joven pidió algo de ayuda, pero todos eran tan miedosos que ninguno se acercó lo más mínimo a la entrada de la cueva.
Entró en la cueva alumbrándose con una antorcha y llamando al monstruo, dispuesto a hablar con él y explicarle la situación. Al principio el monstruo rió largo rato, lo que el joven aprovechó para acercarse según le oía más y más alto, pero luego se calló, y el chico tuvo que seguir caminando sin saber a dónde, hasta que llegó a una grandísima caverna. Al fondo le pareció adivinar la figura del monstruo, y en cuanto se acercó un poco, sintió un fuerte golpe en la espalda que le empujó hacia adelante, hacia un agujero en la roca que no pudo evitar, y cayó. Sintiéndose morir, lanzó su último grito, y fue entonces cuando oyó las grandes risotadas.
"vaya, creo que me ha devorado el monstruo", se decía mientras caía. Pero según iba cayendo, sintió música, y voces, y más claridad, y cuando dejó de caer y fue a parar contra un suelo blando, oyó un grito unánime: "¡¡sorpresa!!, y sin creérselo, se encontró enseguida en medio de una gran fiesta.
Allí estaban todos los que nunca habían vuelto al pueblo, y le explicaron que aquel lugar era idea de un antiguo alcalde del pueblo, que trató de hacer grandes cosas y no pudo por el miedo que siempre tenían sus vecinos, y que cansado de aquella vida de miedo, había inventado la historia del monstruo para demostrarles el poco sentido que tenía su actitud.
Así que allí se quedó en joven, disfrutando de la fiesta en compañía de todos aquellos que se habían atrevido a acercarse a la cueva

¿Y en el pueblo? En el pueblo aún siguen pensando que la cueva tenebrosa es el peor de los castigos...

jueves, 30 de junio de 2011

En la habitación

Hace tiempo cuando yo era mas pequeño me encontraba solo en el cuarto donde por ninguna extraña razon mama dejaba que entraramos ahi pues no fue asi yo lo hice y al estar ahi senti como si algo frio y humedo tocara todo mi cuerpoo haciendo me sentir un escalofrio rotundo y profundo que corria por todo mi cuerpo con unas ansias tremendras de poder gritar y salir de ahi corriendo pero desgraciadamente mi cuerpo estaba en un estado de paralisis temporal que impidia hacer algun movimiento asi de que pr una extraña razon senti de que alguien como si viniera de la nada me habia sido enpujado asi afuera haciendome caer sobre el suelo haciendome perder la mayoria de mis sentidos y olvidandome por un momento en que posicion estaba.

viernes, 17 de junio de 2011

Difícil de recordar

Lo ultimo que recurdo fue que veia las gotas de lluvia deslisarse por la ventana del tren. Afuera de el no habia mas que oscuridad y borrosas sombras, como un recuerdo lejano. El conductor habia anunciado que llegariamos a la estación Brahms en 15 minutos. Ese era mi destino. No sabia en que ciudad estaba, solo sabia que vivia en Nueva York y que me dirigia a la estación Brahms.
En mis manos llevaba un maletin cerrado con una clave de tres digitos que no conocia,e íba vestido de traje negro y sombrero. En mis bolsillos habia una cartera de cuero negro, con dos dolares y mi identificación que decia que me llamaba John Hendrix y mi fecha de nacimiento era el 1 de septiembre.Hay el tren se metio en un tunel que dejo negro el exterior.
En un periodico alfrente mio señalaba la fecha como el 11 de diciembre y de titular tenia INCENDIO EN LA CALLE LYNCH 25 muertos, la calle es llamada por los pobladores "La calle del infierno".
En ese momento hubo un fallo en la luz del tren y no pude seguir leyendo. Tan solo en ese entonces me di cuenta que no habia nadie en el tren y al pasar al otro bajon solo pude ver unas seis personas, arriba de la puerta del conductor señalaba la hora, eran las 11:15pm. En un aciento habia un anciano tociendo, y dos acientos mas adelante un joven escuchando musica en su ipod. Me sente al mismo tiempo que el conductor anuncio la parada en la estación Brahms. Sali lo mas rapido que pude a la luz, chocando con un oficial de policia que sostenia un café, el café se derramo sobre mi hombro derecho y sobre el pecho del oficial fue hay cuando vi su nombre se lla maba H.Manson. Le pedi perdon y continue caminando subi las escaleras arriba de la estación y termine en un corredor poco iluminado lleno de posters de cometicos y peliculas. Adelante se encontraban mas escaleras y a lado de ellas una puerta, aunque no tenia idea de donde íba sabia que tenia que subirlas.Pero cuando me encontre a lado de la puerta de empleados esta se abrio de un solo golpe y un conserge de el otro lado me dijo-Sigame señor Johnson yo se donde se dirije. Como no sabia donde íba, pero al parecer ese sujeto si lo segi por un pasillo hasta llegar a otra puerta, el solo segia caminando hasta atravesar la puerta. No supe como reaccionar porque no tenia sentido,pero al pensar un poco me di cuenta de que yo no tenia sentido. Así que decidi abrir la puerta y entre a un closet bastante grande en donde el conserge se encontraba parado mirandome. Fue ahi que me di cuenta que era el mismo anciano que habia ocido en el tren. Al anciano se le tornaron los ojos rojos, y me dijo-360.
En ese momento el anciano desaparecio y las paredes del closet se volvieron amarillas, un amarrillo fuerte. Mire a mi alrededor y no existia tal puerta por la que entre y en las paredes estaba escrito con sangre 360 en cada rincon del closet estaba escrito 360. Entonces recorde mi maletin y la clave de los tres digitos que no recordaba. inserte la clave y el maletin se abrio de golpe.De el calleron dos objetos un papel , y una pistola. Cogi a pistola con una mano y deje caer el maletin. Tambien cogi la hoja que decia- DESPIERTA. Me dispare en la cabeza.
Doctor que cree que signifique este sueño.
Pues probablemente,si es recurente debe tener algun nexo con su vida,no hay nada familiar en su sueño, algo que se conecte con la realidad.
Bueno el anciano en mi sueño ...es usted.

jueves, 9 de junio de 2011

Mente infantil

Todos estaban jugando, pero Santiago no. No podía apartar sus ojos del oscuro depósito de herramientas situado al otro extremo del patio del colegio. Algo atraía su mirada, pero no sabía qué, porque desde donde estaba, la ausencia de luz le impedía ver lo que había adentro de aquel cuarto. De pronto notó una sensación extraña, una sensación de como si alguien lo estuviese mirando desde ese tenebroso lugar, y esto lo intranquilizó aún más.
No podía dejar de pensar, o tal vez de imaginar, qué o quién lo miraba. Por un momento le pareció haber visto un ratón gigante con los dientes de metal que esperaba que entrase un niño al depósito para devorarlo. Santiago podía ver los ojos negros del sucio animal fijos en él, y notó que el enorme ratón en vez de cola tenía una serpiente de colmillos blancos, quien lo miraba también.
No había pasado mucho tiempo cuando sonó el timbre del colegio. Santiago tembló de miedo, porque sabía que inevitablemente tendría que pasar frente al depósito con el ratón gigante de dientes de metal y cola de serpiente para poder llegar a su salón de clase. Lentamente se levantó y muy despacio empezó a caminar. Con cada paso que daba sentía acelerarse su corazón más y más y sentía con mayor intensidad el helado viento que chocaba contra su rostro.
A medida que se iba acercando al sitio al cual no quería acercarse, el niño veía al ratón aún más grande. Pensaba que tal vez el inmenso roedor tendría garras de león muy afiladas que le ayudarían a devorar a sus víctimas. Santiago temblaba de miedo.
Cuando ya faltaba poco para llegar al depósito, el niño se estremeció de pavor. ¿Qué tal si el ratón gigante de dientes de metal, cola de serpiente y garras de león también arrojaba fuego por la boca para quemar a los padres que no le dejaran comerse a sus hijos? El niño no quería continuar, pero tenía que hacerlo.
Era inevitable. El momento que Santiago no quería que llegara al fin llegó, y cuando ya estaba pasando cerca de aquel oscuro depósito, el niño se detuvo junto a la entrada de aquel lugar, lentamente giró su cabeza en dirección al cuarto de herramientas y se sorprendió al no ver nada más que escobas, viejos pupitres y algunos escombros. Entonces se acercó al umbral de la puerta e introdujo su mano para tantear en la pared en busca del interruptor de la luz, pero no lo encontró. Armándose de valor, introdujo esta vez su cabeza, vio dónde estaba el interruptor y rápidamente lo activó. Al iluminarse la habitación, Santiago apenas alcanzó a ver cómo velozmente un punto negro en el suelo se escondía entre los escombros. Entonces el niño apagó la luz, sonrió, y siguió su camino hasta el salón de clases.
Santiago sonreía. Sonreía porque el ratón gigante de dientes de metal, cola de serpiente, garras de león y que también arrojaba fuego por la boca no existía. Lo que le miraba desde el oscuro depósito no era más que un pequeño ratón, asqueroso e indefenso. Todo se lo había imaginado… o al menos eso pensó él.

martes, 31 de mayo de 2011

El error

Era la hora, todo estaba oscuro. En cualquier momento esos ojos iban a aparecer en la oscuridad de mi habitación y se iban a acercar lentamente a mí, sin hacer nada más que observarme en mi profundo sueño.
Pero esta vez iba a ser diferente, todo estaba preparado, el objeto metálico en mis manos y mis ojos buscando a esos redondos y penetrantes ojos.
Como cada noche los ojos se me acercaron y se quedaron a mi lado. Era el momento, apreté con fuerza el objeto en mi mano y en un segundo que me pareció eterno, el objeto color plata hacía en uno de sus ojos.
Se estremeció, chilló y luego no dijo nada. Me levanté de la cama y encendí la luz, estaba horrorizado.
Mis padres se suponía que iban a salir, pero me había olvidado de algo, mamá decidió no ir.
Y ahora yacía tendida en suelo sin señales de vida.

martes, 24 de mayo de 2011

Una noche de terror

Una noche en los medanos, la luna brillaba, como nunca antes, el silencio era casi tétrico, caminaba por la ensenada, cuando de repente a lo lejos se escucho muchos gritos de dolor y espanto, corrí asía donde venían los gritos, al llegar quede como petrificada, todo el lugar se hallaba cubierto de personas despedazadas, niños, ancianos, jóvenes, era escalofriante ver como algunos se retorcían entre los escombros, habían hecho estallar una bomba en un edificio del Consulado Islámico.

Al lugar llegaron varias dotaciones de bomberos, policías y Militares, que corrían de un lado a otro tratando de socorrer a los heridos, y removiendo los escombros para rescatar a algún sobreviviente, o los muertos para ser llevados a la morgue, esa noche y días fueron las mas largas para la ciudad de los Medanos.

La investigación del caso la llevo un Oficial de la Armada, Jon Pool ski, quien con sus oficiales a cargo, reunieron la mayor evidencias posibles de los hechos, mientras que transcurrían los días, los bomberos y paramédicos encontraban mas supervivientes que eran sacados a medida que se removían los escombros, aún con vida, pero muy mal trechos por los momentos vividos, mientras se hallaban prácticamente sepultados en el lugar, dos de los que fueron rescatados eran de seguridad del Consulado Islámico, quienes se encontraban en ese momento en las oficinas de seguridad del lugar.

Los medios televisivos y radiales informaban en todo momento los acontecimientos que se iban dando a medida que trascurrían los días, después de varias semanas de arduo trabajo y investigación, el caso del atentado al Consulado tomo un giro, inesperado por todos los afectados y el pueblo de los Medanos.
El Oficial Jon Pool ski havia sido retirado de su cargo igual que sus oficiales, sin saber mas nada de ellos, las pericias, pruebas, testigos, misteriosamente habían sido retiradas de la fiscalia del juzgado, quedando el caso sin resolver, los medios y periodistas, que intentaban averiguar sobre los hechos, eran desterrados del lugar, quedando así todo en la nada y en un rotundo silencio de parte de los gobernantes de los Medanos.

Aquí vemos la justicia del más fuerte y el fraude de los políticos, que sobreviven en el poder a costa de miles de almas inocentes, y se enriquecen con la sangre de su pueblo, me he quedado pensando en las miles de familias que tienen una causa perdida en las manos de la justicia de las cuales asta los días de hoy no han hallado respuestas, y no es por que no hallan buenos investigadores, si no por que no hay buenos gobiernos que se preocupen por el pueblo que los a elegido, para sobré guardarlos de los corruptos y terroristas, que amenazan a la sociedad de los diferentes países.

Ha todo esto los oficiales que investigaban la causa, del atentado fueron deportados y suspendidos de las fuerzas, el caso no tuvo mas repercusión que unos pocos ciudadanos que pedían justicia de año en año en la fecha de los hechos acontecidos.

lunes, 16 de mayo de 2011

La hija del enterrador

Era un día frío y ventoso. El aire ondulaba los árboles que se balanceaban de un lado a otro incesantemente. El cementerio estaba más lúgubre que de costumbre. Un pequeño ratón corría entre las tumbas, mientras que a lo lejos se un búho.
Dentro de una pequeña casa se encontraba Benito, el enterrador. Era un hombre viejo y amargado que había sobrevivido a todos los habitantes del pueblo de su misma edad. Su cara arrugada acompañaba siempre a su mal genio.
- ¡Carmen Miriam! -gritó-. ¡Tengo hambre! ¡Quiero comer!.
Carmen Miriam era una hermosa joven. Le miró con desprecio y sin formular una sola palabra se dirigió a la cocina. Le preparó una tortilla que Benito devoró rápidamente mientras bebía grandes tragos de vino.
Carmen Miriam pensaba en irse lejos, muy lejos. Hacía años que vivía obsesionada con esa idea pero nunca había podido llevarlo a cabo. No tenía dinero, no conocía a nadie, y su padre jamás la dejaría marchar. Sabía que su padre tenía monedas de oro. Recordaba vagamente que cuando era una niña las vio. Pero a pesar de que había buscado por toda la casa, no pudo encontrar ni rastro de las monedas.
Había empezado a llover con gran fuerza. La lluvia golpeaba los cristales con ira. En ese momento se oyó un ruido. Era el galopar de un caballo. Benito también lo había oído y se levantó de donde estaba. El jinete paró el caballo delante de la casa del enterrador.
- ¿Quién demonios podrá ser?- preguntó Benito.- ¿Quién en su sano juicio puede aventurarse a cabalgar en plena noche con este tiempo?-.
Llamaron a la puerta. Benito la abrió. Ante él se hallaba un hombre alto que estaba empapado de arriba a abajo. Miró fijamente a Benito.
- ¿Puedo pasar?- preguntó.
Benito no tuvo más remedio que dejarle pasar y así se lo indicó con un gesto.
Carmen Miriam se sorprendió al verle. No estaba acostumbrada a los extraños y probablemente nunca había visto a un hombre como aquél.
- Me llamo Carmen Miriam -le dijo.- Pero aproxímese al fuego. Está empapado.
El joven extendió las manos sobre las chispeantes llamas. Su cuerpo estaba temblando, pero poco a poco empezaba a reaccionar.
- Me llamo Mauricio Antonio - les dijo a sus anfitriones. -¿Podría pasar la noche aquí?
Benito permaneció callado durante unos segundos. No le gustaban las visitas y mucho menos los desconocidos.
- ¿Pagará?- preguntó escéptico.
- ¡Oh! ¡Claro! No se preocupe por eso -contestó.
- ¡Carmen Miriam! -gritó,- Prepárale un poco de comida. Seguro que también estará hambriento. Pero dígame, ¿Que hacía a estas horas y con este tiempo cabalgando en plena oscuridad? -le preguntó mientras bebía vino.
- Me dirigía hacia la costa, con la intención de embarcarme hacia Baleares, pero el tiempo me lo ha impedido -señaló Mauricio Antonio
- ¡Ya! -dijo secamente Benito.
- Usted es...
- Sí, soy el enterrador -dijo Benito.
Llegó Carmen Miriam con un poco de comida y Mauricio Antonio la comió lo más deprisa que pudo.
El fuego se estaba apagando y el viento era cada vez más frío.
- Será mejor que vaya a por más leña al cobertizo -dijo secamente el enterrador y salió de la casa. Carmen Miriam entonces se dirigió hasta el hombre y le dijo:
- Debe ser hermoso montar a caballo. Cualquier cosa sería buena con tal de salir de aquí.
Y entonces con un insinuante movimiento de caderas se subió la falda distraídamente dejándole ver sus piernas. Se echó la larga melena oscura hacia atrás descubriendo el contorno de sus pechos. Se acercó a Mauricio Antonio. Sus cuerpos estaban muy cerca. Se rozaban. Mauricio Antonio acarició sus turgentes pechos, pero ella se apartó rápidamente y con una risa enigmática le dijo:
- Tengo un plan. Esta noche cuando mi padre se emborrache como de costumbre y duerma la mona, nos iremos los dos lejos de este lugar. ¿Si tan solo supiera donde tiene guardado las monedas de oro?
- ¿Monedas de oro?- le preguntó Mauricio Antonio.
- Sí -continuó hablando ella-. Antes de morir mi madre las vio. Pero las ha escondido ¡Dios sabe donde!.
LLegó el enterrador que cerró la puerta de un golpe. Echó la leña al fuego. Dio un gran bostezo. El vino siempre le producía sueño. Estaba ya bastante bebido pero aún así su voz seguía sonando fuerte y segura. Le indicó la cama al invitado y apagó la lámpara de la mesa.
La noche había esparcido un halo de silencio y misterio a toda la casa. Tan sólo la profunda respiración del enterrador perturbaba aquel silencio. Carmen Miriam pensaba en la dulce Carmen Miriam y en todos sus encantos. Ésta se levantó con mucho cuidado de su cama. Andaba descalza por la casa. Hizo una señal a Mauricio Antonio quien se levantó también con mucho cuidado. Andando de puntillas llegaron hasta la puerta. La abrieron muy despacio. La puerta chirrió levemente, pero el enterrador seguía dormido. Una vez fuera cogieron el caballo y lo acariciaron. Mauricio Antonio le cogió las riendas. No quería que el caballo se asustase.
Entonces Carmen Miriam recordó algo. La única persona que la había querido en este mundo era su madre. No podía marcharse sin despedirse de ella. Cogió un pequeño ramillete de flores de una tumba cercana e indicó a Mauricio Antonio el lugar de la tumba de su madre.
Allí depositó las flores. Y en es mismo momento se oyó un grito aterrador. Era como el aullido de un lobo malherido.
- Es mi padre -gritó Carmen Miriam-.
Era demasiado tarde. Allí estaba el enterrador. Sus ojos parecían salirse de las órbitas.
- ¡Canalla!, ¡Miserable! -gritó echando espuma por la boca-. ¡Te voy a matar!
Y apuntándole con una pistola disparó. Le dio en el hombro.
- ¡No! ¡No! ¡Nooooooooooooo! ¡-gritó con ira Carmen Miriam.
- En cuanto a ti -continuó el enterrador- morirás con él.
Y disparó de nuevo. Pero esta vez el disparó no alcanzó a Carmen Miriam sino a la losa de su madre. Justo en ese momento, Mauricio Antonio se había recuperado y se abalanzó hacia el enterrador. Los dos forcejearon y mientras lo hacían Carmen Miriam gritaba desesperada. Al final se oyó un nuevo disparo. Los dos hombres se miraron fijamente a los ojos . Los ojos del enterrador fueron perdiendo su brillo poco a poco, hasta que cayó al suelo en medio de la incesante lluvia. Su cuerpo yacía inerte junto a la sepultura de su esposa.
- Está muerto -dijo Mauricio Antonio-.
Entonces Carmen miriam se rió con una risa que estremeció a Mauricio Antonio.
- Por fin -dijo con rabia-. Ya me he librado de ti para siempre.
- No podemos dejarle aquí -dijo Mauricio Antonio-.
Y cogiendo una pala hizo palanca y abrió la losa de la madre, ante la mirada impasible de Carmen Miriam. La losa se abrió con facilidad. Entonces Mauricio Antonio cogió el cuerpo y lo arrojó dentro de la sepultura donde se oyó un ruido seco. Algo pareció brillar en medio de la oscuridad de la losa.
- ¿Qué es eso que brilla allí abajo? - preguntó Mauricio Antonio.
No obtuvo respuesta. Mauricio Antonio bajo a la tumba, que no tenía mucha profundidad. Allí estaba el cadáver del enterrador, el féretro de su mujer y... Sí, las monedas de oro. Había algunas sueltas y junto a ellas tres bolsas repletas de oro. Subió las bolsas y cerró la losa.
Carmen Miriam volvió a reír, con aquella risa enigmática y misteriosa.
- Así que era ahí donde guardaba el dinero -dijo-. Ahora por fin soy libre y podré irme de aquí, de este horrible lugar.
Pero Carmen Miriam estaba equivocada, muy equivocada.
Un aire frío llegó hasta Mauricio Antonio. Su rostro cambió. Su mirada se tornó maligna y diabólica. Era como si algo o alguien se hubiese apoderado de Mauricio Antonio.
- ¡No!, ¡No nos iremos de aquí!, ¡Ya no! -dijo Mauricio Antonio-. Porque ahora seré el nuevo enterrador.
Carmen Miriam estaba condenada a vivir siempre allí. A recordar su pasado. Su destino estaba en aquella casa, en aquel cementerio. Y es que siempre será LA HIJA DEL ENTERRADOR.

domingo, 8 de mayo de 2011

Réquiem por mi alma

Me costó llegar hasta la cima de la colina a las afueras del pueblo, cargado con el saco y la pala.
Dejé el saco junto al árbol que haría de cruz.
Y me puse a cavar mi tumba.
Tiempo después, la tierra estaba abierta. Su fresca fragancia natural me recordó, por contraste, la corrupción de todo lo que lentamente se pudre fuera, sobre su superficie.
Abrí el saco repleto y, una por una, fui sacando mis motivaciones.
Todas tan rancias, absurdas…
Casi intangibles por su esencia irreal.
Fueron cayendo. Las escuchaba chocar contra el fondo.
Después seguí sacando y arrojando todos mis recuerdos, que por miles se apretujaban dentro del saco. De todas las formas, tamaños, edades y colores; casi al completo cubiertos de enquistados sentimientos, como parásitos imposibles de arrancar.
Todas las personas que alguna vez había conocido estaban allí, evocadas de nuevo en cuanto tocaba el recuerdo; retornaban por un instante de los abismos del tiempo para volver al seno de la tierra. Tantos, tantos recuerdos… que parecían infinitos. Al final, el último de ellos cayó también en la tumba. En un lugar mejor, allí quedarían todos.

Sin excepción.

Mientras iba vaciando el saco, un malestar creciente, indeterminado, iba apoderándose de mi cuerpo. Sentía golpes, arañazos internos. Cada vez más fuertes, y desesperados.

Sabía lo que eran.
Lo que deseaban.

Pero hasta ese momento me había resistido a tomar la inevitable decisión. Era un acto que sólo yo podía ejecutar del modo adecuado. Así que me quité la camisa, tomé una pequeña rama y me la puse entre los dientes. Clavé las rodillas junto a mi tumba y respiré hondo. Los golpes por dentro eran frenéticos. También sabían lo que iba a ocurrir.
Palpé con ambas manos mis costillas flotantes, para localizarlas con precisión. Debía ser tan rápido como pudiese. Así que hundí con fuerza los dedos bajo ellas, intentando asirlas antes de que fuera inasumible.

El dolor me electrocutó.
Noté el calor líquido de la sangre. La rama quebrándose entre mis dientes.

Tiré hacia ambos lados. La carne se abría. Los golpes acompañaban la canción del dolor indescriptible. Grité de forma que sentí la garganta romperse, sin soltar la tenaza de los dientes. Mi mente voló como un cuervo enloquecido, pero antes de desaparecer me iluminó con un destello que reflejaba que, si no continuaba, si me rendía ahora… todo habría sido en vano.
Volqué los restos de fuerza en mis brazos. Y tiré todavía más.
Las costillas crujieron. El pecho no se abrió del todo, pero casi.
Y una corriente salvaje de emociones saltó al exterior, precipitándose en ansioso frenesí hacia el interior de la tumba.

No podían aguantar el estar lejos de cuanto allí descansaba ahora.

Mientras me desmayaba, mi último pensamiento fue más una expresión horrorizada y sorprendida ante lo que acababa de ver:

Jamás imaginé que fueran a ser unas cosas así.


Me despertó la fría luz del alba. No sentía nada. Me palpé el pecho con urgencia.
Se había cerrado como dos manos que entrecruzan sus dedos.
Algo llamó la atención a mi lado y giré la cabeza para verlo. Era un pequeño animal palpitante. O eso me pareció, hasta que me fijé mejor: era un órgano.

Era mi corazón.

Se había quedado a pocos centímetros del borde de la tumba, su destino. Parecía una vieja fruta marchita… arrugada. Lo tomé con cuidado entre mis manos; notando de inmediato la calidez de su débil palpitación, como un eco moribundo de épocas extintas largo tiempo atrás.

Lo dejé caer en la oscuridad. No volvería a verlo jamás.

Me puse la camisa y me acerqué a coger el saco. Aún quedaban en su interior algunos pensamientos inútiles, también un puñado de ilusiones que, bajo la luz de este amanecer, se me antojaron ridículas, patéticas…
Acabé de vaciar el saco en el interior de mi tumba, y lo arrojé a un lado. Cogí de nuevo la pala y me dispuse a devolver la tierra a la tierra. Desde el interior del agujero subía un murmullo, un bullir de sonidos extrañísimos que deseaban ser observados.

Pero me resistí, y ni una de mis miradas cayó sobre lo que allí ocurría.
No tenía derecho a mirar, porque nada de aquello me pertenecía. Era algo íntimo de otra persona; alguien que ya no existía.
Así que comencé a echar tierra, intentando mantenerme lejos de todo lo que estaba escuchando.

Sé que no tardó poco en llegar el momento de dar la última palada sobre el firme de tierra, pero lo conseguí. Nadie podría descubrir a simple vista que allí, junto al árbol, había una tumba. Tiré la pala tan lejos como pude en un despeñadero cercano y recompuse un poco mi aspecto, mis ropas. Después, inicié el descenso de la colina.

Sin mirar atrás.

Mi paso era firme. Mi mente un arroyo que bajaba entre las rocas. El pueblo despertaba a lo lejos, con la noche aún detrás suya. Por el sendero ascendía una persona apoyándose en un bastón. Una persona con la que coincidí en el pasado que, al verme, sonrió. Cuando estuvimos cerca me dijo:

–¡Hombre, Luis! Tú también has madrugado ¿eh?

–No conozco a ningún Luis –le respondí. ¿Y tú? ¿Conoces realmente a algún Luis?

El hombre se quedó con la boca abierta, y retrocedió un paso ante el puñetazo de la sorpresa.

–¿Cómo… has… –comenzó. Pero yo le corté, acercándome a su oído, ignorando su sobresalto, para susurrarle:

–Nunca hables con desconocidos, porque nunca sabrás hasta qué punto pueden ser…

No humanos.

Y continué mi descenso, sintiendo cómo en su cabeza ese conocido que nunca lo fue pensaba que me había vuelto loco, que algo grave me había ocurrido. Pobre ignorante de tantas cosas. Ignorante de que la locura es un privilegio de los vivos.

Nunca de los muertos.

Seguí caminando por estos parajes tan familiares como extraños. La brisa me acariciaba las mejillas con su frescura. Tierna, dulcemente. En un momento, mi visión se empañó con un velo inesperado.

Había lágrimas recorriendo mi cara.

Lágrimas puras, cristalinas.

Como las de un recién nacido que acaba de llegar al mundo.

jueves, 28 de abril de 2011

Por el viejo camino

Muy a su pesar, ya hacía cuatro años que Alfonso no visitaba a sus padres.
Su trabajo lo había llevado muy lejos de su hogar, pero al fin pudo regresar, y
Por primera vez en largo tiempo disponía de varias semanas para convivir con
Sus padres.

Después de dos emotivos días pasados entre comidas con familiares y antiguos
Amigos, largas charlas y recuerdos; Alfonso sintió ganas de dar un paseo a pié.
La casa en la que se había criado estaba en las afueras de la ciudad, en una zona
Rural, y se situaba a unos cincuenta metros de una carretera. Salió ya muy
Avanzada la tarde, cuando el calor del verano era mas soportable.

Estaba por alcanzar la ruta cuando escuchó la voz de su madre, que salió de
La casa para decirle algo que había olvidado. Alfonso volteó y la vio señalar
Algo con un amplio gesto del brazo, a la vez que decía unas palabras que
Alfonso no entendió del todo por un viento que le zumbó en las orejas. Pensó
Acercarse para escuchar mejor, pero creyendo que no era algo importante, hizo
Un gesto con la cabeza dejando entender que había comprendido aquellas palabras.

Alfonso salió a la ruta dejando atrás la casa y su madre que lo miraba desde la
Distancia.
A la fuerza se había acostumbrado al aire viciado de la ciudad, y el fresco aroma
Del campo le pareció mas puro que antes. Con cada inhalación los recuerdos de
Su infancia y su vida en el campo emergían con fuerza. Al pasar frente a un
Camino que terminaba en la carretera, sintió que los recuerdos se le agolpaban
En el corazón. Solía recorrer aquel camino junto a sus amigos y los perros.

Dobló por el camino polvoriento dándole la espalda al sol que ya casi besaba
A la línea del horizonte enrojecido. Caminó como embriagado por tantas
Remembranzas, siguió avanzando sin fijarse en la hora, y prestando poca
Atención a las sombras alargadas de los árboles que bordeaban el camino.

Cuando decidió regresar el sol ya se había apagado detrás de un bosque oscuro
Y lejano. Las sombras lúgubres de la noche se adueñaron del paisaje y ocultaron
Sus detalles. La brisa que había soplado durante todo el día acumuló nubes
En el cielo ocultando las estrellas, y trajo consigo mas oscuridad.
Alfonso se mantuvo en la senda gracias a la arena blancuzca del camino.
Aún le faltaba para llegar a la carretera cuando creyó oír que alguien lloraba.

Forzando la vista para escudriñar en la oscuridad, a duras penas distinguió un
Bulto que por lo alargado parecía ser una figura humana, de pie a un costado
Del camino. Al acercarse unos pasos, descubrió que la figura estaba mas cerca
De lo que creyó en un primer momento, y que también era mas pequeña.
Alfonso saludó, y a un paso de distancia de lo que parecía ser un niño llorando,
Le preguntó por sus padres y que estaba haciendo en aquel lugar. El niño no
Respondió, solo siguió llorando. Aunque se oía un llanto, Alfonso vio que en
La cara del niño se dibujaba una sonrisa extraña, pero pensó que en aquella
Oscuridad la vista lo engañaba.

Para tratar de tranquilizarlo, quiso apoyar su mano en el hombro del niño,
Pero lo traspasó como si este no existiera. Al ser descubierto, el niño fantasma
Retrocedió y se perdió en la oscuridad, a la vez que lanzaba una carcajada
Siniestra.
Después de llegar a su casa y relatar su aterrador encuentro, Alfonso se entero
Que ya hacía un buen tiempo que la aparición de un niño rondaba aquel camino.
Al iniciar su paseo, su madre le advirtió sobre eso, señalando con su brazo rumbo
Al camino.

domingo, 17 de abril de 2011

La mariposa

Era muy chica, lo único que recuerdo es que me acosté a dormir y desperté en el piso. Aun lado de mí, había una mujer muy estilizada, la cual su piel era negra con manchas de colores, y sus brazos y piernas se juntaban y formaban alas, como las de las mariposas. Sus ojos eran como los de las serpientes, y en la cabeza no tenía cabello, sino antenas, su lengua era como las de las serpientes y me hablaba. Me asustó mucho, porque cuando desperté mi sábana estaba de color negro. Desde ese día, me dan miedo las serpientes y las mariposas.

viernes, 8 de abril de 2011

Espanto en el baul

Transitaba por la ruta que me llevaría a la casa de mis padres, a los cuáles no veía desde hacía un largo tiempo. Era la primera vez que iba por este camino y me pareció bueno, pues había pocos autos y podía ir ligero. El único inconveniente era que las estaciones de servicios estaban muy alejadas unas de otras, y un problema con el vehículo me significarían muchas horas de espera.

Parecía una tarde que iba a ser soleada, sin embargo y sin previo aviso, comenzó a llover y un gran viento se levantó. Era tan fuerte que lograba mover el auto hacia un costado; incluso hasta tenía miedo de que me hiciera chocar con otro vehículo que venga del lado contrario. También hacía que se agiten las hojas de los árboles de tal manera que me mareaban y lograban desconcertarme.

Pasaron los minutos; la lluvia se hizo más fuerte y ya no podía ver los letreros que pasaban a los costados. El manejar se me hacía cada vez más dificultoso e incluso el volante se me escapaba de las manos, como si el viento mismo condujera el auto hacia mi destino.

El caer de las gotas de lluvia sobre el auto era tan intenso que no me dejaban escuchar ni siquiera el motor, entonces encendí la radio. Oí en las noticias que los vientos superaban los ciento veinte kilómetros por hora y por esto, decidí disminuir la velocidad. Creía que yendo más lento no tendría ningún problema conduciendo, pero me equivoqué. De repente un golpe seco se sintió sobre el parabrisas y un alarido retumbó, pero fue acallado rápidamente por la lluvia. El miedo me invadió, pues había atropellado a alguien. Frené y detuve el motor. Me quedé inmóvil en el auto; me pareció que pasaron unos minutos y miré hacia el parabrisas: había sangre, pero ninguna marca de un golpe...

Mi mirada permanecía sobre la sangre. Parecía que la fuerte lluvia no quería que me olvide de que agonizaba alguien afuera, pues no lavaba la mancha.

Abrí la guantera muy nervioso, tomé el impermeable y me lo puse. Jamás había tardado tanto en abrir la puerta del auto... tenía miedo de enfrentarme a la realidad.

Ya afuera comencé a buscar a quien había atropellado, pero ni siquiera había rastros de que algo hubiera pasado allí. Estuve unos minutos recorriendo el lugar, pero no encontraba nada. ¿Podía ser que lo que atropellé se haya escapado? Regresé al automóvil y sorprendido, vi manchas de sangre sobre el asiento; pero rápidamente me tranquilicé, pues seguramente cuando abrí la puerta del auto las gotas sobre el parabrisas habían entrado.

Encendí el vehículo y continué con mi camino. Me autoconvencí de que no podía haber sido una persona lo que había atropellado, pues nadie en su sano juicio estaría a merced de esta tormenta infernal ni tampoco en una ruta completamente vacía. Ya me sentía mejor, casi no estaba nervioso, pero no sabía que esto recién comenzaba...

El auto se detuvo justamente cuando un aterrador rayo se disparó desde las nubes. Había combustible, las baterías estaban cargadas, el auto era nuevo... ¿Cómo es que se detuvo? Tampoco había forma de que arrancara, los intentos por hacerlo eran en vano.

Me bajé del auto sin impermeable, pues no me importaba, igualmente estaba todo mojado. Logré llevar el auto fuera de la ruta y luego entré nuevamente. En ese momento decidí quedarme a dormir allí, pues ya oscurecía.

Comenzaba a dormirme, pero un extraño ruido me despertó. La lluvia había parado y ya era de noche. Miré hacia el asiento trasero, pero no había nada, entonces me quedé atento, esperando otra vez ese ruido. Pasaron varios minutos y nuevamente se repitieron. Estaba desconcertado, me intrigaba saber de dónde provenían los ruidos y entonces decidí salir del vehículo.