viernes, 24 de agosto de 2012

Tierra de muertos

Era de noche, y los zombies se abrían paso por el bosque, quebrando ramas y gimiendo al correr.
Delante de ellos iba Ramiro, que desesperado huía con todas sus fuerzas. Tropezó y cayó varias veces, pero enseguida se levantaba y seguía. Saltaba por encima de los troncos caídos, se agachaba esquivando ramas, algunas igual le azotaban la cara, pero él seguía corriendo, y sus perseguidores también. Solamente tenía sus manos para defenderse, y los zombies eran muchos; la mejor opción era seguir corriendo y tratar de dejarlos atrás.
La luz de una luna llena combatía contra las sombras de los árboles del bosque, y cada vez que Ramiro volteaba, esa claridad plateada le mostraba la horda de zombies que lo iba siguiendo.

Ya comenzaba a cansarse, y los zombies a acortarle distancia. Al ver que lo alcanzaban, gemían cada vez más y quebraban a manotazos las ramas que se interponían a su presa.
Perseguido y perseguidores cruzaron el borde del bosque y alcanzaron una pradera.
Ramiro estaba débil; hacía muchos días que no se alimentaba de ningún animal, y aquel no era el alimento ideal para él, pero ya no había otra cosa, y aunque no podía morir de hambre, esa situación iba restándole fuerzas.

Ya estaban a metros de él. No podía huir más. Dejó de correr y se volvió hacia ellos; los zombies se le abalanzaron y comenzó la lucha.
Esquivó la embestida de uno y le arrancó la cabeza de un puñetazo. Barrió a otro con una patada baja, y apenas el zombie cayó al suelo, le aplastó el cráneo de un pisotón. Proyectó a dos que consiguieron tomarlo por los hombros, y levantando bien alto a otro, lo arrojó con fuerza sobre otros zombies. Y así siguió luchando, hasta que inevitablemente lo rodearon y pudieron sujetarlo, pero aún así no fue fácil liquidarlo, pues Ramiro era un vampiro. En la tierra ya no quedaban humanos. 

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