domingo, 29 de agosto de 2010

Juego de niños

Las dos niñas cantaban abrazadas por la cintura mientras buscaban alguien más que quisiera apuntarse a jugar junto a ellas.

-¿Quién quiere jugaaarrrr a saltar a la cooombaaaa…???.....
-¿Quién quiere jugaaarrrr con nosotrassss….???....

Era una agradable tarde primaveral, hora punta de salida de los colegios y por lo tanto el parque, como cada día, se convertía en un hervidero de gentes variopintas que iban y venían.

Timbres de bicicletas, el ruido de ruedas de patines y monopatines, el balanceo de columpios y los gritos de los niños corriendo y jugando, eran los sonidos inconfundibles que lo llenaban de vida cada tarde.

La pequeña jugaba con su cochecito de muñecas, sus manitas arreglaban el vestidito al diminuto muñeco, para después colocarlo amorosamente en el carrito, y así continuar su paseo.

Llamó su atención la cancioncilla que cantaban las dos niñas y su vestimenta. Las vio aproximarse con sus vestidos de amplias faldas con enaguas, que les llegaban hasta los tobillos y unos enormes lazos que recogían sus cabellos con coletas. La miraban fijamente mientras iban canturreando…

-¿Quién quiere jugaaarrrr a saltar a la cooombaaaa…???...
-¿Quién quiere jugaaarrrr con nosotrassss…???...

Los sonidos de la tarde fueron desvaneciéndose hasta quedar anulados por las voces blancas de las pequeñas, que la fueron envolviendo arrinconándola hasta el borde de la acera. Notó como la empujaban debajo de las ruedas del coche, que fué incapaz de frenar a tiempo, y a continuación, sólo pudo sentir un deseo irrefrenable de jugar a la comba.

domingo, 22 de agosto de 2010

Pesadilla

Una sombra deforme se dibuja en el techo de mi habitación, tiemblo de miedo mientras la observo caer lentamente sobre mí, quiero escapar, es inútil me ha atrapado,decenas de manos me tocan, formandose entre ellas la cara de un cadáver sonriendo satánicamente,mi cerebro quiere explotar,necesita pensar y no puede, mi cuerpo se torna frio, la sangre se congela, parece que no estoy viva.

¿Habré muerto? Sera así la muerte?

Trato desesperadamente de gritar,mi voz no se escucha, mi saliva esta seca,la sombra me aplasta cada vez es mas pesada creo que voy a reventar,las manos tapan mi boca aprietan mi cuello estoy muriendo,el aire no entra,un gran nudo en el pecho se clava como una daga, es tanto el dolor que la sombra huye despavorida, abro los ojos estoy viva, era solo una pesadilla.

sábado, 14 de agosto de 2010

La bestia

La bestia estaba allí, agazapada, vigilante, escondida en algún lugar de la casa esperando mi llegada, dispuesta a saltarme feroz sobre el cuello para destrozármelo en segundos. Era una horrible criatura que se movía sigilosa por los rincones. Su olor fétido inundaba todas las dependencias. A veces, tenía que taparme la nariz para que el penetrante aroma de su sudorosa piel no me irritara las mucosas.

La había sentido varias veces, pero sólo en un par de oportunidades se cruzó delante de mí con la rapidez de una pantera, para luego refugiarse entre las sombras del comedor o la sala de lectura. Paciente, a la espera del momento justo, me observaba con sus ojos cargados de un iridiscente rojo sangre, mientras yo permanecía paralizado por el terror. Con el tiempo fui comprendiendo cuál era el propósito de su presencia: ocupar mi lugar. Entonces me di cuenta de que debía ser más astuto y calmo, tenía que tratar de introducirme en su perversa mente y ser más inteligente a la hora de actuar.

La casa donde vivía era de esos caserones antiguos y fantasmales, cargado de habitaciones, dependencias y por qué no, alguno que otro espectro de tiempos pasados. Pero aquella criatura que rondaba los pasillos y cuartos, no era un ser espiritual atrapado en un anacrónico siglo veintiuno, sino una abominable encarnación del mismo infierno, cebada con el instinto más criminal que se conozca y un odio ancestral que le daba razón a su naturaleza destructiva.

¿Cómo podía deshacerme de ese monstruoso animal? ¿Alguien creería mi historia?
Es muy probable que no. Dirían que la locura se había apoderado de mi mente y que, el lugar ideal para pasar el resto de mis días sería el hospicio. No había otra solución: enfrentarla, demostrarle que ya no le tenía más miedo y que por más que lo intentara una y otra vez, nunca lograría destruirme. Mi vida o su execrable existencia se debatían a cada segundo.

Cuando entré en la casa, un frío visceral recorrió mi cuerpo. Escuché el jadear de su respiración y a su espumosa boca emitir un espeluznante ronquido desde el desván. Había olido mi presencia y se preparaba para la embestida final. Sabía, al igual que yo, que el enfrentamiento era de muerte. Avancé por el living con el paso lento, tratando de no ser oído. Mis ojos estaban atentos y vivaces, observando en distintas direcciones. Esperaba encontrarme con sus amenazantes ojos en la penumbra, abalanzarme sobre ella en un momento de descuido y acabar así con su vida en una feroz lucha. Detrás de un ropero, la vitrina, bajo la cama o el juego de sillones; podía estar en cualquier lado, incluso en los espejos. Así que tomé mis precauciones. No debía dejarla atacar primero, tenía que ser más rápido y sorprenderla antes de que ella lo hiciese conmigo. Tampoco podía sucumbir a sus engaños; era muy hábil y seguramente trataría de inventar algún ardid para desorientarme y obligarme a bajar la guardia. En estos últimos años de convivir juntos había aprendido a conocerla casi como a mí mismo y sabía y cuáles podían ser sus artimañas.

Continué avanzando por el centro del living. Una opresión en el pecho comenzaba a fatigarme y un sudor nervioso me bajaba desde la frente hasta la punta del mentón. Mis manos comenzaron a temblar, inquietas, ávidas de poder aplastar su cráneo como si fuera una cáscara de nuez y terminar con este macabro juego.
De repente, un rugido ensordecedor hizo temblar el ambiente, los vidrios de las ventanas se sacudieron como delgadas hojas de papel y una andanada de su fétido hedor inundó el recinto hasta hacer insoportable la respiración.
¡Dios mío! pensé

La bestia comenzó a desplazarse hacia mí; sus pasos retumbaban grotescamente en el silencio de la noche. Sus enormes garras rasgaban la madera, quebraban el aire con lacerantes chasquidos que enloquecían al más cuerdo. Hubo otro bramido y un resople furioso. Mi corazón palpitaba desbocado. No podía morir ahora, tenía que aguantar, serenarme y enfrentarla. La bestia sabía que mi corazón no resistiría y jugaba con eso.
Se ocultaba, y volvía a bramar, como llamándome hacia a sus fauces.
Tomé coraje y salí decidido en su búsqueda. Me aseguré que la pistola que llevaba conmigo estuviese cargada, con la bala en la recámara y sin seguro, justo entonces la vi salir del gran espejo de living, como un enorme animal en celo. Se paró frente a mí con una mueca burlona en su rostro.

Uno de los dos debe morir
Lo sé le contesté y no sentí miedo de ver aquel rostro tan similar al mío, pero a la vez tan desconocido ¿Por qué tanto tiempo?
Quizá porque en el fondo me amas y me odias a la vez… y nunca tuviste el coraje de enfrentarme
Me miró fijamente y sus ojos refulgieron en la oscuridad.
¡Es inútil que te resistas! sus garras garabatearon en el aire como un hervidero de serpientes ¡Ven conmigo, deja que fluya por tu cuerpo el Universo de la oscuridad, el reino de la ignominia, el placer y la lujuria!
Trataba de no escucharla, sus palabras surgían dulces a mis oídos, eran como un bálsamo para mis sentidos.
¡No te escucho! bramé ¡Soy libre! ¡Y no te tengo miedo!

La bestia rió y aquella carcajada resultó ser la más aterradora que haya oído en mi vida. Imágenes terribles subieron a mi mente, poblaron mi razón, el sentido común, la capacidad de pensar. Me estaba acorralando. Era un títere manejado por sus oscuras fuerzas. El infierno ardía en mi cabeza. Mis rodillas comenzaron a flexionarse. ¿Un acto de genuflexión ante el propio Satán?

¡No tienes alternativa! ¡Arrodíllate ante mí y muere!
¡No! grité

Alcé la pistola y disparé repetidas veces sobre el espejo hasta agotar el cargador. Un ruido ensordecedor sobrevino. Luego, el silencio. La calma. Los cristales se esparcieron sobre el piso como infinitos mundos que parecían observarme. La bestia ya no estaba, sólo quedaba el aroma de su piel flotando en el ambiente.
Permanecí helado, aunque bañado en una pegajosa transpiración, mi mano temblorosa aún sostenía el arma caliente y humeante. Vacilante, busqué en mi bolsillo, saqué otro cargador completo y lo cambié por el vacío. Comencé a caminar en busca de los otros espejos. Sabía que la bestia todavía estaba en la casa.

viernes, 6 de agosto de 2010

El orfanato de Clara

Desde que Clara llegó al viejo orfanato, sus cuidadoras sabían que no sería una niña normal, sus profundos ojos oscuros y la mirada penetrante no era normal en un bebé.

Clara fue creciendo, demostrando ser tímida, muy reservada, nunca jugaba o cantaba, cuando los demás niños se burlaban de ella se podía ver el odio prominente en sus ojos.

Siempre traía con ella una vieja muñeca de trapo.

Lo que más preocupaba a las cuidadoras es que su pasatiempo favorito era encerrarse en el granero, colectar animales pequeños y escarabajos para matarlos.

No lo hacía de inmediato, les arrancaba las extremidades, con sus pequeñas uñas les sacaba los ojos, los retorcía entre sus diminutas manos.

Pero no lo hacía con la curiosidad de un niño, siempre se le veía seria, inmutable.

Lo peor ocurrió cuando tenía ocho años, unos niños entraron al granero para molestarla, le jalaban el cabello, la atosigaban con insultos, se burlaban de su raro comportamiento.

Un chico tomó una piedra y se la aventó, Clara lo miró muy fijo, el chico empezó a tener un ataque de pánico.

Ella tomó un trinche y con fuerza descomunal se lo clavo, casi atraviesa por completo el cuerpo del chico.

Todos salieron corriendo, cuando las cuidadoras llegaron, Clara estaba sentada sobre un montón de paja, con sus brazos rodeando sus piernas.

Se balanceaba adelante y hacia atrás sin quitar la vista del chico muerto.

No podían condenarla por ser una niña pequeña pero las cuidadoras pidieron cambio de orfanato o que la internaran en un psiquiátrico ya que ella no era una niña normal.

Antes de su traslado al hospital, los niños decidieron tomar venganza por la muerte de su amigo.

Esperaron a que oscureciera, entraron al cuarto de Clara y entre todos la arrastraron al granero.

La amarraron, la pusieron en medio, dibujaron un círculo alrededor de ella, un chico tomó un bote de combustible y se lo roció encima.

Otro sacó un fósforo de una caja que se había robado de la cocina y entre la insistencia de los demás, le prendió fuego a Clara.

Ella se retorcía, gritaba, gemía, el dolor se reflejaba en su cara, y aunque su voz se distorsionaba se podía entender que decía que todos estaban condenados.

Las cuidadoras no llegaron a tiempo para salvar a Clara, la encontraron completamente calcinada.

A los pocos días comenzaron los sucesos, cada mañana, uno a uno, fueron apareciendo los chicos muertos en el granero, todos de forma brutal.

Les sacaban los ojos de las cuencas, arrancaban sus lenguas, les fracturaban los brazos y piernas, les abrían el abdomen y con los intestinos formaban un círculo alrededor de cuerpo.

Todo en un mar de sangre, el rostro siempre reflejaba una expresión de terror y sufrimiento impactante.

Aunque las cuidadoras hacían rondas nocturnas, los chicos seguían apareciendo muertos hasta que el estado decidió cambiar el orfanato de residencia.

Prepararon la mudanza y contrataron un camión para partir al día siguiente.

Esa noche, misteriosamente comenzó un incendio en el granero que se extendió hasta la casa del orfanato quemándola por completo.

Cuando por fin llegaron los bomberos no se explicaban por que nadie había salido del orfanato, las cerraduras no tenían llave.

Pero en los marcos y puertas se alcazaba a ver marcas de rasguños desesperados, no hubo ningún sobreviviente, todos murieron quemados a orillas de las puertas.

En el centro del destruido granero, encontraron una vieja muñeca de trapo intacta.

Lo que quedaba del orfanato no fue demolido pero si abandonado.

La gente que pasa por ahí, afirma que en las noches aparece la figura espectral de una niña con su muñeca afuera del granero que se desvanece al cruzar la puerta.