lunes, 24 de enero de 2011

El juego del teléfono

Alicia y Liliana eran hermanas y primas hermanas de Patricia y Susana. Las cuatro además de primas eran amigas. Les encantaba jugar juntas. Se disfrazaban, un día se convertían en cocineras, otro en maestras y otro en enfermeras. La verdad es que las cuatro primas se entretenían sin molestar y sin pelearse durante horas.

Por esa razón, un día los dos matrimonios decidieron ir juntos al teatro y dejar a las cuatro niñas jugando en el departamento.

La más chica era Susy, tenía once años. La más grande Alicia, tenía catorce. Lily y Pato tenían doce años.

El departamento era seguro y se conocían todos los vecinos, las niñas sabían comportarse y jamás tuvieron problemas, así que estaban ansiosas por vivir una nueva experiencia quedándose solas por dos o tres horas.

Las chicas estaban felices y en cierta manera se sintieron adultas.

Dejaron las muñecas e incursionaron en el tema maquillaje utilizando el rouge y las sombras para ojos que encontraron. Luego se limaron las uñas y se aplicaron distintos tonos de esmalte.

Mientras estaban tan dedicadas jugando a la manicura, Pato vio la Guía Telefónica y comenzó a ojearla buscando apellidos que le causaran gracia. Así descubrieron apellidos como Gallo, Gordo, Gavilán, Castillo, Rojo, etc. Y no paraban de reírse imaginando chistes graciosos.

Alicia era la que más disfrutaba. De pronto dijo: -Llamemos a ver que contestan-

Y se reunieron todas en torno al teléfono con una sonrisa cómplice.

A Susy, la menor, la nombraron secretaria. Ella debía anotar prolijamente los nombres y los números de los destinatarios de sus bromas.

Liliana sentenció compungida: - Mamá nos va a retar, Nos va a poner en penitencia hasta fin de año-

Alicia, sin darle tiempo ni para respirar, retrucó: Mamá no se va a enterar a menos que alguien se lo diga- y agregó-Espero que cierres tu enorme bocota. Jura con la mano en el corazón que no se lo vas a contar- dijo solemne.

Ay, dijo Lily – Dejame tranquila.

¡No! Dijo Pato- Tenés que jurar que no vas a decir nada.

Está bien. Lo juro – contestó Lily en un susurro.

-Por Canela- Dijo Pato agregando- y no cruces los dedos en tu espalda.

-¡Está bien! lo juro por Canela- Mientras juraba, mostró sus manos y le echó una mirada triste a su gata que dormía en el sillón.

Una vez conseguido el solemne juramento de Lily, se dispusieron a hacer los llamados correspondientes: Al Señor Gallo le preguntaron por sus gallinas, al Señor Gordo le ofrecieron una dieta, al Señor Gavilán le ofrecieron una jaula, al Señor Castillo le ofrecieron mudarse a un rancho, a la Señora Rojo le preguntaron que pensaba hacer este año que estaba de moda el azul y así continuaron muertas de la risa anotando prolijamente a sus destinatarios y los distintos insultos que recibían de sus víctimas inocentes.

El juego se había puesto divertido y hasta Lily participaba con entusiasmo sugiriendo nuevas bromas.

Este pasatiempo del teléfono había resultado un éxito. Era la primera vez que recibían insultos de semejante magnitud y les dolían las mandíbulas de tanto reírse.

Mientras apuntaban una nueva lista de víctimas y proponían los mensajes sonó el teléfono.

Alicia, la mayor atendió pensando que eran sus padres para controlarlas: -¡Hola! ¡Hola!- dijo calmada. Del otro lado de la línea se escuchaba música clásica. –¡Hola! ¡Hola! Volvió a repetir… pero del otro lado solo se escuchaban los acordes de un violín lejano.

Cortó y siguieron preparando su juego.

Cuando se disponían a comenzar su raid telefónico, al levantar el tubo no escucharon el característico tono sino una respiración fuerte y sonora en el auricular. ¡Hola!- Repitió Alicia y haciéndole señas a sus primas para que guardaran silencio les fue pasando el tubo para compartir el extraño sonido. Pero este, tornó en una carcajada estruendosa y desconocida. Era la voz de un hombre.

¡Hola! Gritó Alicia. Del otro lado un largo silencio y luego una voz grave y espesa le dijo susurrando: -Sé que están solas.

Alicia colgó el tubo y aterrorizada comunicó el mensaje a su hermana y a sus primas.

-Nos está mirando- balbuceó Pato.

Lily se largó a llorar y Susana, la acompañó lagrimeando con cara de espanto.

¡Apaguen la luz! ordenó Alicia. Pato corrió a cumplir de inmediato la astuta decisión de su prima. Ahora las más chicas redoblaron su llanto.

¡Silencio! ¡Callense por favor!- les gritó Pato.

Alicia y Pato se asomaron nerviosas a la ventana para escudriñar los departamentos vecinos mientras las más pequeñas lloraban abrazadas.

De pronto escucharon el sonido del ascensor que arrancaba. Corrieron a pegar el oído contra la puerta y corrieron la tranca. Escucharon abrirse la puerta y pasos en el palier.

Contuvieron la respiración con esfuerzo.

El sillón- susurró Alicia. Entre ambas empujaron el pesado sillón contra la puerta, pero en medio de la oscuridad reinante, los nervios y el llanto de sus hermanas menores se llevaron por delante una lámpara que se cayó explotando las lamparitas y una mesita ratona con adornos acuñados a través de los años por la dueña de casa que se desplomaron y crujieron como si se partieran mientras escuchaban el sonido del agua contenida en un florero caer sobre la alfombra.

Pero lograron correr el sillón y se sentían a salvo.

Las dos primas se sentaron inmóviles sobre el sillón en el silencio en la oscuridad.

Canela, la gata maullaba, y como si supiera lo que estaba ocurriendo se acurrucó en los brazos de Lily, su dueña.

Desearon que sus padres llegaran a rescatarlas y nunca los minutos les parecieron tan largos.

El teléfono negro era el único objeto que permanecía en el lugar de siempre y ninguna se animaba a tocarlo.

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