domingo, 27 de mayo de 2012

La voz del muñeco

Durante la función el muñeco giró varias veces la cabeza hacia Facundo. Era de esos muñecos que usan los ventrílocuos. Su mirada era atemorizante; sus ojos eran muy realistas y los giraba como una persona.
Facundo tiró del abrigo de su madre para llamarle la atención.

- ¿Qué quieres? - le preguntó su madre, que estaba sentada a su derecha, del otro lado estaba su padre.
- Quiero irme, vámonos, ¿sí?
- ¡Shh! Ya falta poco - susurró su padre.

Terminada la función del ventrílocuo se fueron del teatro. Ya estaba de noche. Facundo caminó de la mano de sus padres hasta que llegaron al auto.
Durante la cena estuvo callado, su padre lo observó atentamente.

- ¿Te gustó la función del ventrílocuo? - le preguntó el padre mientras se servía ensalada.
- No - respondió Facundo.
- ¿El muñeco te dio miedo?
- Sí.
- Pero sabes que el que habla es el hombre, ¿no? Y también hace que se mueva.
- Sí, pero este muñeco se movía solo, y me miraba.
- No, era el hombre, él lo maneja - insistió su padre.
- ¡Bueno! No hablemos más del muñeco - intervino su madre -. Sino de noche va a soñar.

A la hora de dormir su madre lo ayudó a acostarse, lo cobijó y se despidió con un beso en la frente.
Facundo cerró los ojos pero no pudo dormirse. Un rato después escuchó un ruido y miró hacia la ventana; estaba entreabierta y el viento agitaba la cortina. Quiso llamar a sus padres pero no pudo, el terror lo silenció. En la penumbra del cuarto avanzaba lentamente una figura pequeña, era el muñeco.
Se detuvo al lado de la cabecera de la cama y estiró un brazo hacia la cabeza de Facundo; le tapó la boca con la mano y sonrió terroríficamente.
Facundo sobrevivió a todo el terror que le causó el muñeco, pero nunca más pudo hablar; amaneció mudo, y desde esa noche el muñeco del ventrílocuo tuvo una nueva voz.

domingo, 20 de mayo de 2012

Voces de mi abuelo

Era un noche en la que mi abuelo estaba muy malo… mis padres se fueron a su casa y yo me quede con mi hermano en casa, nos fuimos a acostar y al momento llega mi madre para decirme que mi abuelo había muerto que se iba otra ves para la casa de mis abuelos… esa misma noche despues de decirme eso mi madre me desperte escuchando unas voces…ERAN LA VOCES DE MI ABUELO !! que me decian… nieta mirame, mirame estoy aqui, ayudame por favor!! mire al rededor y no habia nadie y yo seguia escuchando la voz de mi abuelo, incluso aveces antes de dormirme es como si lo tuviera al lado.
Se dice que hay una fábrica en un barrio precario en la ciudad de Mar de Plata, en Argentina, en la cual suceden muchos hechos extraños.

Detrás de la fábrica hay un descampado y muchas veces por la noche se suelen ver duendes o nenes que corren y desaparecen, y lo más tenebroso de todo viene ahora…

Esta fábrica reporta un desaparecido por año, especialmente entre los serenos que la vigilan. Por la noche, cuando el sereno cuida la fábrica, suele escuchar silbidos y hasta respiraciones cerca.

Una vez corrió el rumor de que uno de los empleados por la noche mientras vigilaba el lugar al sentir un gruñido se asomó por la ventana y vio un perro gigante, así como un caballo, y que no se va a olvidar nunca de los ojos rojos de este.

Dicen que el dueño hizo un pacto con el diablo y desde ahí nunca más le robaron, pero a cambio él debe entregar un alma por año, o sea la de un empleado.

Este perro es supuestamente una bestia enviada por el mismo Satanás para evitar los siniestros, dado que es un barrio extremadamente peligroso.

jueves, 10 de mayo de 2012

Algo pasa en el hospital

Francisco despertó y vio que unas personas vestidas de blanco rodeaban una cama que estaba a su lado. Se asustó e intentó levantarse. Una de las personas de blanco, una mujer, volteó hacia él y luego se le acercó.
- ¡No intente levantarse! Se le puede abrir la operación - le dijo la mujer. En ese momento Francisco recordó; estaba internado en un hospital. Solía dormir tan profundo que despertaba confundido.
El otro ocupante de la habitación estaba mal, un doctor intentaba revivirlo. El doctor dejó de insistir, se volvió hacia una enfermera y le dijo que anotara la hora del fallecimiento. Le cubrieron la cabeza con la sábana y el médico se marchó con la mirada baja.
Cuando los otros se iban a marchar también Francisco les preguntó:

- ¿No se van a llevar al cuerpo?
- Ahora va a venir alguien para llevarlo a la morgue. Usted quédese tranquilo, sólo será un momento - y dicho esto la enfermera salió de la habitación.
Francisco volteó hacia el cuerpo inerte que tenía al lado. El hombre estaba en la habitación desde el día anterior, había conversado con él unas horas atrás, y ahora estaba muerto.
Francisco ya se había sumergido en las oscuras reflexiones que nos asaltan cuando estamos ante la muerte, pero un griterío que llegó desde el pasillo hizo que girara la cabeza rumbo a la puerta.
Habían pasado los minutos y aún no venían a llevarse al cuerpo. Algunas personas cruzaron corriendo frente a la puerta; algo pasaba.

Llegaron hasta la habitación verdaderos gritos de terror, y de pasos corriendo frenéticamente, golpes de puertas, alaridos. Fuera del hospital la noche se llenó de bocinazos, sirenas, frenadas, todos esos sonidos se mezclaban con los gritos histéricos de gente que huía despavorida.
Francisco, medio erguido sobre la cama, escuchaba todo aquel caos sin comprender qué pasaba, lo que lo asustaba más. Creyó sentir olor a humo, y de pronto la luz se cortó, dejándolo a oscuras. Entonces supuso que todo el escándalo era por un incendio. Haciendo un gran esfuerzo consiguió levantarse. Buscó la pared extendiendo los brazos, y al encontrarla caminó vacilante hasta la puerta. Ya había encontrado el picaporte cuando escuchó que alguien atravesaba el corredor a los gritos, diciendo:
- ¡Los muertos han revivido! ¡Nos invaden los zombies! - en ese instante Francisco se acordó de su compañero de cuarto, y al ladear la cabeza escuchó que unos pies descalzos corrían hacia él.    

viernes, 4 de mayo de 2012

La vieja aterradora

Todos le teníamos miedo a doña Dorotea. La muy amargada -por no decir malvada - odiaba especialmente a los niños, y vigilaba su patio como un perro guardián. En su terreno tenía unos inmensos árboles frutales: manzanos, durazneros, naranjos, higueras, y bastaba mirarlos un rato para que la vieja saliera de algún lado amenazando con un palo o una escoba. Las frutas crecían, maduraban y se pudrían en los árboles, y la vieja que no regalaba ni una, y no hay nada más tentador para un niño que algo prohibido, y el barrio era muy humilde.

Parecía que no dormía aquella vieja, pues había frustrado varias incursiones nocturnas a su huerto.
Un día gris de invierno la vieja murió. Al otro día, un grupo de amigos nos reunimos cerca de la casa de la vieja. Jugamos a las canicas un rato mientras espiábamos disimuladamente hacia todos lados.
Cuando la calle estuvo despejada, me pasaron una bolsa de arpillera y me metí al huerto por un hueco que había en el tejido.
Mientras cosechaba, los otros hacían que jugaban, y cuando alguien se acercaba por la calle me hacían una seña convenida, y yo me ocultaba donde podía, luego volvía a la recolección.

Arrastrando la bolsa llena de frutas, me dirigía al cerco de tejido, cuando al pasar bajo un naranjo sentí que una mano se apoyaba en mi hombro, para luego arañarme hasta la espalda. Instantáneamente recordé las manos huesudas de la vieja Dorotea y sus uñas largas. Más que un grito lancé una especie de chillido, por el terror que sentí; corrí y crucé el tejido no sé como. Al mirar hacia atrás vi que una rama del naranjo, llena de espinas, aún se balanceaba, y pensé que me había enganchado en ella, además en el huerto no había nadie. A pesar del susto no solté la bolsa, y mis amigos, que habían huido al escuchar el grito, enseguida regresaron para compartir el botín.

El arañazo de la espalda me ardía terriblemente, por eso tuve que inventarle un cuento a mi madre para justificar la herida. Como no era raro que me lastimara me llevó a un doctor sin indagar mucho.
Recuerdo que al revisar la herida el doctor se miró con la enfermera, y después la enfermera apareció con un policía. Un rato después, mi madre, el policía y el doctor, me preguntaban quién me había arañado, pues según la experiencia del doctor, la herida la había producido la mano de una persona, y no una rama con espinas.