martes, 27 de agosto de 2013

La cuna que se mueve

El bebé se quejó incómodo. La habitación estaba oscura, pero Luciano, que había escuchado el quejido de su hijo, no encendió la luz porque la cuna estaba al lado de la cama. Estiró el brazo para mecerla un poco, mas apenas pudo arañar el borde de la cuna.
Había hecho eso medio dormido, pero al notar que no la alcanzaba despertó completamente, un poco alarmado incluso. Se sentó en la cama y encendió la veladora. En efecto, la cuna estaba más apartada.
En ese momento la esposa de Luciano también se despertó, y al ver a su marido meciendo la cuna le preguntó en voz baja:
 - ¿Se despertó?
- No, pero casi, se estaba quejando. Parece que alejé la cuna sin querer, porque no la alcanzo desde la cama, pero ya la acomodo. Mejor sigue durmiendo que en cualquier momento se despierta enserio.
 Ella siguió su consejo, se dio media vuelta y quedó dormida. Él se acostó y apagó la luz. Ahora no tenía sueño, y con los ojos cerrados escuchaba la respiración de su hijo.
Pasaron los minutos, media hora, una hora, y él seguía despierto, aunque estaba inmóvil y con los ojos cerrados. Algo lo mantenía alerta, era el asunto de la cuna; aunque la hubiera empujado muy fuerte sólo la hubiera mecido, no podía haberla movido, pero, ¿qué otra cosa podía ser?
De pronto escuchó un ruido apenas perceptible, después un leve chirrido. Estaban corriendo la cuna, la estaban acercando a la ventana. Luciano encendió la veladora y se levantó al mismo tiempo, y fue tan rápido que lo que intentaba robar a su hijo enganchando la cuna con un dedo larguísimo que había estirado desde la ventana entornada, aún se asomaba tras el vidrio, y era una anciana espeluznante de cabellos electrizados y ojos completamente negros, diabólicos: era una bruja. La bruja, al verse descubierta retrajo el dedo que había alargado con su magia, para inmediatamente desaparecer hacia atrás y perderse en la oscuridad.   

martes, 13 de agosto de 2013

En el galpón

A pesar de que ya se había hecho noche, los niños siguieron jugando a las escondidas.
Mauricio y sus tres hermanos usaban la huerta y el jardín como lugar de juegos. Unas lámparas potentes iluminaban parcialmente el lugar, pero a la vez creaban sombras, haciendo que fuera ideal para jugar a las escondidas. Cuando a uno le tocaba encontrar a los otros corría por aquí y por allá buscando entre las plantas, en las sombras de los árboles frutales, y así hallaba a los otros.
Ahora Mauricio buscaba a sus hermanos. Encontró rápidamente a los dos mayores, pero faltaba el más pequeño. Atravesó todo el huerto sin hallarlo y llegó hasta el viejo galpón que fuera de su abuelo.
Desde el interior del galpón llegaba una risita apagada. Mauricio escuchó con atención. “Que tonto”, pensó “Se metió en el galpón y no puede aguantar la risa. Pero, ¿cómo hizo para meterse ahí? Siempre está cerrado, y adentro está lleno de todas esas cosas que el abuelo coleccionaba”.
Fue hasta la puerta, estaba entornada. Adentro estaba oscuro, mas unos rayos de la luz que evadían los árboles de la huerta se filtraban por una de las paredes de madera del galpón.  Después de un momento de escudriñar en vano, la vista de Mauricio se acostumbró a la oscuridad y distinguió una silueta pequeña. Se abalanzó hacia la silueta y la tomó por los hombros ¡Te agarré!

Pero enseguida se dio cuenta que aquello no era su hermano; estaba sujetando una muñeca espantosa. A la muñeca le brillaron los ojos y lanzó una carcajada chillona y aterradora.
El pobre Mauricio la soltó y salió de allí a los gritos. En el final de la huerta encontró a sus tres hermanos, que al escucharlo gritar habían corrido hacia él. Y cuando estaban todos juntos escucharon las carcajadas terroríficas de la muñeca, y aunque los otros no sabían qué era aquello también huyeron hacia la casa. Después Mauricio les contó lo que había visto.
Los hermanos volvieron al galpón con la luz del día. Allí estaba la muñeca, era espantosa.
No les habían dicho nada a sus padres pues suponían que no les iban a creer. Ellos tenían que encargarse de la muñeca. Usando un rastrillo largo la arrastraron fuera del galpón, y valiéndose de otras herramientas la hicieron pedazos, para luego enterrarla bien hondo. Y con eso creyeron terminar el asunto; pero no sabían que en el galpón había más muñecos, y que éstos habían visto todo.