martes, 13 de agosto de 2013

En el galpón

A pesar de que ya se había hecho noche, los niños siguieron jugando a las escondidas.
Mauricio y sus tres hermanos usaban la huerta y el jardín como lugar de juegos. Unas lámparas potentes iluminaban parcialmente el lugar, pero a la vez creaban sombras, haciendo que fuera ideal para jugar a las escondidas. Cuando a uno le tocaba encontrar a los otros corría por aquí y por allá buscando entre las plantas, en las sombras de los árboles frutales, y así hallaba a los otros.
Ahora Mauricio buscaba a sus hermanos. Encontró rápidamente a los dos mayores, pero faltaba el más pequeño. Atravesó todo el huerto sin hallarlo y llegó hasta el viejo galpón que fuera de su abuelo.
Desde el interior del galpón llegaba una risita apagada. Mauricio escuchó con atención. “Que tonto”, pensó “Se metió en el galpón y no puede aguantar la risa. Pero, ¿cómo hizo para meterse ahí? Siempre está cerrado, y adentro está lleno de todas esas cosas que el abuelo coleccionaba”.
Fue hasta la puerta, estaba entornada. Adentro estaba oscuro, mas unos rayos de la luz que evadían los árboles de la huerta se filtraban por una de las paredes de madera del galpón.  Después de un momento de escudriñar en vano, la vista de Mauricio se acostumbró a la oscuridad y distinguió una silueta pequeña. Se abalanzó hacia la silueta y la tomó por los hombros ¡Te agarré!

Pero enseguida se dio cuenta que aquello no era su hermano; estaba sujetando una muñeca espantosa. A la muñeca le brillaron los ojos y lanzó una carcajada chillona y aterradora.
El pobre Mauricio la soltó y salió de allí a los gritos. En el final de la huerta encontró a sus tres hermanos, que al escucharlo gritar habían corrido hacia él. Y cuando estaban todos juntos escucharon las carcajadas terroríficas de la muñeca, y aunque los otros no sabían qué era aquello también huyeron hacia la casa. Después Mauricio les contó lo que había visto.
Los hermanos volvieron al galpón con la luz del día. Allí estaba la muñeca, era espantosa.
No les habían dicho nada a sus padres pues suponían que no les iban a creer. Ellos tenían que encargarse de la muñeca. Usando un rastrillo largo la arrastraron fuera del galpón, y valiéndose de otras herramientas la hicieron pedazos, para luego enterrarla bien hondo. Y con eso creyeron terminar el asunto; pero no sabían que en el galpón había más muñecos, y que éstos habían visto todo.

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