lunes, 18 de noviembre de 2013

La Madre

Clara salió a la vereda del hospital cargando el bebé en sus brazos. La noche se había presentado bastante fría. Envolvió mejor al bebé y procuró un taxi con la vista, pero solo había autos de particulares estacionados en aquella cuadra.  Entró de nuevo al hospital y le pidió a una enfermera que le llamara un taxi.  La enfermera, que estaba tras una ventanilla, llamó con desgano y volvió a ojear una revista. Clara le agradeció, sonriendo con falsedad, y volvió a esperar en la vereda.
Pasaron los minutos y nada, el taxi no llegaba.   Impaciente por la espera, Clara decidió irse a pie; su casa no estaba tan lejos. 
Caminaba rápido porque todavía estaba enfadada. Había llevado al niño de tarde, a un control programado que no podía evitar, pues no deseaba tener problemas, y demoraron tanto en atenderla que cuando lo hicieron ya estaba de noche. Clara quiso marcharse pero un doctor la hizo pasar. Ella temía que le hallaran algo raro, que se dieran cuenta, pero cuando lo examinaron solo era un niño normal.
Al llegar a una cuadra oscurecida por las sombras de unos árboles, una silueta humanoide contrahecha, pequeña y de andar desparejo le salió al cruce y le exigió:

- ¡Dame el bebé!, ¡dame el bebé!…
- ¡Nunca! -gritó Clara, y sacando un amuleto de un bolsillo de su abrigo se lo presentó al ser aquel.
- ¡Ah! ¡Dame el bebé! ¡Dame… ah! -y contra su voluntad la criatura retrocedió hasta las sombras.

Entonces el bebé abrió con sus brazos la manta que lo cubría y dijo con una voz aguda y áspera:

- ¡Suéltame, maldita bruja! ¡Suéltame!…
- ¡Silencio! -le ordenó ella, y le puso el amuleto frente a la cara, haciendo que el bebé se volviera a cubrir.
- Pronto me apreciarás. He domesticado a peores engendros que tú -le aseguró la bruja.

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